Un paseo militar
Para los cabales de la fiesta el espect¨¢culo de ayer result¨® aburridillo. Tuvo m¨¢s inter¨¦s, pero con la r¨¦mora de los dem¨¦ritos para quienes el caballo y su circunstancia es pasi¨®n. Y a los espectadores nuevos en esta plaza, que eran mayor¨ªa, suponemos que les encant¨®. El rejoneo tiene la ventaja de la rapidez con que suceden las cosas. Por ejemplo, cuando Curro Romero debe trasladar su cuerpo serrano desde el burladero de capotes hasta terrenos del 3 a buscar al toro, si va (porque lo normal es que no vaya) tarda 0.14.44 (cero horas, catorce minutos, cuarenta y cuatro segundos). Un rejoneador, en cambio, tarda cuatro segundos siete d¨¦cimas. Tambi¨¦n es verdad que Curro levanta menos polvo. Habitualmente, para los del oficio ecuestre, toreo y triunfo les suponen, apenas, un paseo militar. Y no s¨®lo por la ventaja de ir jinetes, sino porque han adquirido una gran t¨¦cnica.Preciosos caballos, galopadas, sombrerazos, encandilan a las masas. Y si adem¨¢s el rejoneador torea, re¨²ne como debe y clava arriba, miel sobre hojuelas. Vidri¨¦ es tuvo sensacional en esto, excepto cuando quiso banderillear a dos manos y al matar; Rafael Peralta, brillante y certero con el rej¨®n de muerte, lo que le vali¨® una oreja; Oliveira, sobrio, pero desmedido en sus galopadas; Caetano, inh¨¢bil.
Plaza de Las Ventas
Decimosexta corrida de feria, para rejoneadores. Toros de Manuel S¨¢nchez Cobaleda, con gran trap¨ªo, manejables. Rafael Peralta, oreja. Manuel Vidri¨¦, palmas. Oliveira divisi¨®n cuando saluda. Caetano, palmas. Por colleras: Peralta y Vidri¨¦ aplausos y salida al tercio. Oliveira y Caetano, vuelta por su cuenta.
Por colleras, Vidri¨¦, en vena de aciertos, luci¨® m¨¢s que Peralta, y Caetano no ten¨ªa color emparejado con Oliveira. En ambos casos, cubrieron a las reses respectivas de un bosque de rejones, farpas, banderillas y qu¨¦ se yo. El bosque imped¨ªa ver al toro. Peralta, por lo menos, en su actuaci¨®n solitaria, prend¨ªa rosas, que son m¨¢s bellas.
De forma que s¨ª, la tarde transcurri¨® amable o en un dulce sopor, all¨¢ cada cual. Los nuevos en la plaza aplaudieron hasta quedarse a gusto. Les agradar¨ªa o no les agradar¨ªa el espect¨¢culo, pero por lo menos no intentan inventar la p¨®lvora. Cata que muchos debutantes del tendido (para las corridas de lidia ordinaria), antes de disfrutar o de aburrirse con la fiesta, la juzgan. El juicio, naturalmente, suele ser disparatado, porque, de entrada, no han entendido nada. Miran sin ver, pues en la lidia para ver algo m¨¢s que los lances de capa y la faena de muleta hay que analizar al toro y conocer las suertes, m¨¢s toda la t¨¦cnica derivada, en la que entran terrenos, querencias, recursos de todo tipo, etc¨¦tera. Y este ejercicio s¨®lo lo superan los muy iniciados.
As¨ª hay tanto detractor de la fiesta. Se dividen en dos: los detractores inteligentes (que, por naturaleza, no abundan) y los detractores tontos, que son los que m¨¢s p¨ªan. La ignorancia siempre fue audaz. Por cierto, que existen variantes curiosas: uno se lamenta del sacrificio de animales en la fiesta y en cambio no se lamenta nada de que otras naciones nos castiguen a los espa?oles por ello, abortando el turismo, vetando nuestros productos, neg¨¢ndonos la entrada en la CEE. Es decir, que llora porque se lidian toros y le deja tan ancho la posible ruina de todo un pueblo.
A algunos los ¨¢rboles les impiden ver el bosque, como el bosque nos imped¨ªa ver al toro en el festejo de ayer. Los caballeros rejoneadores clavaban todo lo clavable, por colleras volvieron locos a los hermos¨ªsimos cobaledas, se abrazaban con rendido afecto por un qu¨ªtame all¨¢ esas banderillas y continuamente ten¨ªan que corresponder, sombrero en mano, a la ovaciones del p¨²blico. Lo pasaron bien. La corrida fue, para ellos, un paseo militar.
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