El centro, entre el Norte y el Sur
FUE UNA l¨¢stima que la moci¨®n de censura socialista contra el Gobierno, tormenta que ha refrescado saludablemente el pesado clima de pagajoso consenso, calentado por pactos secretos y complicidades ocultas, distorsionara el debate sobre la situaci¨®n econ¨®mica. Porque, junto al terrorismo que campea, en el Norte, el paro que hace estragos por todo el pa¨ªs, y especialmente en el Sur, constituye un motivo de preocupaci¨®n central para los espa?oles y un caldo de cultivo para la desestabilizaci¨®n democr¨¢tica.El galimat¨ªas del se?or Abril Martorell a prop¨®sito del di¨¢logo Norte-Sur probablemente naci¨® no tanto del desconocimiento del tema por el interesado (se trata, al fin y al cabo, de un asunto situado en la periferia de la teor¨ªa econ¨®mica y al alcance de cualquier persona medianamente informada) como de la falta de idoneidad del vicepresidente del Gobierno para los juegos de ingenio, la improvisaci¨®n parlamentaria y las met¨¢foras ir¨®nicas. Por lo dem¨¢s, la intervenci¨®n del se?or Abril Martorell, simplemente inane por su fracaso para reconducir las alusiones veladas y los barroquismos hacia el centro del debate econ¨®mico, fue notablemente empeorada por el se?or Jim¨¦nez Blanco, que conjur¨® en el Congreso los fantasmas de la vieja figura del pol¨ªtico abogado, dotado de una in¨²til labia capaz de rebajar una discusi¨®n parlamentaria al nivel de un juicio por desahucio, Tan s¨®lo la contestaci¨®n del ministro de Econom¨ªa al se?or Lluch reconcili¨® el ejercicio del poder con la competencia profesional y la honestidad en la discusi¨®n; al igual que las puntualizaciones del ministro de Hacienda a los se?ores Sol¨¦ Tura y Tamames sobre cuestiones tributarias se ajustaron a los perfiles t¨¦cnicos del tema sin extralimitaciones ni salidas de pie de banco.
La intervenci¨®n del se?or Leal, si bien dej¨® en claro su posici¨®n te¨®rica acerca del gasto p¨²blico, no acus¨® recibo de las responsabilidades del Gobierno en el desmesurado crecimiento de los gastos corrientes y transferencias estatales durante los ¨²ltimos meses. Resulta as¨ª que el partido en el poder, a la vez que incoa un dur¨® juicio de intenciones contra los socialistas por sus proyectos de ampliar el sector p¨²blico, se muestra incapaz de aplicar sus recetas te¨®ricas a su propio comportamiento y suelta las bridas para una alarmante galopada del gasto p¨²blico. Los aproximadamente 300.000 millones de pesetas de d¨¦ficit en 1979 pueden convertirse, a finales de 1980, en 500.000 millones. El a?o pasado, las inversiones propiamente productivas del sector p¨²blico apenas rebasaron el 7% de los tres billones y medio de pesetas de los gastos totales de las administraciones p¨²blicas, que incluyen al Estado, a la Seguridad Social, a los organismos aut¨®nomos y a las corporaciones locales. Cifras que no pueden sorprender a nadie que haya le¨ªdo, hace pocos d¨ªas, que las cuentas de la vieja de Televisi¨®n Espa?ola asignan tres cuartas partes de los 21.000 millones de pesetas ingresados por publicidad al pago de n¨®minas. Y cifras que s¨®lo pueden empeorar a la vista de la pol¨ªtica gubernamental de regalar balones de ox¨ªgeno a las empresas p¨²blicas estructuralmente deficitarias, a los sectores en crisis y a los medios de comunicaci¨®n estatales.
