Espa?a y el sue?o de la unidad europea
Las recientes declaraciones del ministro Oreja a este peri¨®dico, la pr¨®xima visita del presidente Carter a Madrid, en una gira que comienza hoy en Roma, las actitudes francesas respecto a la negociaci¨®n espa?ola con la CEE y los problemas y contenciosos que con pa¨ªses vecinos mantiene nuestro Gobierno, han puesto s¨²bitamente de actualidad el debate sobre la pol¨ªtica exterior espa?ola. Este resulta m¨¢s interesante cuanto que de manera incomprensible estuvo ausente en las recientes y maratonianas discusiones de las Cortes sobre la pol¨ªtica general del Gobierno. Los espa?oles deben saber, sin embargo, que en un alto porcentaje, su nivel de vida individual, el disfrute de las libertades y la definici¨®n final del modelo de convivencia que impere entre nosotros depende de la manera como se resuelva la actual crisis de las relaciones internacionales. Para el viajero que viene de Estados Unidos o de Europa occidental resulta por eso asombroso la poca sensibilidad que el ciudadano espa?ol muestra respecto a estas cuestiones y contrasta la pol¨¦mica interna de nuestra pol¨ªtica -en alguna medida te?ida de un lamentable y paleto provincianismo con el ambiente preb¨¦lico que empieza a ense?orearse de algunas de las capitales occidentales. La situaci¨®n de Espa?a en Europa adquiere matices especiales toda vez que no es miembro de la Comunidad Econ¨®mica Europea ni tampoco de la OTAN. El hecho de haber estado aislada durante largo tiempo del resto del continente y de haber mantenido, por su parte, lazos espec¨ªficos con Estados Unidos, demanda por eso una meditaci¨®n espec¨ªfica sobre el caso espa?ol.
Espa?a no ha participado en ninguna de las dos guerras mundiales, se encuentra en una situaci¨®n estrat¨¦gica de extraordinaria importancia en el Mediterr¨¢neo, y tiene lazos hist¨®ricos y pol¨ªticos de signo particular con los Estados ¨¢rabes. Es adem¨¢s el ¨²nico pa¨ªs del ¨¢rea occidental europea que no mantiene relaciones con Israel, mientras se haya envuelto en los contenciosos entre Marruecos y Argelia respecto al antiguo Sahara espa?ol, y a la par mantiene dos provincias -las islas Canarias- en territorio africano y est¨¢ presente en el norte del Magreb con dos plazas de soberan¨ªa (Ceuta y Melilla). Desde principios de los a?os cincuenta Espa?a se encuentra vinculada a la defensa del mundo occidental por un acuerdo bilateral con Estados Unidos de Norteam¨¦rica y ocasionalmente el Ej¨¦rcito espa?ol realiza maniobras conjuntas terrestres o navales con fuerzas de la OTAN.
Espa?a se siente, adem¨¢s, unida sentimental, ling¨¹¨ªstica, hist¨®rica y econ¨®micamente al continente suramericano. Esta uni¨®n no es s¨®lo un s¨ªmbolo, ni fruto de una actitud superficial. El reciente encuentro de los cancilleres del Pacto Andino, en Madrid, ha puesto de relieve las estrechas conexiones de todo tipo que existen entre los pa¨ªses que forman dicho acuerdo y la naci¨®n espa?ola, y es demanda de muchos Gobiernos latinoamericanos que Espa?a sirva en alg¨²n modo de puente entre aquellas naciones y el continente europeo. Cualquier an¨¢lisis que se haga de la posici¨®n espa?ola en el concierto internacional tiene que partir de los hechos anteriormente expresados y del factor a?adido de la situaci¨®n interna de nuestro pa¨ªs, inmerso a¨²n en un curioso per¨ªodo de transici¨®n. de la dictadura a la democracia, sin que medie un proceso revolucionario y dirigido en gran parte por personas que en su d¨ªa detentaron responsabilidades de Gobierno durante el franquismo.
