Delenda est Su¨¢rez
El primer gran debate de la nueva democracia ha proporcionado a muchos espa?oles una copiosa informaci¨®n sobre sus pol¨ªticos, y el espect¨¢culo ha sido atractivo, aunque no ejemplar. En principio, el Parlamento est¨¢ acorazado de actitudes previas; cada grupo parlamentario sab¨ªa lo que iba a hacer antes del torrente de los discursos. El Parlamento ya no es un lugar para confrontar opiniones y elaborar sobre la marcha una actitud. Los protagonistas del Parlamento ya no son los parlamentarios, sino los partidos pol¨ªticos. Y como los partidos pol¨ªticos, o son una opci¨®n de poder o aparecen instalados de acuerdo a una expectaci¨®n y no a unos fundamentos, lo que se confronta no es pensamiento y opiniones pol¨ªticas, sino estrategias. Los grandes beligerantes en ese debate fueron, como es consiguiente, los dos grandes partidos de la situaci¨®n: los centristas y los socialistas. Hasta ahora era un bipartidismo de consenso, de negociaci¨®n o de pacto que, pr¨¢cticamente, compon¨ªa una gran mayor¨ªa, parlamentaria, aunque no una mayor¨ªa de poder. Esa se rompi¨® estos d¨ªas con la moci¨®n de censura presentada por los socialistas. Este fue el primer acontecimiento. El segundo acontecimiento estuvo referido a las asistencias o no a la moci¨®n de censura. Aqu¨ª es donde tuvo lugar la manifestaci¨®n ostensible del gran vac¨ªo actual de poder para gobernar. No prosper¨® la moci¨®n de censura, pero la totalidad de las fuerzas parlamentarias no otorgaba, mediante la abstenci¨®n, la confianza al Gobierno. La suma de los censores y de los cr¨ªticos dejaba aislado al Gobierno con poco m¨¢s de un tercio del Congreso. Y as¨ª es imposible gobernar.Nuestro sistema proporcional de acceso al Parlamento nos hab¨ªa dejado en las dos elecciones generales de 1977 y de 1979 una realidad de minor¨ªas donde ninguna de ellas constitu¨ªa una mayor¨ªa para gobernar libremente. Ninguno de los partidos pol¨ªticos, o de las fuerzas parlamentarias, ten¨ªan la mitad m¨¢s uno en el Congreso, y ello quer¨ªa decir que quien gobernara tendr¨ªa la necesidad de acudir a otros partidos, o a otras fuerzas parlamentarias, para poder hacerlo. Nadie estaba en condiciones de gobernar con su programa. La derrota general de todos los electores era evidente. Hasta la fecha, el habilidoso descubrimiento del consenso por parte de Adolfo Su¨¢rez, que comenzar¨ªa en los c¨¦lebres pactos de la Moncloa, le produc¨ªa la ayuda parlamentaria necesaria, y cuando por razones epis¨®dicas o estrat¨¦gicas se quebrantaba esta asistencia de socialistas y comunistas, aparec¨ªan las minor¨ªas regionales o de Coalici¨®n Democr¨¢tica para asistir al Gobierno en determinados asuntos, entre ellos el de investidura del presidente del Gobierno. Pero en este mes de mayo de 1980, y tras el debate m¨¢s sonado de nuestra reciente historia parlamentaria, todos han adoptado una posici¨®n cr¨ªtica hacia el Gobierno y hacia el partido en el poder. Ya est¨¢n solos. Pavorosamente solos. A esto hay que a?adir alguna fragilidad producida en el propio seno del partido de los centristas y promovida por el quebrantamiento de protagonismo de Adolfo Su¨¢rez, producido por la resurrecci¨®n de las familias pol¨ªticas que componen la Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico, que hab¨ªan sido dadas por muertas. El hecho pol¨ªtico descollante consiste en que todas las fuerzas parlamentarias no asisten a Su¨¢rez, a su Gobierno y su partido, atravesando el momento m¨¢s d¨¦bil de su reciente historia. Pr¨¢cticamente la unanimidad del Parlamento, excepto UCD, ten¨ªa en el, coraz¨®n la moci¨®n de censura de los socialistas, pero los partidos de la abstenci¨®n no ten¨ªan en la cabeza la idea de llevar al podera Felipe Gonz¨¢lez y su partido socialista. La mala pasada de la Constituci¨®n a las mociones de censura, el german¨®fico y obstruccionista art¨ªculo 113, no ha evitado, y hasta ha provocado, el aislarriliento y la soledad del poder.
