Diecis¨¦is muertos y veinti¨²n heridos en el mas grave accidente de Renfe de los ¨²ltimos a?os
Diecis¨¦is muertos y veinti¨²n heridos, adem¨¢s de un n¨²mero indeterminado de lesionados que no precisaron asistencia m¨¦dica, es el balance del choque entre un tren Talgo y un convoy de mercanc¨ªas en la estaci¨®n de Torralba, ocurrido en la noche del mi¨¦rcoles. La identificaci¨®n de las v¨ªcti mas fue muy laboriosa, debido al estado en que fueron encontrados los cuerpos y a la falta de documentaci¨®n en algunos de ellos. No han podido aclararse las circunstancias por las que el Talgo continu¨® su marcha, a pesar de que se hab¨ªan apagado las se?ales luminosas debido a un corte de energ¨ªa el¨¦ctrica, ni tampoco hay explicaci¨®n al hecho de que el Talgo fuera desviado a la v¨ªa secundaria en que se encontraba detenido el mercanc¨ªas. Ayer resultaron infructuosos los intentos de que responsables de Talgo ofrecieran su versi¨®n sobre las hip¨®tesis manejadas por Renfe y las autoridades.
?Acababa de granizar, pero ya hab¨ªa escampado. La luz el¨¦ctrica se fue. Escuch¨¦ un ruido muy sordo y, al asomarse a la ventana de mi casa, en la estaci¨®n de Torralba, vi los cables del tendido el¨¦ctrico sacudirse, como si fueran a venirse abajo. Sal¨ª corriendo de casa y llegu¨¦ a donde los trenes se acababan de empotrar. Sobre el terrapl¨¦n hab¨ªa muchos muertos. Los camareros del Talgo atend¨ªan a los heridos que hab¨ªa desparramados por el suelo entre gritos y dolores?.Adolfo Incertis, de catorce a?os, fue uno de los primeros que lleg¨® al lugar del accidente. Ahora, cuando ya ha amanecido, desde el terrapl¨¦n no se atreve casi a mirar c¨®mo los equipos de rescate intentan arrancar de las chapas del Talgo 253 el cuerpo del maquinista atrapado, cuyo brazo izquierdo asoma por la hundida ventanilla de la m¨¢quina del Talgo.
La locomotora del este tren se incrust¨® de frente contra la de un tren de mercanc¨ªas tipo TECO, de contenedores, que aguardaba en las inmediaciones de la estaci¨®n de Torralba el paso preferente del Talgo Barcelona- Madrid. Eran las 20.45 de la tarde del martes, seg¨²n dice un reloj que se par¨® a esa hora. Una siniestra conjunci¨®n de causas hizo que el Talgo entrara en la v¨ªa donde el TECO 4012 esperaba. Tras el corte de fluido, provocado por los rayos, las dos se?alizaciones permanec¨ªan apagadas, lo cual debiera haber supuesto la parada inmediata del Talgo. Pero este tren no se detuvo, y a unos cien kil¨®metros por hora -seg¨²n fuentes de Renfe- entr¨® en otra v¨ªa distinta de la que segu¨ªa hasta entonces. Ricardo Moreno era el jefe de circulaci¨®n esa noche. El cambio de agujas no se hizo. Los dos maquinistas del mercanc¨ªas saltaron horrorizados por las ventanillas; uno muri¨® aplastado, el otro qued¨® gravemente herido.
Sobre las luces de los reflectores y bajo una tormenta ronca, salpicada por r¨¢fagas de lluvia, los dos trenes aparec¨ªan empotrados por sus cabezas. Dos vagones del Talgo se alzaron sobre su m¨¢quina y otros cuatro m¨¢s descarrilaron hacia un terrapl¨¦n de unos diez metros de hondo.