La llamada de Carter
Las actitudes recientes del presidente Carter en los conflictos internacionales de Ir¨¢n y Afganist¨¢n, su solicitud de boicoteo a los Juegos Ol¨ªmpicos de Mosc¨², y de apoyo en las sanciones econ¨®micas y de cualquier otro tipo contra el r¨¦gimen del ayatollah Jomeini, han situado a sus aliados europeos en una posici¨®n extraordinariamente dif¨ªcil, y la propia Espa?a no se hurta a esas dificultades.
En lo que respecta a la sugerencia de no ir a la Olimpiada, la actitud americana, contestada por los muchos comit¨¦s Ol¨ªmpicos europeos, y seguida s¨®lo a medias por los Gobiernos occidentales, m¨¢s parece tratarse de una maniobra propagand¨ªstica electoral que de otra cosa. Sin necesidad de justificar lo injustificable -la invasi¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n-, resulta una evidencia que el boicoteo de los Juegos, adem¨¢s de ser in¨²til respecto a sus pretendidos objetivos -nadie podr¨ªa pensar que los rusos se retirar¨ªan-, puede significar un grave aumento de la tensi¨®n internacional y un deterioro dif¨ªcil de reparar en las relaciones de Occidente con la Uni¨®n Sovi¨¦tica. V¨ªctima primera y principal de ese deterioro ser¨¢, probablemente, la propia Europa, lanzada a la aventura del boicoteo por la decisi¨®n unilateral y apresurada del presidente americano.
La solicitud de sanciones contra Ir¨¢n, que s¨®lo en cierta medida est¨¢ siendo apoyada por los Gobiernos de los nueve, aporta otras interrogantes al papel que la Comunidad Europea y las naciones del viejo continente pueden jugar en los conflictos internacionales. El alto grado de dependencia que algunos de los aliados norteamericanos mantienen respecto al petr¨®leo iran¨ª no puede ser paliado solamente con promesas, como las hechas por Carter a los japoneses. El deterioro creciente de las econom¨ªas europeas occidentales puede verse irremisiblemente empeorado si un nuevo aumento de los crudos o una mayor restricci¨®n en el consumo se produce como consecuencia de las sanciones contra el ayatollah. Y, lo que es peor, cualquier posibilidad de mediaci¨®n europea entre ¨¦ste y el Gobierno americano amenaza con desaparecer.
Ambas cuestiones, la invasi¨®n de Afganist¨¢n y el mantenimiento de los rehenes norteamericanos en Persia, ponen de manifiesto la escasa capacidad pol¨ªtica del presidente Carter para hacer frente a provocaciones de este g¨¦nero, sin duda, entre otras cosas, porque el protagonismo internacional de la Europa del Oeste ha desaparecido o mermado considerablemente desde que Kissinger ocupara la secretar¨ªa de Estado. Una Europa alineada menos incondicionalmente con los intereses americanos, m¨¢s capacitada para la reflexi¨®n ' moral y para la ideaci¨®n pol¨ªtica que lo que es ahora, m¨¢s unida en sus decisiones y m¨¢s decidida en ellas, podr¨ªa, quiz¨¢, en un futuro pr¨®ximo, servir de algo si las tensiones se agudizan entre los dos grandes y sobre todo, podr¨ªa evitar ser la primera v¨ªctima inevitable de la confrontaci¨®n. Parad¨®jicamente, una Europa menos americanizada le servir¨ªa m¨¢s a Am¨¦rica.
Estados Unidos, desde la ¨¦poca de Nixon a esta parte, no aparecen tanto envueltos en la defensa de un modelo de sociedad como en el combate a ultranza del expansionismo sovi¨¦tico. Y si ¨¦ste, efectivamente, debe ser parado y desarticulado en lo posible, la vieja Europa no puede perder de vista su antiguo papel iluminador del pensamiento y la acci¨®n en los grandes momentos del mundo.
