Los abismos del consenso
EL DEBATE de ayer ofreci¨® tantos aspectos interesantes que resulta imposible abarcar toda la complejidad y variedad de los temas discutidos en una sola aproximaci¨®n. La presentaci¨®n de Felipe Gonz¨¢lez de su alternativa de Gobierno ser¨¢ todav¨ªa ma?ana objeto de debate y, sobre todo, de votaci¨®n, lo que aconseja aplazar por veinticuatro horas una glosa que hoy ser¨¢ s¨®lo parcial. Pero si puede adelantarse que no result¨® esta vez tan convincente el l¨ªder de la oposici¨®n, y compiti¨® a ratos en aburrimiento y farragosidad con el discurso de Su¨¢rez de la semana pasada.Felipe Gonz¨¢lez pareci¨® atenazado por el deseo de presentarse con los rasgos de moderaci¨®n, seriedad, tecnicismos y aburrimiento que supuestamente deben caracterizar las intervenciones de un futuro presidente de Gobierno. Dijo cosas muy sensatas sobre la reforma de la Administraci¨®n p¨²blica, igual¨® a Su¨¢rez en sus disgresiones nebulosas sobre ese fantasma que empieza a ser el Estado de autonom¨ªas, no se alej¨® del sentido com¨²n ni hizo promesas demag¨®gicas a prop¨®sito de la situaci¨®n econ¨®mica y tranquiliz¨® a la opini¨®n democr¨¢tica vinculando estrechamente la seguridad ciudadana con la defensa de las libertades. Fue en definitiva un programa de moderaci¨®n, donde las promesas de cambio se vieron disueltas en abundantes matices. No fue el discurso del l¨ªder de la oposici¨®n, sino del candidato a presidente. Fue un discurso socialdem¨®crata, nada revolucionario, de perfiles tecnocr¨¢ticos y profesionales. Pero gast¨® demasiado tiempo en decir lo que dijo y no logr¨®, a nuestro juicio, hacer vibrar la membrana pol¨ªtica de la calle.
La defensa que realiz¨® Alfonso Guerra de la moci¨®n de censura no hizo m¨¢s que desarrollar, con brillantez y mordacidad, argumentos ya conocidos. La r¨¦plica de Arias-Salgado fue un equilibrio circense, aunque de buen circo, para esconder las responsabilidades del Gobierno en la persecuci¨®n de las libertades y la aprobaci¨®n de decretos-leyes inconstitucionales, dar la callada por respuesta a las acusaciones concretas de los parlamentarios y la Prensa sobre la corrupci¨®n de Televisi¨®n y endilgar a los ayuntamientos democr¨¢ticos como culpa lo que seguramente es un acierto: frenar las licencias de construcci¨®n con el fin de que nuestras ciudades y pueblos no sigan un ca¨®tico crecimiento urban¨ªstico, a caballo de la megaloman¨ªa y de los negocios sucios de la etapa del franquismo. Los ejercicios de esgrima entre Guerra y Arias-Salgado oscilaron entre agresiones personales gratuitas y la reiteraci¨®n de las propias obsesiones, dejando un mal sabor de boca en la opini¨®n, innecesario y poco fruct¨ªfero. La pol¨¦mica parlamentaria no debe convertirse, por principio, en un patio de monipodio.
Merece un comentario aparte la segunda discusi¨®n que protagonizaron ayer el presidente del Gobierno y el secretario general del partido comunista tras su enganche, la pasada semana, a prop¨®sito de los informes fabricados por los servicios secretos contra periodistas y de los registros fuera de derecho de domicilios ciudadanos. En esta ocasi¨®n, Carrillo record¨® la invitaci¨®n que el vicepresidente del Gobierno hizo a los comunistas en octubre de 1978 para pactar un acuerdo de legislatura que permitiera a Su¨¢rez seguir gobernando hasta junio de 1981 sin convocar nuevas elecciones. Los matizados desmentidos del presidente del Gobierno y de Abril no transmitieron a los espectadores mayor convicci¨®n que la que se desprend¨ªa de esas nebulosas protestas de inocencia. La oportuna suspensi¨®n del Pleno por el se?or Lavilla, que por segunda vez en este mes exorciza el hemiciclo con el aplazamiento de la sesi¨®n, tras una aparici¨®n diab¨®lica de Carrillo, dej¨® flotando en el aire una duda simplemente ret¨®rica. Porque sobran los datos y los testimonios que acreditan como un hecho indiscutible aquella garra de tenaza entre UCD y PCE que entonces pinz¨® al partido socialista entre los pactos de la Moncloa, en el oto?o de 1977, y la disoluci¨®n de las primeras Cortes democr¨¢ticas, a finales de 1978.