El p¨¢rroco de Horna
El silencio se hizo sobre los escombros de los trenes. Debajo quedaban, con certeza, cad¨¢veres. Dos gr¨²as acababan de llegar por entre el lodazal formado por el granizo y la lluvia. De entre los escombros apareci¨® la figura del p¨¢rroco de Horna, Jos¨¦ Clep¨¦s, con los ¨®leos en la mano izquierda y un libro de rituales funerarios en la mano derecha. Busc¨®, junto a centenares de guardias civiles, sanitarios de Cruz Roja, soldados, polic¨ªas y voluntarios, los heridos que no aparecer¨ªan, ?ha sido este jod¨ªo temporal, y perd¨®nenme, por Dios?, dice el p¨¢rroco, cuyos ojos se llenaban de compasi¨®n al aparecer diseminados y terriblemente amputados los primeros cad¨¢veres.
Con el fragor de los rel¨¢mpagos, Fernando Mata, miembro de la brigada de rescate de Renfe, dec¨ªa en voz queda: ?En los diecis¨¦is a?os que llevo en la brigada, nunca he visto otro accidente tan monstruoso en nuestra zona, que abarca desde Arag¨®n hasta Alc¨¢zar de San Juan?. Cuando se le pregunta por las causas del suceso, mira el suelo, se calla y dice, muy bajo, que ?son encontradas las versiones que se van dando?.
Jes¨²s Arenal es el m¨¦dico titular de Medinaceli, que dista unos cinco kil¨®metros de la estaci¨®n de Torralba. ?Yo he comprobado ocho muertes. Casi todos con fracturas de cr¨¢neo. Los golpes mortales han sido, en su mayor parte, en la cabeza. Menos mal que los que viajaban en los vagones de cola rodaron dando volteretas, que iban amortiguando los golpes contra los asientos; si no, yo no sabr¨ªa decir lo que esto hubiera sido?.
Gr¨²as y cascotes
Poco a poco, las gr¨²as fueron apartando los cascotes, de los que colgaban faldas, bolsos, pedazos de gomaespuma. Debajo de las chapas de los coches retorcidos aparec¨ªan deformadas m¨¢quinas, ejes medio fundidos por el golpe, cables amasados con extintores y alguna novela de Agatha Christie.
Un poco despu¨¦s, cuando los primeros destellos de la ma?ana azuleaban el cielo, el cuerpo de un hombre de aspecto elegante, de cabello cano y talla alta, presentaba sus manos mansamente distendidas hacia arriba desde una camilla movediza.
La ma?ana se abri¨® paso poco a poco. Las cabezas rubias de un grupo de voluntarios vascos zigzagueaban junto a los tricornios de los guardias civiles, forzando a la vez la chapa apelmazada, que no quer¨ªa ceder. Los brazos de algunos hombres de Renfe se unieron tambi¨¦n a la tarea. S¨®lo mediante dos m¨¢quinas fue posible separar las cabezas empotradas de los dos trenes.
Una fumata blanca, casi albina, sali¨® de una de las m¨¢quinas cuando se separaron las dos. Era un extintor que parec¨ªa haber te?ido de blanco la noche m¨¢s negra que recuerda el pueblecito soriano de Torralba desde siempre.
Apresados entre los restos
Uno de los heridos graves en este accidente, Joaqu¨ªn Carbonell, recuper¨® el conocimiento a las diez de la ma?ana de ayer en la residencia de la Seguridad Social de Guadalajara, donde se encuentra internado. Con gran emoci¨®n relat¨® que hab¨ªa permanecido durante una hora entre los hierros retorcidos casi sin poder articular palabra.
? El espect¨¢culo era horrible. Los viajeros permanecian apresados entre los restos retorcidos de los vagones, dando gritos y quej¨¢ndose. Bajo una impresionante lluvia, el humo que desped¨ªan los restos se confund¨ªa con el ruido del agua al caer?, manifest¨® Joaqu¨ªn Carbonell.
Cientos de personas se presentaron en el Hospital General de Soria, al enterarse del accidente, para donar su sangre. Una actitud similar fue observada por otras muchas personas de las provincias de Guadalajara, Zaragoza, Logro?o y Guip¨²zcoa, en respuesta a los llamamientos efectuados a trav¨¦s de emisoras de radio.
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