Colegiaci¨®n-coalici¨®n, ?un binomio contra la soledad?
Nuestro actual momento pol¨ªtico, cara al retorno de la actividad parlamentaria en el pr¨®ximo septiembre, parece girar en torno a estas dos palabras: ?colegiaci¨®n? del poder en el seno del partido gobernante, y ?coalici¨®n? con otros grupos para el futuro ejercicio de ese gobierno. Un an¨¢lisis en cierta profundidad de uno y otro fen¨®menos podr¨ªa darnos una idea de que el cambio que se va a operar, si es que en verdad se llega a ello, ser¨ªa bastante m¨¢s que una pura cuesti¨®n sem¨¢ntica o una maniobra de simple est¨¦tica formal.Comencemos por la colegiaci¨®n del poder en el seno de UCD. La trascendencia de semejante cambio puede apreciarse ya por comparaci¨®n con el t¨¦rmino opuesto, que ser¨ªa el liderazgo ¨²nico que viene ejerciendo Adolfo Su¨¢rez. Seria err¨®neo y pueril colgar de buenas a primeras los consiguientes calificativos a uno y otro estilos de gobernar: liderazgo o colegiaci¨®n se justifican o condenan por la forma de su ejercicio y, sobre todo, por las realizaciones que consiguen y los objetivos que inspiran aqu¨¦llas. Bajo tales perspectivas, hay que afirmar que esa pretendida colegiaci¨®n de la direcci¨®n pol¨ªticade UCD resulta en s¨ª misma insustancial, aun cuando apunta hacia una meta que nadie sensatamente puede negarse a compartir: la revitalizaci¨®n del partido y la profundizaci¨®n en su democracia interna. Esto, que me parece lo sustancial en cuanto a las formas, es lo que no se ha explicitado en la escueta referencia de la reuni¨®n celebrada por la comisi¨®n permanente de UCD en el apacible rinc¨®n junto al pantano de Santillana. Es razonable otorgar un comp¨¢s de espera, que no podr¨¢ ir m¨¢s all¨¢ del comienzo del pr¨®ximo per¨ªodo de sesiones, para que aquella voluntad quede perfecta y claramente explicitada, pero bueno ser¨¢ dejar constancia del sentido l¨®gico que cabe exigir de aqu¨¦lla.
Pero adem¨¢s, y en un sentido m¨¢s profundo, el justo equilibrio entre un liderazgo necesario y una colegiaci¨®n-democratizaci¨®n ha tiempo indispensables habr¨¢ de legitimarse, como hace un momento apuntaba, por los logros que consiga y los objetivos que inspiren aqu¨¦llos. Se trata, pues, de mucho m¨¢s que de superar el ¨¢mbito personalista y el estrecho c¨ªrculo de ?iniciados? que hasta hoy han venido ejerciendo el verdadero poder decisor dentro del partido-Gobierno de UCD. De nada servir¨ªa sustituir protagonistas que act¨²an como veletas que giran al viento de las puras conveniencias por otras personas que mantuvieran semejante estilo de operar en pol¨ªtica. Si la ?colegiaci¨®n? ha de tener un alcance verdadero, ¨¦ste s¨®lo se puede lograr por la supeditaci¨®n del personalismo y la actuaci¨®n de mera coyuntura a un programa y unos horizontes que den fe de la coherencia ideol¨®gica y de la firmeza operativa de un partido. Esta me parece ser la segunda consecuencia, a¨²n inadvertida, que debe quedar explicitada cuando la operaci¨®n pol¨ªtica en curso resulte ultimada. Y tambi¨¦n aqu¨ª es obligado conceder el, con todo, breve per¨ªodo de espera a que antes alud¨ªa.
La ?coalici¨®n? para gobernar -la otra clave de nuestro momento- parece constituir obligada consecuencia del azaroso final del pasado per¨ªodo de sesiones: voto de censura y derrota, por la ¨²ltima papeleta, de la proposici¨®n de ley para modificar la ley de Refer¨¦ndum, con el trasfondo del tema andaluz. Para remediar la soledad parlamentaria en que UCD qued¨®, en especial al votarse la moci¨®n de censura, se habr¨ªa llegado a la conclusi¨®n de que resulta imprescindible salir a la b¨²squeda de coaliciones que sustituyeran los pactos err¨¢ticos que hasta ahora se hab¨ªan venido practicando. Pero semejante conclusi¨®n debiera ser revisada con alg¨²n mayor detenimiento. En primer t¨¦rmino, porque el hecho cierto no es que UCD haya estado parlamentariamente sola, sino que ha desembocado en tal soledad como final de un largo proceso de enfrentamientos, no todos necesarios, y de retiradas de otros apoyos, tampoco todos injustificados. Si esto es as¨ª, la coalici¨®n no resulta la salida normal de una evoluci¨®n, sino el remedio inevitable de una involuci¨®n, de una t¨¢ctica parlamentaria no exenta de errores por parte de UCD.