La enunciaci¨®n de la pol¨ªtica de Carter como el resultado de la defensa de los derechos humanos no sirve por s¨ª sola cuando se hace un balance de su ejecuci¨®n. Los americanos han fracasado en sus proyectos de establecimiento de democracias de nuevo cu?o por toda la faz de la Tierra. Llegaron tarde a Ir¨¢n, llegaron tarde a Nicaragua y han llegado tarde a El Salvador. Pr¨¢cticamente s¨®lo Espa?a y Portugal son las excepciones de entre aquellos pa¨ªses que, sometidos hasta fecha reciente a f¨¦rreas dictaduras que contaban con el apoyo yanqui, han podido evitar el movimiento de p¨¦ndulo que les llevara a un nuevo sometimiento a dictaduras de otro signo con el apoyo sovi¨¦tico. Por lo dem¨¢s, la sospecha de que no todo en las actitudes de la URSS se debe a un feroz deseo de expansionismo y de que existen razones que en modo alguno justifican, pero que, en cierta medida, explican desde el punto de vista pol¨ªtico o estrat¨¦gico dichas actitudes, debe ser m¨¢s analizada. Seg¨²n este otro prisma, la invasi¨®n de Afganist¨¢n habr¨ªa sido una respuesta a la decisi¨®n de instalar los misiles Pershing en Europa Central, y no el inicio de la b¨²squeda del Indico por el Ej¨¦rcito rojo. La eventual inclinaci¨®n del r¨¦gimen jomeinista hacia las autoridades de Mosc¨² se deber¨ªa igualmente a razonamientos de pura t¨¢ctica y un hecho de que la ?revoluci¨®n o al isl¨¢mica? no resulte tambi¨¦n un peligro serio para los sovi¨¦ticos. El deseo excesivo de simplificaci¨®n de que hace gala numerosas veces el Pent¨¢gono no debe Impregnar a la opini¨®n p¨²blica europea y ¨¦sta debe ser consciente de que el manique¨ªsmo expresado por el ex presidente Nixon en su ¨²ltimo y reciente libro no conduce a nada provechoso. Europa no puede emprender una acci¨®n creativa en la pol¨ªtica partiendo de la absurda tesis de que todo lo que pasa es que en el mundo de hoy existe un malo -la URSS-, y un bueno -EE UU- En todo caso, los europeos podemos y debemos todav¨ªa aspirar a ser algo por nosotros mismos y a no dejamos identificar exclusivamente por nuestras amistades.
?Una uni¨®n de mercaderes?
La creaci¨®n de esta nueva Europa, capaz de no ser subsidiaria en todo y para todo de los grandes dictados de Washington, exige, sin embargo, algunas capacidades que los actuales l¨ªderes pol¨ªticos del continente no exhiben. Los padres de la idea de la Europa unida no pensaron s¨®lo ni primordialmente en un acuerdo econ¨®mico que la sostuviera, y la reducci¨®n del proyecto a lo que la propia izquierda de muchos pa¨ªses occidentales llama ?la Europa de los mercaderes? es hartamente da?ina para la concreci¨®n de esa idea global de Europa que un d¨ªa fuera so?ada. La constataci¨®n de las numerosas dificultades que existen a la hora de configurar semejante planteamiento no debe hacer perder de vista, siquiera como sue?o, el ideal propuesto. Sin embargo, la insolidaridad de los integrantes de la Comunidad hace temer definitivamente incluso por la formulaci¨®n te¨®rica de ese ideal.
Volviendo al caso de Espa?a, ¨¦ste resulta del todo ilustrativo. En los dos frentes citados anteriormente -CEE y OTAN- encuentra resistencias e incomprensiones que a nadie benefician. En lo que se refiere a las negociaciones con la Comunidad Econ¨®mica, las dificultades presentadas, principalmente por Francia, a la integraci¨®n de Espa?a en'6ase a la discusi¨®n sobre la pol¨ªtica de precios agr¨ªcolas y las exigencias inmediatas de la Comunidad respecto al degarme arancelario espa?ol en productos industriales hace temer ahora seriamente por el futuro de las negociaciones.