En estas ocasiones se produce un grave y evidente vac¨ªo que obliga a soluciones pr¨®ximas. Tenemos delante una n¨®mina de graves problemas nacionales, entre los que destacan el terrorismo, la crisis econ¨®mica y el paro, y la tarea pr¨®xima e indiferible del desarrollo constitucional. Estamos, por ello, solamente ante dos caminos: el logro de una mayor¨ªa parlamentaria para gobernar o la disoluci¨®n de las Cortes. Un m¨ªnimo buen sentido pol¨ªtico aconseja la b¨²squeda, hasta los ¨²ltimos recodos de nuestro laberinto pol¨ªtico, de una nueva posibilidad de obtener la mayor¨ªa. Su¨¢rez, en su discurso, estuvo afortunado en esta cuesti¨®n. En medio de ese gran vendaval de los problemas que nos acosan no se puede paralizar otra vez la acci¨®n de gobernar y convocar al pa¨ªs a otra feria electoral. Todos los indicios se?alan que la b¨²squeda de una nueva mayor¨ªa puede encontrar serias dificultades en la persona de Adolfo Su¨¢rez. Esta ha sido la manifestaci¨®n del Parlamento. En estos momentos el presidente del Gobierno, adem¨¢s, no cuenta en su partido con la misma confianza y adhesiones que en el pasado reciente, y si ahora no han salido a la luz en el debate parlamentario, no ha sido por otra cosa que por entender los discrepantes de Su¨¢rez que el Parlamento no era precisamente el lugar para unas manifestaciones de las discrepancias, sino todo lo contrario, porque otro comportamiento
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Delenda est Suarez
Viene de p¨¢gina 11habr¨ªa destruido al partido en el mismo hemiciclo del Congreso. La entrada de Joaqu¨ªn Garrigues Walker en el hemiciclo, en el momento exacto, fue un acto de escenograf¨ªa pol¨ªtica dif¨ªcilmente superable. Fuera del partido el panorama es este: animosidad ulcerada de socialistas y comunistas, que no van a darle cuartel, y la exhibici¨®n de testimonios privados respecto a ETA y los comunistas, comprometen al presidente Su¨¢rez de manera grav¨ªsima en otros estamentos del pa¨ªs; la posici¨®n cr¨ªtica o de descalificaci¨®n del resto de las fuerzas parlamentarias ha sido clara y total. Coalici¨®n Democr¨¢tica, Grupo Mixto, catalanes, andaluces y vascos son cr¨ªticos de Su¨¢rez. Un panorama as¨ª no autoriza a un simplismo radical, que pondr¨ªa en riesgo la democracia misma. Veamos: la Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico es la minor¨ªa mayoritaria del Parlamento y con una asistencia en las urnas que no debe ser subestimada. Todo el proceso democr¨¢ti co ha descansado sobre esa amplia base popular de socialistas y de centristas y las colaboraciones de los otros. Esto se ha roto. Habr¨¢ entonces que buscar exclusivamente los deterioros o los desgastes en la direcci¨®n del partido de UCD, y nunca en la descalificaci¨®n global del partido. No ser¨ªa justo, ni ¨²til, y as¨ª se ha hecho. Es evidente que, hasta la fecha, ha sido m¨¢s ?mportante Adolfo Su¨¢rez que su partido, y ello despeja f¨¢cilmente las responsabilidades. La personalidad pol¨ªtica e hist¨®rica de Su¨¢rez exige que se le abonen, casi en exclusividad, los aciertos y los fracasos. Esto es el precio que deben pagar los partidos presidencialistas o personalizados. Al amparo del poder, Adolfo Su¨¢rez invent¨® la UCD, y aquellas familias pol¨ªticas exiguas que se unieron a Adolfo Su¨¢rez en la primavera de 1977 no lo hicieron al calor de la admiraci¨®n a Adolfo Su¨¢rez, sino solamente a que detentaba el poder con el respaldo de la Corona. As¨ª es como ascender¨ªan al Gobierno y al Parlamento, y no por entender eso -la influencia y el poder de Su¨¢rez- naufragaron otras figuras pol¨ªticas de evidente relieve, como las de Gil Robles, Ruiz-Gim¨¦nez, Fraga, Areilza, etc¨¦tera. La direcci¨®n pol¨ªtica de UCD ha estado a cargo, plenamente, de Adolfo Su¨¢rez, quien, f¨ªnalmente, busc¨® el refugio de sus ¨ªntimos y de sus confidentes en el palacio de la Moncloa, los cuales se comportaron con los h¨¢bitos de la podrida Roma de los c¨¦sares. Las ¨²ltimas remodelaciones ministeriales tuvieron como imagen el acotado de sus