En Tarago?a entierran a sus muertos sin cura
La huelga cat¨®lica, entendida como puro negarse a participar en los cultos de la iglesia parroquial, oponi¨¦ndose -a la vez- a que los curas intervengan en cualquier tipo de ritualizaci¨®n comunitaria, marc¨® a Tarago?a, y la oblig¨® a modificar aspectos que resultaban entra?ables y tradicionales de su vida cotidiana. Incluso las fiestas, muy sonadas, que celebra en julio, dejaron de ser del Carmen, como eran, para serlo de verano, como son ahora. En la fase cr¨ªtica del litigio, siguiendo un esquema de comportamiento cl¨¢sico dentro de este estilo de conflictos sociales gallegos (nosotros lo denominamos protestantismo t¨¢ctico), los tarago?eses abrieron sus puertas a la siempre activa propaganda protestante de las comarcas de beiramar. Esta llamada a los protestantes enraiza en concepciones muy populares que tienden a ver a la Iglesia de Roma como formidable negocio que administran curas y jerarcas de compleja jerarqu¨ªa. La competencia establecida dentro del ¨¢mbito de tal negocio se localiza, precisamente, en las iglesias evang¨¦licas (y la historia social del catolicismo, gallego y espa?ol, haciendo pasar por diab¨®lica la vieja presencia de los pastores en las costas, contribuy¨® no poco a reconvertir aquella mixtura de la ?gran tradici¨®n? en lucidez de cualquier actitud rebelde contra la jerarqu¨ªa cat¨®lica). Llamar a los protestantes significa, por tanto, llamar a la competencia (y al mismo diablo, en cl¨¢sica figura de predicador), otro sistema t¨¢ctico de presi¨®n comunitaria. Por tal motivo, superada la fase aguda del conflicto, los protestantes desaparecieron de la escena tarago?esa con la misma celeridad con que hab¨ªan sido llamados.Bodas y bautizosPero la gran presi¨®n, implantada por el propio reglaje tradicional-cat¨®lico, de toda suerte de ritos, cotidianos est¨¢ de parte de la Iglesia. El cura parece, por tanto, inevitable en las ritualizaciones de paso, como la propia asistencia al recinto sagrado de la iglesia parroquial. En las bodas y en los bautizos Palacio pareci¨® transigir, haciendo la vista gorda...
Cuando realiz¨¢bamos las primeras investigaciones directas acerca de este asunto hab¨ªa en Tarago?a un par de ni?os sin bautizar. Desde entonces se bautiza regularmente en cualquiera de las parroquias inmediatas (incluso en Santiago, donde las mujeres alumbran por lo regular). Las bodas, con la amenaza -ni siquiera formulada- de las uniones libres, tuvieron f¨¢cil arreglo. El llamado proceso de modernizaci¨®n que afecta como apisonadora a todos los ¨¢mbitos de la Galicia actual agriet¨® de manera irreparable la caracter¨ªstica endogamia tradicional de la parroquia. Alguno de los dos c¨®nyuges es, f¨¢cilmente, exterior a Tarago?a, y es all¨ª -en esta otra parroquia- donde se cumple el ceremonial. Si los dos son tarago?eses, casan fuera, y pagan -en ciertos casos, por lo menos- un canon algo mayor al usual.
?Y los entierros? He aqu¨ª la gran prueba para todo conflicto socio-religioso que recurre a la huelga cat¨®lica. C¨®mo enterrar los muertos es cuesti¨®n clave, que indica la verdadera hondura del litigio, pues afecta, adem¨¢s, a otra de las caracter¨ªsticas estructurales que singulariza de manera honda a la parroquia gallega. Lo que Carmelo Lis¨®n denomin ?aposici¨®n simb¨®lica?, la ?prolongaci¨®n de la parroquia de los vivos en la parroquia de los muertos?.
Recordemos, igualmente, que todo enterramiento en conflicto plantea singular¨ªsimos problemas, simb¨®licos y emp¨ªricos, pre?ados de historia: el acceso al cementerio, entendido como camposanto (el camino, las paradas, las cruces de piedra ... ); la campana, trocada en voz de los muertos (el paso al campanario, las claves de su mensaje). En el fondo de esta problem¨¢tica late, evidentemente, el asunto vertebral de su propiedad, del derecho al uso de tales recintos. Tarago?a, ateni¨¦ndose a patrones culturales extraordinariamente generalizados en Galicia, se ha convertido en s¨ªntesis admirable de todo este campo ideol¨®gico. Por ¨²ltimo, debemos reconocer el drama, personal, familiar, comunitario, que ocasionan.