En nuestro pa¨ªs, todos los partidos pol¨ªticos con representaci¨®n parlamentaria, el comunista incluido, apoyan de forma decidida la integraci¨®n en la CEE; pero ¨¦sta no ha de producirse a cualquier precio. Y, tras la reciente actitud francesa, hay que preguntarse si terminara o no por producirse alg¨²n d¨ªa. El papel cooperador que Espa?a puede representar respecto a Am¨¦rica Latina y sus especiales relaciones con los pa¨ªses ¨¢rabes est¨¢n siendo minusvalorados por los representantes de los nueve, mientras que el propio Gobierno de Madrid mantiene una incomprensible y censurable actitud de no reconocimiento del Estado de Israel. Sea como sea, las expectativas de una pronta integraci¨®n de Espa?a en la CEE se desvanecen cada d¨ªa m¨¢s, y los espa?oles, que se sent¨ªan discriminados por motivos pol¨ªticos durante el franquismo, se sienten ahora discriminados por motivos econ¨®micos y electorales, en un momento en que la democracia espa?ola afronta serios problemas de supervivencia.
Pero mientras desciende el inter¨¦s europeo por la integraci¨®n espa?ola en la CEE, aumenta la evidente presi¨®n de los Gobiernos del ¨¢rea y de Estados Unidos para su entrada en la OTAN. Estas presiones -a las que responden, sin duda, las declaraciones del ministro Oreja- desconocen del todo el car¨¢cter neutralista de gran parte de nuestros conciudadanos, que no guardan la experiencia de haber intervenido en las guerras mundiales y que se sienten bien en la actual situaci¨®n. Desconocen tambi¨¦n el hecho de que Espa?a ser¨¢ anfitri¨®n, este a?o, de la tercera sesi¨®n de la Conferencia Europea de Seguridad, si finalmente se lleva a cabo, y desconocen que el Gobierno de Madrid ha pretendido mantener, hasta fecha bien reciente, buenas relaciones con el Movimiento de los No Alineados. Por ¨²ltimo, desprecian la evidencia de que un s¨²bito reforzamiento de los pa¨ªses de la Alianza con la inclusi¨®n de Espa?a dar¨ªa imperdonablemente buenos pretextos a la Uni¨®n Sovi¨¦tica para intervenir de una forma u otra en Yugoslavia.
El car¨¢cter occidental y de aliado de Estados Unidos no va a' cambiar en Espa?a por su decisi¨®n de entrar o no en la OTAN, y el compromiso activo en la defensa de una Europa de la que se siente parte ha de seguir vigente en cualquier caso. Lo que los espa?oles demandamos es un poco m¨¢s de respeto a nuestras posiciones y alg¨²n margen de actuaci¨®n en la definici¨®n de nuestro destino. Exactamente le, que deber¨ªa demandar ahora toda la Europa occidental. La sensaci¨®n de subsidiariedad absoluta. respecto al coloso yanqui que los dirigentes europeos muestran -con la excepci¨®n de Giscard- es m¨¢s que preocupante, y la meditaci¨®n sobre los aspectos aqu¨ª se?alados no debe resultar in¨²til. Abandonando la pol¨¦mica sobre la existencia o no de una ?tercera v¨ªa?, Europa debe reencontrar el camino de su autonom¨ªa dentro de los conciertos de alianza y amistad con Estados Unidos. A veces, decir que no al presidente Carter no significa necesariamente decir que s¨ª a los dirigentes del Kremlin ni negar la mano ni la ayuda a la naci¨®n americana. Significa quiz¨¢ tratar de poner un poco de racionalidad y alguna ¨¦tica en un proceso peligrosamente marcado por las irritaciones y los nerviosismos de la campa?a electoral en Estados Unidos.
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