La otra vida de S¨ªsifo
S¨ªsifo, a punto de morir, quiso poner a prueba el amor de su mujer y cometi¨® la imprudencia de ordenarle que arrojara a la plaza p¨²blica su cuerpo insepulto. La orden se cumpli¨® y S¨ªsifo despert¨® en los infiernos. Su irritaci¨®n fue tan grande que logr¨® el permiso de Plut¨®n para retornar a la Tierra y tener as¨ª oportunidad de castigar a su cruel y obediente esposa. Asegura Homero que cuando S¨ªsifo volvi¨® a ver Grecia, a gustar los placeres del agua y del sol, de la c¨¢lida suavidad de las rocas y la serenidad del mar azul, el retorno a las sombras del Averno se le hizo insoportable. Las llamadas al orden, las iras y las amenazas de nada sirvieron. S¨ªsifo vivi¨® muchos a?os gozando de las olas brillantes y de las sonrisas de las muchachas en el anochecer. Para hacerle entrar en raz¨®n fue necesario un fulminante decreto de los dios es: Mercurio tuvo que bajar a la Tierra y coger por el cuello a S¨ªsifo, apartarlo de sus goces y llevarlo, por la fuerza, hasta los infiernos. Y es que a los seres humanos les agrada la buena vida y tambi¨¦n el Dolce farniente.
Presumo que el n¨²mero de l¨ªderes o dirigentes pol¨ªticos que ahora est¨¦n recordando ese fragmento de la mitolog¨ªa griega ser¨¢ muy escaso. Pero as¨ª como S¨ªsifo tuvo que regresar al infierno, es conveniente recordar que tambi¨¦n los gobernantes tendr¨¢n que retornar muy pronto al Parlamento, no ya de la mano de Mercurio, sino de la de millones de ciudadanos, que desde el 15 de junio de 1977 est¨¢n contemplando, una y otra vez, c¨®mo fracasa el Gobierno en su in¨²til intento de hacer algo que el descubridor del R¨ªo de la Plata, Juan D¨ªaz de Sol¨ªs, ya hab¨ªa pretendido en 1516: que can¨ªbales y vegetarianos vivieran en paz. El resultado es conocido por todos. Se lo comieron los indios, pues carec¨ªa de autoridad moral para convencer y tambi¨¦n le faltaba fuerza para ordenar.
Ahora se habla de pactos avalados por contraacuerdos; se mencionan nombres que suben y bajan; se amenaza con otro oto?o caliente; las renuncias est¨¢n presentadas y los ceses decretados, etc¨¦tera. ?No ser¨ªa mejor decidirse a gobernar y dejarse de abrazos retorcidos y palmaditas en la espalda? En otras palabras, para el presidente las vacaciones no existen m¨¢s que en la esperanza de encontrar en ellas un ?Gobierno f¨¢bula? que 5alve el pa¨ªs -que le salve a ¨¦l.
Cuando se gobierna en serio se hace pol¨ªtica, necesaria e inevitablemente. Como es archisabido, la pol¨ªtica consiste en una cuesti¨®n tan sencilla que causa rubor repetirla. Se trata, sin duda, de dirigir la conducta humana a la b¨²squeda del poder, pero tambi¨¦n, y sobre todo, a su ejercicio. Tanto ?hace? pol¨ªtica -o puede hacer- un modesto alcalde en una aldea de cien habitantes, como el presidente desde su sill¨®n oficial en la Moncloa. En consecuencia, quienes desde el poder preconizan o disponen que se abran pausas para no hacer pol¨ªtica apelando a subterfugios econ¨®micos o de seguridad, lo que en realidad est¨¢n solicitando o exigiendo es que los dem¨¢s dejen a un lado el derecho a ejecutar el tipo de conducta en que el propio gobernante se encuentra embarcado. Est¨¢n pidiendo lo imposible. Para entendernos: lo que el Gobierno necesita no son condescendientes asesores digitales, sino lo que la oposici¨®n parlamentaria puede ofrecerle, es decir, gobernantes.
Desde casi todos los sectores se afirma que el pa¨ªs rechaza los criterios pol¨ªticos del Gobierno porque ¨¦ste no explica sus proyectos y el ciudadano no se entera de nada. El Gobierno balbucea y bla-bla-bla. Pese a que estoy convencido de que le ha faltado y le falta al Gobierno capacidad docente para explicarse, en esa cuesti¨®n def habla hay que ser sumamente cuidadoso.
Cuentan las cr¨®nicas que en los maravillosos jardines de Versalles hab¨ªa una jaula, y dentro de ella viv¨ªa un gorila. Los seguidores de El hombre y la Tierra saben muy bien de las expresiones casi humanas y siempre conmovedoras de estos monos. Un d¨ªa, el cardenal Polignac, meditando sobre las posibilidades de derribar a Napole¨®n en base al plan que le hablan presentado Cadoudal y Pichegru, descubre al gorila y se queda absorto: el mono, en sus gestos, movimientos y en su fisonom¨ªa tambi¨¦n era lo m¨¢s parecido al hombre. Despu¨¦s de estar una hora contempl¨¢ndolo no pudo contenerse y le grit¨®: ?iPor Dios! ?H¨¢blame y, ahora mismo te bautizo! ?. El gorila no habl¨® y continu¨® haciendo sus fascinantes monadas. En algunas circunstancias lo m¨¢s conveniente pol¨ªticamente es imitar a los gorilas, sin dejar de reconocer que el Gobierno tiene a su alcance todos los medios adecuados para explicarle al pa¨ªs cu¨¢les son sus planes y, en definitiva, de qu¨¦ trata su pol¨ªtica. Todo esto, claro, si hay planes y hay pol¨ªtica.
Puesto que la estructura del Estado no se discute, de lo que se trata es de establecer las bases de convivencia -real y no ficticia- de todos los espa?oles. Para ello r¨ªo es necesario un sistema de sucesivas consultas o plebiscitos proponiendo salidas ?gaullistas? o, peor a¨²n, car¨ªsimas elecciones anticipadas. Estas consultas, que pagamos todos los espa?oles, ya han obtenido adecuada respuesta hace tiempo en la conciencia de la mayor¨ªa de los ciudadanos.
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