Remont¨¦monos diez a?os atr¨¢s: estamos en octubre de 1970. El conflicto atraviesa su fase aguda de amenazas, enfrentam¨ªentos, presiones exteriores, boicoteos. Todos saben cu¨¢l es la gran prueba. Muere una mujer. La familia, alineada con la comunidad resistente, decide que de ninguna manera debe ser el p¨¢rroco impuesto quien oficie este entierro. No hay curas ni frailes dispuestos a inmiscuirse en asunto tan delicado. La tensi¨®n, conocidas las valoraciones culturales, parece digna de suerte de novela. Las horas pasan en un incesante ir y venir, entre intrigas cruzadas de orientaci¨®n contradictoria. En ¨²ltima instancia decide la familia: sale, ante expectaci¨®n extraordinaria, el primero de los entierros sin cura. Desde entonces a hoy salieron en Tarago?a 230 entierros laicos (frente a doce con cura), lo que da idea de la evoluci¨®n posterior y de la distribuci¨®n del personal en el conflicto.
He participado directamente en dos procesiones funerarias laicas de Tarago?a. Ya en la primera -una tarde agoste?a de 1974- qued¨¦ hondamente impresionado. Pese a tratarse de una mujer de mucha edad, el acompa?amiento result¨® imponente. He vuelto un par de a?os despu¨¦s, en d¨ªa de mucho duelo (muriera en accidente un hombre joven que dejaba familia). Tarago?a hab¨ªa convertido el entierro, el desfile procesional, en acto comunitario cuya solemnidad probablemente no tenga paralelo en Galicia.
Toques, rezos, procesi¨®n funeraria
Destaca, en primer lugar, la multitud (la parroquia tiene m¨¢s de 3.000 habitantes, de los que asisten una media que se estima en torno a los ochocientos por entierro). Parroquia densamente poblada, extensa, estirada como un barrio vasco, el trayecto hasta el cementerio es generalmente largo, lleva mucho tiempo. Los entierros, si son laicos, se celebran a hora fija (en invierno, a las cinco de la tarde; a las siete, en el horario ?de verano?); suponen la p¨¦rdida de media jornada de trabajo (pese a lo cual, en alg¨²n momento, incluso f¨¢bricas locales dieron suelta al personal, significando su participaci¨®n de tal manera). Cada casa se siente obligada a enviar al entierro uno, cuando menos, de sus miembros, y la participaci¨®n aumenta seg¨²n el duelo, el d¨ªa, el estado del tiempo y otras l¨®gicas variables. Entre esos 230 difuntos enterrados de tal manera cuenta el caso de un anciano que muri¨®, precisamente, acompa?ando un entierro laico.
La cruz, propiedad de la comunidad, preside el desfile. Felipe, el sacrist¨¢n, la llevaba, invariablemente, hasta su muerte. Ahora este papel pas¨® a la persona de Manolo de Toxo, un vecino pobre al que avisan las familias (a quien suelen gratificar con alguna peque?a cantidad voluntaria, que oscila entre doscientas y trescientas pesetas por entierro). Manolo de Toxo, por sus especiales condicionantes personales, se ha convertido en el ¨²nico protagonista que recibe alguna cantidad de dinero por su participaci¨®n (de manera informal, voluntaria).Los entierros de Tarago?a convirtieron en m¨ªtica la voz y la palabra de una mujer, extraordinaria rezadora. Ermitas, que es su nombre, consigui¨® dar solemnidad y generosidad a los acompa?amientos. En parroquia de tanta poblaci¨®n, donde las defunciones son frecuentes, Ermitas sacrific¨® muchos d¨ªas de su vida por participar en un rezo que Manuela, A Canteira. iniciara (siendo sustituida, en alguna ocasi¨®n excepcional, por Mar¨ªa A Candi?a). Ella convirti¨® en lapidarios, y sumamente intencionados, sus rechazos a cualquier tipo de cobro por servicio: ?Eu os padrenuestros nonos cobro?, dec¨ªa. ?El pueblo reza pero no cobra ... ? Oficiando con valor y entereza, la rezadora ?enterr¨®? a su marido, a su madre y a su padre. Por todas estas razones se ha de comprender la gravedad que entra?¨® la renuncia de esta mujer, de menos de cincuenta a?os, a proseguir su tarea, circunstancia que se produce el 9 de marzo ¨²ltimo. Este hecho introdujo el conflicto en la fase sentida como m¨¢s cr¨ªtica y amenazadora de cuantas hab¨ªa conseguido sortear desde el comienzo.
Campana, camposanto
No podemos extendernos con la minuciosidad que. el caso exigir¨ªa en describir c¨®mo la campana da la se?al de defunci¨®n, distinguiendo si el difunto es var¨®n o mujer, si el entierro es laico o lleva cura. Tampoco me es dado contarles la frecuencia, el tono, el aire variable de sus toques, seg¨²n la hora, seg¨²n el grado de proximidad del acompa?amiento. Baste decir que la campana dramatiza toda la procesi¨®n, movida -con gran maestr¨ªa en alg¨²n caso- por vecinos del lugar del difunto. Los rezos, los ta?idos, como la cuant¨ªa del silencioso acompa?amiento, se han convertido en claves del elaborado y solemne ritual funerario tarago?¨¦s.