personajes fieles o ¨ªntimos. El partido no intervino apenas, sino como coro griego, en la concesi¨®n de las autonom¨ªas de Catalu?a y del Pa¨ªs Vasco, y no ha tenido ni la menor incidencia en la corfiguraci¨®n de la pol¨ªtica exterior. Adolfo Su¨¢rez ha arreglado personalmente, o a trav¨¦s de int¨¦rpretes ¨ªntimos, los avatares del consenso con socialistas y comunistas, y ha sido el ¨²nico puente abierto entre la Corona y el poder ejecutivo, e incluso con la estrategia nacional de conjunto. No han funcionado hasta los ¨²ltimos d¨ªas -y en los ¨²ltimos d¨ªas en precario- los organismos superiores o de direcci¨®n del partido centrista, y la disciplina de partido, mediante recados o papeles, ten¨ªa la misma identidad que la de los viejos modos. Ultimamente hasta decidi¨® por su .cuenta qui¨¦n ten¨ªa que ser el secretario general de la Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico -que es un liderazgo nato de representaci¨®n-, aunque las caracter¨ªsticas personales del designado tuvieran todos los merecimientos.
Adolfo Su¨¢rez puede tener el orgullo y la satisfacci¨®n de haber sido titular de un per¨ªodo excitante y atractivo dela historia espa?ola; pero eso le obliga a ser, asimismo, el responsable de los hechos, que no puede desplazar a otros. Y como las cosas no van bien en el pa¨ªs, y en el Parlamento le han. sacudido con una moci¨®n de censura, con la asistencia de casi un centenar y medio de diputados, y con un numeroso resto de abstenci¨®n que en conjunto alcanzan 183 votos no favorables, est¨¢ claro que no se pueden buscar otras responsabilidades que las propias. El inolvidable Jos¨¦ Ortega y Gasset produjo aquel famoso art¨ªculo ?Delenda est Monarch¨ªa? cuando la primera Restauraci¨®n se hab¨ªa agotado en 1923, la dictadura del general Primo de Rivera no hab¨ªa asumi,do la creaci¨®n y la estabilidad de un orden pol¨ªtico, permanente y no aparec¨ªan integrados en las ¨¢reas de responsabilidad p¨²blica o pol¨ªtica ni los obreros ni los intelectuales. La Espa?a oficial y la Espa?a vital eran cosas diferentes. El rey Alfonso XIII, sin posibilidad de reordenar una situaci¨®n en 1931, abandon¨® el pa¨ªs dando la raz¨®n al fil¨®sofo. Este no ,es el caso de la Corona ahora. Don Juan Carlos I ha creado el orden pol¨ªtico de la democracia cl¨¢sica, est¨¢n integrados en ella -como resulta l¨®gico- los obreros y los intelectuales, y la soberan¨ªa nacional est¨¢ en las manos del pueblo. No est¨¢ en crisis la Corona, pero los fracasos de la operaci¨®n Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico, al no tener de su parte la gran mayor¨ªa del Parlamento, y no ofrecer esperanzas al pa¨ªs en su programa sobre las adversidades presentes, ha hecho renacer un delenda est Su¨¢rez en el propio Congreso, que abrir¨ªa la ¨²nica posibilidad razonable que queda para abordar todas estas cosas: el urgente desarrollo constitucional, creando el Estado moderno, con todas las lecturas necesarias de la Constituci¨®n, sin ambig¨¹edades, con seguridad, y con la imaginaci¨®n y la autoridad necesarias para salir de la encrucijada presente; avisar al pa¨ªs, claramente, sin el auxilio de Mefist¨®feles, de Adam Smith o de Keynes, de nuestra realidad econ¨®mica, y proceder a subir la cuesta arriba que tenemos delante de nosotros, mediarite la erradicaci¨®n del desencanto y la animaci¨®n de nuestros sectores de producci¨®n y de inversi¨®n; obtener el ¨²nico consenso aprovechable con la izquierda -para que ¨¦sta ocupe su sitio en una oposici¨®n necesaria-, y que no es otro que el social, con sus. sindicatos, sin andarse por las ramas en las concesiones o en las denuncias ante el pa¨ªs, si hubiera razones que impidieran este pacto o consenso, y obrando en consecuencia, clarificaci¨®n de la pol¨ªtica exterior a los dos ¨²nicos fines del provecho econ¨®mico y de la defensa, y afrontar el terrorismo llegando hasta el l¨ªmite de la negociaci¨®n pol¨ªtica -para que no se queje Bandr¨¦s-, tras de la cual no proceder¨ªan otras medidas que las de erradicaci¨®n sin contemplaciones.
