Hipocres¨ªa nacional
El partido Real Madrid-Castilla, en el que el primero de los dos equipos obtuvo la preciada Copa del Rey, fue un mal ejemplo para el pa¨ªs.Fue una batalla entre hermanos, en la cual los hermanos parec¨ªan padres e hijos sin problemas de generaciones: eran parientes que se amaban.
Espa?a no est¨¢ acostumbrada a este tipo de espect¨¢culos y la aparici¨®n de los mismos en la peque?a pantalla -los que van al c¨¦sped se ahorran la aventura de ver el f¨²tbol en la peque?a pantalla- crea traumas muy graves, de los que la comunidad nacional tarda mucho tiempo en recuperarse.
No es com¨²n, y eso deben saberlo los futbolistas antes de salir al campo, que los enemigos se saluden mientras se hallan en batalla. Cualquier amor no bendecido por la solidaridad en el objetivo es malo para el espectador, que ve en esos escarceos sentimentales la amenaza o la evidencia del tongo.
En el partido comentado hubo el prop¨®sito final de la victoria por parte de ambos conjuntos, pero se demostr¨® demasiado que ambos estaban de acuerdo en que el ¨¦xito del contrario era un ¨¦xito propio.
Ver a Juanito, futbolista que se caracteriza por despreciar al contrincante, sobre todo cuando ¨¦ste le supera, saludar con un aplauso al portero del Castilla, porque ¨¦ste le ha vencido en la lucha librada por el delantero contra el guardameta, es un mal ejemplo para el espectador nacional.
El espa?ol no debe aplaudir en el terreno de juego, porque nunca lo hizo; los ¨²nicos parlamentarios de este pa¨ªs que se han congratulado mutuiamente acerca de sus capacidades para usar la tribuna han sido Adolfo Su¨¢rez y Felipe Gonz¨¢lez, pero eso ocurre porque ambos son los ¨²ltimos ejemplares f¨®sil,es del consenso.
Juanito lleg¨® tarde al ruedo de la pol¨ªtica del f¨²tbol nacional y cambi¨®, sin quererlo, el drama del enfrentamiento fraterno por la bobalicona actitud del que aplaude al portero contrario cuando ¨¦ste le vence. Este es un pa¨ªs de gente que llega tarde a los sitios. Juanito ha hecho lo que ve a su alrededor, lo cual es francamente plausible, porque para ¨¦l, como para cualquier deportista que dependa de la afici¨®n y de la ficha, el medio es su mensaje.
La noche del pasado mi¨¦rcoles fue una desgracia nacional: al debate parlamentario que la semana anterior vieron los espa?oles le han puesto tirabuzones; el partido de f¨²tbol f¨ª nal de la,Copa del Rey, que debi¨® haber sido un enfrentamiento entre el porvenir y el pasado, entre la veteran¨ªa y lo radical, se qued¨® en agua de borrajas, en una exhibici¨®n en la que el corte de mangas fue sustituido por el ditirambo. El centro -y en el f¨²tbol no hay centro democr¨¢tico, porque los que juegan en el centro del terreno son la verdadera izquierda del f¨²tbol; la delantera es la derecha- ha dado un ejemplo de hipocres¨ªa nacional. Los equipos del centro han ofrecido un espect¨¢culo de unanimidad que habr¨¢ epatado a las regiones restantes. Han asistido a una fiesta entre hermanos cuando en este pa¨ªs todos esperaban un enfrentamiento, cuando menos, entre primos hermanos.
Ha sido una jornada aciaga, como todas aquellas jornadas en las que Poldark perd¨ªa ante Warleggan, tan c¨®mica y tan dram¨¢tica como aquellas escenas en las que el flaco, que hab¨ªa hecho tan excepcional dribling a su onerosa fortuna, perd¨ªa tontamente ante la voluminosa y rotunda l¨®gica despreciable del gordo. Stan Laurel vest¨ªa de azul y era el Castilla. El Madrid, como siempre, iba de blanco y gordo y se llev¨® la banca. El p¨®quer no se hizo para los peque?os, Bogey.
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