Lo m¨¢s elogiable del perverso ejercicio que de su memoria hizo Carrillo fue que el episodio citado y el trasfondo sobre el que se recorta deterioran por igual la imagen de todos los comensales que se hicieron gui?os e insinuaciones sobre los manteles del palacio de la Moncloa o de Castellana, 3. La sospecha de que los pol¨ªticos profesionales estaban haciendo mangas y capirotes, a espaldas de la opini¨®n p¨²blica y de los electores, en las penumbras de los despachos, a fin de llegar a acuerdos ocultos y pactos secretos dentro de la clase pol¨ªtica se fue convirtiendo, a medida que transcurr¨ªan los meses desde los comicios de junio de 1977, en una clamorosa evidencia. Aquel clima pr¨®ximo casi al contubernio fue denominado consenso; en ese pur¨¦ de guisantes, unos y otros lucharon por llevarse los trozos m¨¢s grandes del pastel de la herencia franquista que guardaba en su armario el Gobierno de UCD. En aquella rebati?a clandestina, el partido en el poder prometi¨® a diestro y siniestro, pero se qued¨® finalmente con toda la tarta y fue el ¨²nico ganador. El verdadero perdedor fue el sistema democr¨¢tico, ya que el famoso desencanto, el rampante abstencionismo electoral, el apartamiento de los intelectuales de la vida p¨²blica y la indiferencia ciudadana hacia la cosa com¨²n son, en gran parte, consecuencia de los sentimientos de frustraci¨®n y de desconfianza a que dieron lugar las insensatas pretensiones de la clase pol¨ªtica de convertir el r¨¦gimen parlamentario en un patrimonio gremial.
El consenso ha muerto. Muri¨® la semana pasada y ayer se certific¨® su defunci¨®n. S¨®lo queda rezar para que no resucite. Y tambi¨¦n para que los diversos grupos y partidos que participaron en su nacimiento y consolidaci¨®n hagan cuanto antes confesi¨®n general ante el electorado, a fin de evitar que unos y otros sigan amenaz¨¢ndose en p¨²blico, con deterioro para la respetabilidad del r¨¦gimen parlamentario, y sacando a relucir los trapos sucios.
Hay que felicitarse pues del nacimiento de una oposici¨®n parlamentaria fuerte y decidida, porque eso fortalece tambi¨¦n la democracia, pero desde ya hay que avisar igualmente de la necesidad de que las discusiones de los se?ores diputados no se conviertan en ri?as callejeras. Y por ¨²ltimo, hay que recordarle al Gobierno su obligaci¨®n de ser m¨¢s cuidadoso en los ya demasiados desmentidos que viene haciendo sobre cosas p¨²blicas y conocidas, demostradas y demostrables: que el Gobierno negoci¨® con ETA -como intent¨® negociar con los GRAPO cuando el secuestro de Oriol-, lo que, por lo dem¨¢s, no es nada deshonroso; que extra?os servicios policiales manipulan, investigan, difaman y calumnian a ciudadanos honorables, vulnerando lo establecido en la Constituci¨®n; o que RTVE perdi¨® miles de millones y no gan¨® nada el a?o pasado, y se han ocultado las cifras y los datos sobre la corrupci¨®n y el despilfarro televisivo; o que en el trapisondeo del consenso muchos fueron enga?ados por otros muchos. Esto ¨²ltimo quiz¨¢ fue necesario en parte, o inevitable, en pro de la ?transici¨®n sin traumas?. Pero, en cualquier caso, lo que resulta es innegable. Por eso negarlo no conduce a nada, s¨ª no es al suicidio pol¨ªtico.
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