La naturaleza pol¨ªtica de esta ?nueva mayor¨ªa? parece que debe tener una base de entendimiento entre la UCD, Coalici¨®n Democr¨¢tica, catalanes y vascos, incluyendo personalidades independientes -como pensaban hacer los socialistas-, que tenga como objetivo la eficacia, y no represente ninguna animosidad o recelo contra socialistas y comunistas, que Son fuerzas legitimadas y asistidas en el proceso democr¨¢tico.Las manifestaciones de Rafael Arias Salgado sobre el gueto comunista, sin diferenciar claramente, y hasta escandalosamente, los eventos, result¨® intolerable. Constituye un sarcasmo envanecerse de haber tra¨ªdo a los comunistas con la condici¨®n de tenerles encerrados. No se trata de buscar asistencias parlamentarias completas -la concentraci¨®n que propugnaba Carrillo-, sino que el Gobierno tenga la autoridad de una mayor¨ªa, sin que esto represente la provocaci¨®n a la izquierda. Esta.ya no es una empresa hist¨®rica para Su¨¢rez, tal como yo la pinto, y tal como est¨¢ en el ambiente; su persona acaba de ser quemada en la hoguera del Parlamento, independientemente de su supervivencia por raz¨®n de la propia rigidez constitucional y de los emocionantes instintos de conservaci¨®n del presidente del Gobierno en el poder. Para Teresa de Jes¨²s el destino era el Cielo, para su paisano Adolfo Su¨¢rez es el Poder, y lo defender¨¢ con oraciones y llagas.
Ya no se tarta de inventar otro Su¨¢rez. Este fue oprtuno y ¨²til para pasar de la dictadura a la democracia. El acierto del Rey est¨¢ fuera de toda duda. Ese hombre que necesitaba aquel tiempo ten¨ªa que poseer las cualidades personales de Adolfo Su¨¢rez, que era un hombre d¨¦bil -puesto que en aquel tiempo la fortaleza estaba en la Corona-, sin creencias, porque no era un tiempo para dogm¨¢ticos, sino para un pol¨ªtico que fuera mitad lagarto y mitad liebre, y con brillante cualidades para seducir o enga?ar a sus semejantes pol¨ªticos; pero ese tiempo ha pasado. A los que se ten¨ªa que meter el tubo -de la derecha y de la izquierda- ya lo tienen dentro. Ahora hace falta un estadista, un personaje seguro en sus objetivos, un movilizador de esperanzas, un creador de situaciones pol¨ªticas estables, una inteligencia familiarizada con el Estado, un experto en la realidad m¨²ltiple internacional -financiera y de defensa-, un hombre decidido, y, a ser posible, no provocador de tempestades. Al tiempo que el mundo ha descorrido otro per¨ªodo, despu¨¦s de los sucesos de Ir¨¢n y de Afganist¨¢n, Espa?a ha abierto otra etapa despu¨¦s del gran debate en el Parlamento. Por el momento, y como coincidencia de la mayor parte de nuestra clase pol¨ªtica, el delenda est Su¨¢rez es nada menos, que la iniciaci¨®n de un nuevo recorrido. En Espa?a se puede decir aquello de Pascal respecto a que ?todo nuestro mal viene de que no sepamos permanecer en una habitaci¨®n?. La democracia convoca a todos los diferentes en la gran habitaci¨®n del Parlamento. El modo de estar en ella consiste en impedir aquello que hace all¨ª dentro imposible la convivencia. La necesidad de hacer un Parlamento habitable, que sea extensivo a lo que representa, y que es Espa?a, est¨¢ ah¨ª. Gobernar en solitario podr¨ªa ser heroico, pero no es ni viable, ni placentero, ni digno, ni democr¨¢tico. Ni es ya la hora de Su¨¢rez ni era todav¨ªa la hora de Felipe Gonz¨¢lez. Esta hora de nuestra democracia es aquella en que, puestos los cimientos con una Constituci¨®n, procede hacer el edificio; y cuando sobre nosotros est¨¢ desencadenada una tormenta, parece necesario un gran paraguas.
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