Pero ?es que esas coaliciones resultan inevitables? Aun cuando la respuesta a esa pregunta requerir¨ªa de largos excursos, admitamos a efectos dial¨¦cticos la afirmativa en el actual estado de cosas. El acento hay que ponerlo, aqu¨ª y ahora, no tanto en la necesidad de coalici¨®n como en sus part¨ªcipes y, todav¨ªa m¨¢s, en sus objetivos. En un pasado todav¨ªa reciente se han tentado todas las combinaciones posibles de coalici¨®n, a nivel parlamentario e incluso de Gobierno; y bien est¨¢ que se piense en todo, pero a fondo y en todas las consecuencias, a comenzar por los intereses generales del pa¨ªs. Cuando se trata hoy de elegir a los novios de este nuevo matrimonio, forzoso ser¨¢ calcular la duraci¨®n del v¨ªnculo, la dote que aqu¨¦llos aporten, pero, sobre todo, la que aqu¨¦llos, sin duda, demandar¨¢n de la prometida. No es el momento propicio para que ¨¦sta regatee sus ofertas y fuerce sus demandas -reconozc¨¢moslo-. Pero prescindiendo aqu¨ª de enojosos juicios sobre los pretendientes, importa concebir esta operaci¨®n de coalici¨®n en un plano que debe trascender su mismo alcance. Por decirlo de alguna manera, la coalici¨®n no puede suscribirse como un signo de supervivencia, ni personal ni institucional: ha de enmarcarse dentro de una concertaci¨®n general de las fuerzas pol¨ªticas que haga posible el funcionamiento del sistema democr¨¢tico. En otras palabras: no puede montarse como una coalici¨®n ?contra?, sino como un instrumento no ¨²nico, para desbloquear la par¨¢lisis que amenaza a nuestro Parlamento y al propio Gobierno. En otro caso, las llamadas soluciones de recambio, en lugar de detenerse, se cargar¨ªan de justificaci¨®n y se precipitar¨ªan; y cuando digo esto pienso tan s¨®lo en soluciones parlamentarias y constitucionales.
Finalmente, la t¨¢ctica de coaliciones s¨®lo puede justificarse si se asienta en unos objetivos program¨¢ticos que no alteren o falseen los que el partido oferente asumi¨® con ocasi¨®n de la contienda electoral. Lo contrario, que fue justamente lo que hizo el partido socialista al defender un sorprendente programa de Gobierno con ocasi¨®n del voto de censura, representar¨ªa el m¨¢s inadmisible fraude a la voluntad popular. El pactismo a ultranza y la maximizaci¨®n obcecada de un programa -ejemplos ambos que pueden sin dificultad encontrarse en la pasada pol¨ªtica legislativa de UCD-, por antit¨¦ticos que aparezcan, producen un id¨¦ntico resultado: el descr¨¦dito electoral de quien as¨ª act¨²a. UCD habr¨¢ de seguir su propia partitura, con arreglos quiz¨¢, pero sin olvidar nunca la melod¨ªa. A las otras fuerzas pol¨ªticas no les vendr¨ªa mal recordar este hecho, mas, para bien o para mal, es a UCD a quien ahora corresponde ejecutar el n¨²mero. Y cara a ello, uno tiene la tentaci¨®n de creer, sin caer en la utop¨ªa, que los posibles consocios de la operaci¨®n sabr¨¢n extraer el denominador com¨²n que les une, manteniendo cada cual sus pretensiones opuestas, pero sin exigir el pronto pago de ¨¦stas con ocasi¨®n de la uni¨®n, porque si otra cosa hicieran, una vez m¨¢s se habr¨ªa fracasado por parte de todos y las consecuencias, que no se har¨ªan esperar, no ser¨ªan innocuas.
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