La luz en los ojos
Los te¨®ricos del poder y de la lucha contra el poder no suelen hacer otra cosa que dar nombre m¨¢s o menos afortunado a mecanismos que los poderosos de cada ¨¦poca han conocido en su entra?a misma. Ning¨²n pr¨ªncipe ha aprendido nada de Maquiavelo, salvo la utilidad de fingir indignaci¨®n contra ¨¦l, como mostr¨® Federico de Prusia. Antes de que Guy D¨¦bord predicase contra la ?sociedad del espect¨¢culo?, los hombres de estado ya conoc¨ªan a fondo las ventajas pol¨ªticas del espejismo y los usos sedantes de la fascinaci¨®n. As¨ª debe ser, por otro lado, porque el ave de Minerva tiene la algo fastidiosa costumbre de no volar hasta que el sol ha recorrido todo su ciclo diurno. O, por decirlo de modo m¨¢s sutil y mal¨¦volo, al te¨®rico suele convenirle la definici¨®n que Ambrose Bierce daba del bar¨®metro: ?Ingenioso y util¨ªsimo instrumento que sirve para indicar el tiempo que hace?. Volvamos al espect¨¢culo. Nuestros gobernantes ya han aprendido todo lo referente a ¨¦l, tras sus primeros aleteos algo menesterosos de lechuzas surgidas en el ocaso del sol que m¨¢s calent¨® durante cuarenta a?os. Saben que ¨¦ste es un pa¨ªs de indignaciones espectaculares, es decir, poco profundas, transitorias y sucesivas. La buena mala conciencia del personal consume con voracidad cuatro o cinco esc¨¢ndalos semanales, dos cr¨ªmenes de lesa humanidad al mes y, por lo menos, media docena de situaciones insostenibles al trimestre. En un principio, nuestros pr¨®ceres debieron quedar aterrados ante esta sed de protestas, ante esta incansable concupiscencia de denuncias, l¨®gica derivaci¨®n de tantos a?os de tragar quina. Pero pronto tuvieron ocasi¨®n de tranquilizarse. Las indignaciones espectaculares -es decir, no vividas ni entendidas en su ra¨ªz, sino s¨®lo contempladas en su sombr¨ªa superficie- se curan con soluciones espectaculares, es decir, que representan una soluci¨®n ante los espectadores; aunque nada solucionen de hecho. Los gobernantes son expertos en efectos especiales cara a sus v¨ªctimas y clientes: si hay que organizar un terremoto, una avalancha o una constituci¨®n, se organizan, no faltar¨ªa m¨¢s; pasado el primer momento de ilusi¨®n, nadie ser¨¢ tan morbosamente desconfiado como para ir tras las bambalinas a ver con qu¨¦ tristes elementos de guardarrop¨ªa se ha fingido el estruendo o el fogonazo. Y los tozudos, si los hay, podr¨¢n ser a justo t¨ªtulo denunciados como enemigos del pueblo, desestabilizadores, aguafiestas, agentes secretos, mafiosos, narcisos o simples pelmazos. A la mayor¨ªa de la gente le dar¨¢ igual, porque ya estar¨¢ encelada con la siguiente funci¨®n.En esta perspectiva, el caso de Herrera de la Mancha es realmente una historia ejemplar, como avisa el subt¨ªtulo del libro que ha dedicado a este tema Manolo Revuelta (Ediciones La Piqueta-Queimada, Madrid). Ejemplar por el esc¨¢ndalo mismo -sevicias a presos en una c¨¢rcel ?cuya sola arquitectura ya es malvada?, como dijo de cierta, torre Chesterton- y ejemplar por el celo desplegado por gente sospechosa y gente por encima de toda sospecha para obstaculiza la denuncia, present¨¢ndola como obra de resentidos o agitadores ?Por qu¨¦ esta inquina? Porque Herrera de la Mancha reabr¨ªa una llaga espectacularmente cerrada en el costado de nuestra democracia: la situaci¨®n de las c¨¢rceles espa?olas. Las torturas de Herrera tienen que ser un error o una turbia maniobra porque, en caso contrario, habr¨ªa que admitir la posibilidad de que una de las ?soluciones? m¨¢s entusi¨¢sticamente refrendadas por todos los parlamentarios -la reforma penitenciaria- fuese un parche efectista y notablemente insuficiente, cuya misi¨®n consisti¨® en bloquear ulteriores y m¨¢s profundas inquisiciones respecto a un tema vidrioso. ??Herrera de la Mancha, dice usted? ?Pero eso no es una c¨¢rcel? ?Si lo de las c¨¢rceles ya est¨¢ atado y bien atado! ?Si lo ha resuelto un progresista apoyado por todos los proguesistas que en el mundo han sido! Me huele que