Carter, en Madrid
Siguiendo una l¨ªnea de precedentes visitas, inaugurada por el presidente Eisenhower en 1959, el jefe del Estado norteamericano visita por unas horas nuestra capital. Es un gesto destinado a mostrar la importancia geopol¨ªtica de nuestro pa¨ªs en el contexto internacional y en lo que se llama el flanco sur del occidente europeo, es decir, el ¨¢rea mediterr¨¢nea. Se afirma que esta breve expedici¨®n europea -Roma, Vaticano, Venecia, Yugoslavia, Madrid y Lisboa- tiene, sobre todo, motivaciones electorales. El tema de las implicaciones electorales es arrojado como un argumento definitivo para minimizar las razones de un itinerario o para explicar v¨¢lidamente las actitudes de Esta dos Unidos ante la crisis internacional. presente. Parecer¨ªa, de acuerdo con ciertos comentaristas, que la invasi¨®n militar del neutral Afganist¨¢n o la tensi¨®n creciente del Oriente Pr¨®ximo o la situaci¨®n agobiante de las econom¨ªas de las naciones desarrolladas, en virtud del alza incontenida de los precios del crudo, fueran simples y triviales episodios magnificados o inventa dos por los directores y managers de la campa?a presidencial estadounidense.Acusaci¨®n de electoralismo
Es un espect¨¢culo de feroz iron¨ªa el contemplar c¨®mo se acusa de ?electoralismo? a la pol¨ªtica exterior de Washington por parte de quienes no celebran nunca elecciones libres y democr¨¢ticas dentro de su propia casa. S¨ª; ya sabemos que cada cierto n¨²mero de a?os, se somete a votaci¨®n popular el mando supremo del poder ejecutivo norteamericano y que ello comporta buen n¨²mero de inconvenientes y de riesgos. Se crea con ello, en efecto, un per¨ªodo de incertidumbre pol¨ªtica y de espera en los altos niveles de la Administraci¨®n p¨²blica. El Estado sigue funcionando y la sociedad, por supuesto, tambi¨¦n, pero dentro de un ambiente de expectativa dudosa. Claro es que en otros sistemas pol¨ªticos no se producen esas ambig¨¹edades. El dictador o el jefe totalitario manda hasta su muerte, sobrevenida por enfermedad, atentado o golpe de Estado. En vez de los muestreos, hay partes m¨¦dicos, repletos de pedanter¨ªa diagnosticante y de oscuridad deliberada. Las, campa?as electorales se sustituyen por los compl¨®s o los actos de violencia. Son dos filosof¨ªas contrapuestas de la vida p¨²blica. La superioridad del Occidente democr¨¢tico consiste precisamente en someter al contraste de la opini¨®n, libremente expresada, la continuidad de un hombre determinado al frente de la maquinaria del poder o su relevo por otro que representa una alternativa distinta. No es ello un capricho con inconvenientes, sino una exigencia constitucional. La sociedad abierta paga as¨ª su tributo a los principios ideol¨®gicos que respetan la voluntad popular que los inspira.
Hay siempre una regalada y secreta fruici¨®n en debelar verbalmente al poderoso. Est¨¢ de moda criticar a Carter. Se dice de ¨¦l que ha llevado a cabo una pol¨ªtica vacilante y, en definitiva, d¨¦bil, y que ello ha producido el gradual desenga?o de sus aliados europeos y de Jap¨®n. Pienso que tal interpretaci¨®n simplista no corresponde a la realidad norteamericana. Si hay una colectividad libre en que las tendencias que brotan del consenso social se hallan permanentemente en acci¨®n y en presencia, para reducir una resultante definida, esa es Estados Unidos. Las fuerzas que integran la estructura del tejido social colectivo americano est¨¢n en continua actividad y se?alan una direcci¨®n que condiciona la pol¨ªtica del pa¨ªs. El presidente conduce el Gobierno, pero, en mayor medida, interpreta lo que le piden las corrientes manifiestas de la opini¨®n y el sentido dominante del Congreso. Quien no tenga en cuenta esos datos puede llegar a conclusiones totalmente err¨®neas. Por ello, el margen de modificaci¨®n de rumbo que en las grandes cuestiones puede decidir un presidente es m¨¢s bien escaso y reducido.