La comunidad disidente no s¨®lo tiene acceso abierto y libre a la campana, hace uso tambi¨¦n del camposanto, tanto en los entierros como en los rezos semanales que las mujeres de edad realizan all¨ª todas las tardes de domingo. S¨®lo en una ocasi¨®n, muy a comienzos del litigio, se intent¨® vedar la entrada de la misma al campanario y al cementerio, sell¨¢ndolos con cadenas, pero ¨¦stas fueron rotas, inmediatamente, entre rezos y oficios.
-En una reciente visita a la tierra rianxeira, fui puesto en antecedentes de la grave fase que el conflicto atraviesa en estos momentos. Quiz¨¢ como consecuencia de un endurecimiento de posiciones -que parece generalizarse en la Iglesia de Roma-, la mitra compostelana (este es, al menos, el sentir vecinal) habr¨ªa vuelto a la carga en el caso Tarago?a. Ahora, presionando directamente la pieza que se considera clave de la resistencia, por su funci¨®n en el rito funerario. Ermitas, en todo caso, anunci¨® el citado 9 de marzo, cuando enterraba a su padre, que aqu¨¦l ser¨ªa el ¨²ltimo entierro oficiado por ella como principal rezadora. La presi¨®n comunitaria -parece que incluso el boicoteo a la casa y al peque?o comercio apunt¨® desde entonces en su direcci¨®n. Al igual que en el lejano octubre de 1970, las gentes se preguntaban c¨®mo iba a evolucionar el conflicto, que pasar¨ªa la pr¨®xima vez.El ¨²ltimo sepelio
As¨ª, el 29 de marzo, cuando fallece una mujer muy apreciada, de unos cuarenta a?os, casada y con familia, el cuadro cr¨ªtico se cerni¨® sobre esta casa, y el viudo fue sometido a toda suerte de contradictorias presiones. Otra vez, dado el sentimiento y la importancia que se concede popularmente al rito funerario, dada la ya de por s¨ª dolorosa circunstancia, absurda e inapelable, de la muerte para sus allegados, la decisi¨®n era l¨ªmite y la tragedia, doble. Todos estaban expectantes, interpretando el m¨¢s m¨ªnimo movimiento. El viudo, por fin, decide llamar al p¨¢rroco para que sea quien oficie, y una embajada parte a dar al cura aviso de inmediato. Dos acontecimientos, m¨¢s o menos simult¨¢neos, parecen haber devenido, invalidando aquella primera decisi¨®n. El uno es emocional, brota en el seno de la propia casa: la hija de la difunta, sollozando, aboga ante su padre porque el entierro sea laico, atenido a las reglas de costumbre; el segundo, comunitario: varias mujeres se ofrecen modestamente, pero con decisi¨®n, a oficiar como rezadoras. La contraorden se produce y la primera embajada queda comprometida a desandar lo andado. Oficiar¨¢ la conducci¨®n como rezadora una vecina, del mismo lugar y de la misma edad de la difunta. Sale en Taragona un nuevo entierro laico.
Desde aquel 29 de marzo hasta mediados de abril se hab¨ªan celebrado dos entierros m¨¢s, laicos tambi¨¦n. La gran novedad, que parece haber resuelto -moment¨¢neamente al menos- la nueva crisis en la crisis, se patentiza en la circunstancia de que rezadoras locales, vecinas siempre al lugar del muerto, se ofrecen a las familias afectadas (incluso, por primera vez, aparece la figura del rezador masculino, O Morcego, otra novedad, muy entra?ada en tradiciones gallegas antiguas, ajena hasta aqu¨ª ,al caso Tarago?a)
Parece, por tanto, que el litigio ha superado, creativamente, la ?¨²ltima? dificultad. Los muertos, por as¨ª decir, est¨¢n vivos, cargados de significaci¨®n. Entre las tradiciones de la Tarago?a de nuestros d¨ªas cuenta mucho esa de sus entierros laicos: ?Si mi padre, mi madre, mi novia, mi hermano, quien sea, fue enterrado as¨ª, as¨ª debes ir t¨², y debe ir tu padre, tu hermano, tu madre, tu mujer o tu novia?, es la filosof¨ªa que se respira. La nueva tradici¨®n aboga por el mantenimiento del conflicto. Sin embargo, crisis como la ahora mismo superada se?alan la posibilidad, siempre presente, de que se produzca una vuelta atr¨¢s.
La parroquia, como ya aconteci¨® con la aldea de beiramar se va, y con ella muchas cosas sentidas como, fundamentales no hace tantos meses.
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