La naranja inorg¨¢nica
Marcelino Oreja va y viene a la cosa del Mercado Com¨²n con el portafolios revent¨®n de acuerdos/marco y libertades porno que la libertad en s¨ª misma siempre es un poco porno, en Espa?a. Su¨¢rez quiere ser presidente de la cosa de Estrasburgo y viaja con el portafolios revent¨®n de prosas Onega/Meli¨¢ y citas de Erasmo Pero, tanto uno como otro, lo que ten¨ªan que llevar en el portafol¨ªos, sencillamente, naturalmen te, como senores surrealistas pin tados por Magritte, es una naranja espa?ola gorda.La naranja nacional, puesta sobre el pupitre de Bruselas, pue de ser el huevo de Col¨®n. Puede hacer girar todo el universo. Lo que pasa es que las naranjas argelinas, que antes llegaban a Europa por mar y se pudr¨ªan en las bodegas del Mediterr¨¢neo, ahora atraviesan Espa?a en tren tren/bisectriz que corta en la noche de Levante en calma las multitudes ¨¢ureas y dormidas de lo naranjos valencianos. Pero ya hay una especie de cosa, cruce de ETA valenciana y Algarrobo de izquierdas, un preterrorismo de arroz y tartana, que ha le¨ªdo m¨¢s a Schumann que a Blasco Ib¨¢?ez, y que quiere saltar la v¨ªa del tren para que las naranjas africanas no pasen, como burla y competencia, por el coraz¨®n mismo de la naranja espa?ola. La naranja org¨¢nica de la democracia org¨¢nica era una naranja mec¨¢nica que Franco sab¨ªa administrar bien, como oro de Indias, para comprar bielas y espejuelos a los europeos, m¨¢s he aqu¨ª que la naranja inorg¨¢nica, democr¨¢tica, de ahora mismo, es a veces una naranja helada, que llena los cajones, y sobre la cual se ponen unos cuantos ejemplares hermosos y en saz¨®n para pasar fronteras, aduanas y el dif¨ªcil arandel del arancel. S¨®lo hablo de los cuatro p¨ªcaros de siempre. Una naranja no hace cosecha. Todo consiste, quiz¨¢, en sobornar un poco a ese se?or sobornable que hay siempre en el and¨¦n de las estaciones/ apeadero donde no paran los trenes. Marcelino Oreja no puede vender naranjas heladas con palabras calientes, en la CEE, y aunque ¨¦l es inocente de la maniobra, en su jurisdicci¨®n est¨¢ el controlar esta exportaci¨®n fraudulenta. B¨¦lgica nos est¨¢ enviando en estos d¨ªas, precisamente, sus lechugas como peinadas por Rupert y ondulas por Llongueras, unas hortalizas de jard¨ªn que son modelo y verdura de las civilizad¨ªsimas eras belgas, que visit¨¦ no hace mucho. Y parece que nosotros, a cambio, mientras los ministros y hasta el presidente se molestan en llevar la palabra de Espa?a al coraz¨®n econ¨®mico de Europa, metemos de matute el mogoll¨®n de alguna naranja escarchada, moneda falsa, fruto abrasado, tocomocho de la sempiterna picaresca de nuestro Siglo de Oro, que ahora es de esta?o. Y tanto perjudica a la raza solar de los exportadores.
No puede la naranja inorg¨¢nica, abrasada en la llama fr¨ªa de los hielos invernizos y las escarchas, competir con la naranja africana que, para mayor desconcierto, viaja en tren por la pen¨ªnsula, entre el mitin dulce de los pu?os de oro del naranjo. Pienso que, como la naranja, la democracia, con palabras como monedas contantes y frutas sonantes, en nuestras relaciones exteriores, mientras aqu¨ª en el interior, el fuego fr¨ªo, la lumbre g¨¦lida, la autoridad ¨¢lgida congela periodistas, peri¨®dicos, libertades, formas de expresi¨®n, est¨¦ticas de opini¨®n.
Queremos hac¨¦rnoslo de democracia caliente y flebre intelectual, para secundar en masa el golpe de bast¨®n, certero y culto, de Seve Ballesteros, queremos jugar al golf europeo en los verdes campos del Ed¨¦n mercadocomunitario (Gala me daba la otra noche un beso de saludo y adi¨®s, que retorna a no s¨¦ qu¨¦ verdes campos al Este ben¨¦fico y somn¨ªfero de no s¨¦ qu¨¦ edenes), queremos, digo, pasar la farsa monea de la naranja mec¨¢nica, escarchada, y retiramos de la circulaci¨®n 100.000 millones de pelas, que es una pasta, por sanear la europeseta. Pero debi¨¦ramos sanear la naranja, que es nuestro huevo de Col¨®n, y hasta la yema del otro.
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