tras de todo esto debe andar la extrema derecha o los GRAPO ... ? El informe sobrio y riguroso de Manolo Revuelta no s¨®lo acumula todos los datos del caso -algunos de ellos, como ciertas declaraciones de presos, producen escalofr¨ªos-, sino tambi¨¦n da cuenta de estas reacciones que produjo la denuncia y recensiona las incre¨ªbles acusaciones que se vertieron contra los abogados que levantaron la liebre del asunto. Reducir la cuesti¨®n a una maniobra contra Garc¨ªa Vald¨¦s no fue m¨¢s que una forma neur¨®tica de patalear por la resistencia que la desagradable realidad opone a dejarse solucionar por la reforma-espect¨¢culo. Se?alemos finalmente dos ejemplaridades m¨¢s de la historia de Herrera. Por un lado, el comportamiento que, con calificativo cari?oso, podr¨ªamos llamar ?desconcertante? del juez Hijas (hay que ser muy cari?oso al calificar a los jueces en estos d¨ªas), encargado de instruir el sumario correspondiente: exigi¨® una fianza exorbitante en plazo m¨ªnimo a los promotores de la acci¨®n popular contra las supuestas torturas, se ha negado a realizar la mayor¨ªa de las pruebas solicitadas por los querellantes, se ha negado a procesar a los funcionarios inculpados, incluso tras la petici¨®n en tal sentido del fiscal, etc¨¦tera. Recientemente, la Audiencia Provincial de Ciudad Real le ha devuelto el sumario de Herrera por considerarlo ?incompleto?, lo que revela bien a las claras que la extra?eza ante su forma de proceder comienza a contagiar a c¨ªrculos cada vez m¨¢s amplios. Entre tanto, los funcionarios denunciantes son trasladados de c¨¢rcel, los presos que acusaron contin¨²an en las m¨¢s duras condiciones de incomunicaci¨®n, mientras el tiempo pasa y el asunto rueda hacia el marasmo, la reiteraci¨®n est¨¦ril de los mismos gestos, el traspapelamiento, el olvido... Pero hay otro ejemplo en el asunto, y ¨¦ste no es negro, sino esperanzador. Es el ejemplo de esos tres millones de pesetas reunidos en un mes (con las fiestas de Navidad y A?o Nuevo por medio) mediante participaci¨®n popular: venta de bonos, pr¨¦stamos de particulares subastas de obras de arte, festiva. les de m¨²sica, donativos, etc¨¦tera. Hubo gente -mucha gente- que advirti¨® con toda claridad que solidarizarse con esta acci¨®n popular a la que se pon¨ªa tan ins¨®lito obst¨¢culo econ¨®mico era defender el derecho individual y concreto de cada cual a no ser arrollado del todo por los mangantes del espect¨¢culo. En el libro de Revuelta viene detallada la lista de donantes: entre ellos, mucho pasota y mucho desestabilizador, mucho abstencionista, la p¨¦gre, quoi...
No es momento de crear conflicto con las instituciones ha dicho don Fernando Abril. Cuando llegue el momento, descuiden que ¨¦l nos avisar¨¢. Ahora es el momento de crear un eje Norte-Sur (?d¨®nde habr¨¦ o¨ªdo yo antes esto?) de c¨¢rceles tipo Herrera, para los que la Direcci¨®n General de Instituciones Penitenciarias necesita unos sesenta millones de pesetas. Puede ser un buen remedio contra el paro: se pone a los parados a construir c¨¢rceles y, cuando acaben, se les mete dentro y en paz. Pero no seamos maliciosos: es momento de reformas e incluso de reformas de la reforma. Gracias a ello vamos avanzando a pasos lentos pero seguros hacia la profundizaci¨®n de la democracia, como es notorio: ?no oyeron ustedes el otro d¨ªa al ministro Ros¨®n? Si todos fu¨¦ramos como los querellantes de Herrera, qui¨¦n sabe a qu¨¦ abismos nos hubi¨¦semos precipitado ya. El sereno reformista sabe que lo mejor es enemigo de lo bueno; en cambio, el obcecado revolucionario cree que lo bueno, cuando olvida la lucha por lo mejor, se degrada en regular y luego se hace francamente malo. No va a gustar a muchos este libro-documento de Manolo Revuelta, porque es francamente intempestivo: al espect¨¢culo le va la penumbra, la iluminaci¨®n indirecta y filtrada, mientras que Herrera de la Mancha es, fig¨²rense ustedes, la luz de pleno en los ojos.
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