Posibilidades de reelecci¨®n
No soy experto en la materia, pero me inclino a pensar que el actual presidente tiene buenas posibilidades de ser reelegido en noviembre, salvo grave e inesperado contratiempo. Los problemas que ha de afrontar en el futuro son los mismos que hoy se hallan encima de la mesa de los que gobiernan a los pueblos que pertenecemos al condominio democr¨¢tico, es decir, las solamente treinta y tantas naciones que se rigen por el sistema del pluralismo y de las libertades en el conjunto de las 164 naciones independientes. Tenemos ante nosotros graves amenazas para la supervivencia de la sociedad, abierta a manos de la violencia y de la crisis econ¨®mico-social, que la genera y agrava. La distancia abismal que separa los pueblos ricos de los pobres es otro alarmante factor que anuncia pr¨®ximas inestabilidades mundiales. No se ve tampoco con claridad la existencia de un programa viable para superar la carencia energ¨¦tica de los pr¨®ximos quince a?os y que asegure la disponibilidad de los crudos del Golfo para que siga funcionando la civilizaci¨®n industrial en la que vivimos. Hay adem¨¢s una inc¨®gnita sombr¨ªa: cu¨¢l va a ser la pol¨ªtica futura del otro gran poder nuclear, la Uni¨®n Sovi¨¦tica. ?Se lanzar¨¢ Mosc¨² al expansionismo imperialista en el mundo entero? ?Tratar¨¢ de utilizar la temporal ventaja que lleva en estos a?os sobre Occidente en el balance estrat¨¦gico de las armas no convencionales? ?Intervendr¨¢ en agresiones por sorpresa o en negociaciones por coacci¨®n? He aqu¨ª un manojo de cuestiones que agobian al ciudadano europeo y que debieran interesar tambi¨¦n al espa?ol medio.. Y escribo ?debieran? porque no dej¨® de llamarme la atenci¨®n que en el largu¨ªsimo y reciente debate de nuestro Congreso de los Diputados, no se las mencionara apenas, c¨®mo si Espa?a fuera un compartimiento estanco de intensa vida de clausura, cerrada sobre si misma, so?ando altanera el soliloquio de sus indiferencias hacia lo que pase fuera de sus fronteras.
?Carter viene a pedir nuestra alineaci¨®n en su bloque militar?, he le¨ªdo en m¨¢s de un reciente titular period¨ªstico. Yo no creo que el presidente americano venga a pedirnos nada. Viene, entre otras cosas, a devolver la cortes¨ªa que el Rey hizo a Estados Unidos cuando visit¨® la naci¨®n norteamericana en su primer viaje al exterior. Recuerdo el espont¨¢neo impulso de senadores y representantes en el Congreso de Washington levant¨¢ndose de sus esca?os, en cerrado aplauso, al o¨ªr el p¨¢rrafo del mensaje del joven soberano espa?ol anunciando, ya en junio de 1976, que la alternativa de poder estar¨ªa abierta en el futuro constitucional de la Monarqu¨ªa a la opci¨®n pol¨ªtica que tuviera el respaldo mayoritario de la voluntad popular. Todos los parlamentarios americanos entendieron el verdadero alcance de ese p¨²blico compromiso.
Espa?a tiene una opini¨®n en la que existen diversas corrientes bien definidas. Funciona nuestro pa¨ªs en r¨¦gimen de sociedad abierta y de econom¨ªa mixta de mercado. Mantiene unos h¨¢bitos seculares la vida. Se mueve dentro de un hondo, popular e identificado perfil cultural. Y se halla inserta en un arraigo religioso determinado. De todo ello se desprende nuestra alineaci¨®n natural como pueblo. Espa?a democr¨¢tica es occidental, europea, se inspira en la vigencia plenaria y plural de las libertades civiles y en las alternativas de poder que hayan de surgir del sufragio popular, limpio, secreto y garantizado. La gran Rep¨²blica de Norteam¨¦rica mantiene desde su bicentenaria fundaci¨®n an¨¢logo c¨®digo de principios en su vida p¨²blica. Subrayar esa coincidencia es lo que importa en la ocasi¨®n de la visita de su primer mandatario a Madrid. A esa similitud queremos ser fieles.
Entendimiento profundo
El desnivel de poder¨ªo, la desigualdad entre las dimensiones geogr¨¢ficas y demogr¨¢ficas, los distintos ¨¢mbitos de, influencia y vecindad no impiden a Espa?a y a Estados Unidos entenderse en profundidad. Nuestro Tratado de Madrid, firmado en 1976, es susceptible, en su pr¨®xima renegociaci¨®n, de ampliaciones fundamentales que en las actuales circunstancias ser¨ªa conveniente lograr. No debemos seguir m¨¢s tiempo convertidos en una pieza exc¨¦ntrica y singular de la estrategia defensiva occidental. Ni carecer de lo que consideramos esencial y necesario para proteger nuestra independencia territorial contra cualquier peligro que la amenace directa o indirectamente.
El viejo amigo de tantos presidentes Bernard Baruch sol¨ªa repetir a quienes visitaban por vez prim.era Estados Unidos: ?Never sell America short?. Lo que puede traducirse libremente como: ?No minimice usted Am¨¦rica?. Subrayando as¨ª las potenciales posibilidades de la energ¨ªa colectiva de aquel pueblo. Estoy seguro de que el presidente Carter, en Madrid, no ha de infravalorar en ning¨²n caso tampoco la fuerte personalidad de Espa?a y su valiosa contribuci¨®n a la comunidad de Occidente, cuyos ideales compartimos y en la defensa de cuyos intereses, a veces abigarrados y contrapuestos, participamos. En una Europa fatigada -su mayor peligro, seg¨²n Hussere- nuestro joven pa¨ªs tiene quiz¨¢ intactas vastas reservas de ilusi¨®n activa que sirvan do levadura a un continente que trata de equilibrar con sus propias ideas y criterios el desmesurado peso de su protector.
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