?Qu¨¦ confianza puede merecer el Gobierno como administrador prudente del dinero de los Contribuyentes cuando, en el mismo momento en que el ministro de Econom¨ªa hace un justificado alegato contra el desbordamierito del gasto p¨²blicio corriente, el ministro de Administraci¨®n Territorial, anuncia una t¨®mbola de Parlamentos regionales cuyas competencias pol¨ªticas y su necesidad funcional son mucho menos claras que la proliferaci¨®n de esca?os y sueldos para satisfacer, con cargo al gasto p¨²blico, las reivindicaciones de status de los notables locales? Como la caridad, la austeridad y la parsimonia bien entendidas empiezan en casa. De nada valdr¨¢n las exhortaciones oficiales para que los ciudadanos aumenten su productividad y se aprieten el cintur¨®n, ni las argumentaciones neoliberales contra el ogro filantr¨®pico, mientras el Gobierno siga despilfarrando en gastos corrientes los recursos presupuestarios, sea incapaz de que su grupo parlamentario condicione los nuevos gastos a la existencia de nuevos ingresos y se resista como gato panza arriba a la reforma democr¨¢tica de la Administraci¨®n y de las empresas p¨²blicas. Esa esperada y siempre aplazada reforma que puede garantizar, a la vez, la eficacia de los servicios, la productividad del sector, la adecuaci¨®n de los gastos a las labores realizadas y la transparencia de la gesti¨®n. Porque los planes econ¨®micos del Gobierno no podr¨¢n cumplir sus objetivos mientras sean puestos en pr¨¢ctica por un mecanismo perverso que utiliza para su realizaci¨®n medios incompatibles con los fines.
Tambi¨¦n es preciso, un autoan¨¢lisis mucho m¨¢s severo del Gobierno para descubrir y reconocer sus propios fallos como gestor cotidiano de la pol¨ªtica econ¨®mica. La gente se empieza a cansar de que el Poder Ejecutivo se mueva siempre entre la inculpaci¨®n abstracta de nuestros males a la crisis energ¨¦tica y a la recesi¨®n mundial, pese a lo mucho de cierto que hay en tales afirmaciones, y el amedrentamiento de la opini¨®n p¨²blica mediante subrayados y citas de los documentos del PSOE. Porque comienza a ser irritante ese reiterado gesto del Gobierno de quitarse las pulgas de encima para que les piquen a los jeques ¨¢rabes o a los l¨ªderes socialistas. As¨ª, por ejemplo, despu¨¦s de la firma del acuerdo-marco interconfederal entre la CEOE y UGT, de la aprobaci¨®n en las Cortes -con la buena disposici¨®n de los socialistas para negociar su articulado- del Estatuto de los Trabajadores y del notable descenso de la conflictiv¨ªdad obrera en los ¨²ltimos meses, es el Gobierno quien tiene que responder de sus demoras y racaner¨ªas en la devoluci¨®n del patrimonio vertical, necesario para que las centrales sindicales pue dan desempe?ar su indispensable papel en el sistema de relaciones laborales de una sociedad industrial, madura y compleja.
Se halla fuera de discusi¨®n, Por lo dem¨¢s, que las continuadas alzas de los crudos han influido decisiva y negativamente sobre la inflaci¨®n y el paro. El valor de las importaciones de petr¨®leo espa?olas representa el 30% de nuestras importaciones totales y algo m¨¢s del 5% de la producci¨®n interna de bienes y servicios. Pero la misma gravedad de la situaci¨®n obliga al Gobierno a extremar el rigor a la hora de administrar los recursos cada vez m¨¢s escasos de una comunidad iniportadora de petr¨®leo y de realizar los imprescindibles reajustes energ¨¦ticos. La pol¨¦mica sobre los galgos y podencos de las centrales nucleares no ten¨ªa por qu¨¦ paralizar una energ¨ªa pol¨ªtica de ahorro de petr¨®leo, de fornienlo de otras fuentes alternativas y de aprovechamiento de recursos tan trad¨ªcionales como el carb¨®n.
?Y el debate sobre el paro? En este terreno es, sobre todo, la oposici¨®n parlamentaria la que tiene que preca verse de los riesgos de la autocomplacencia y de las tentaciones de pasar el fardo ¨ªntegro de las culpas al adversario. Porque un planteamiento emocional de la cuesti¨®n del desempleo, aunque justificado en quienes lo padecen, ser¨ªa inaceptable como punto de partida de cualquier programa alternativo que buscara sinceramente soluciones racionales y posibles y propusiera con honestidad medios congruentes, con los fines. Har¨ªa mal la oposici¨®n parlamentaria en olvidarque las semillas de la demagogia sembradas por la izquierda en la primera etapa de la Rep¨²blica de Weimar, tan ferozmente asolada por el desempleo y la inflaci¨®n. produjeron la cosecha parda de la dictadura de Hitler, que solucion¨® parcialmente el desempleo alem¨¢n con los preparativos de una guerra apocal¨ªptica.
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