Trabajo y austeridad
La temporada veraniega, con las vacaciones, los viajes, la disminuci¨®n generalizada de actividades, supone una pausa de alivio ante los problemas que pesan sobre la vida espa?ola. La realidad parece distante y hay una predisposici¨®n natural a disimular durante unas semanas las dificultades de todo tipo que sabemos est¨¢n ah¨ª, implacables, esper¨¢ndonos. Pero la pausa acaba y es preciso reanudar el ritmo normal. Tal vez sea el momento de hacer alguna reflexi¨®n serena sobre d¨®nde estamos y sobre lo que nos aguarda en el futuro.Es evidente que en Espa?a hay problemas graves y que muchos de ellos son dif¨ªciles de resolver, aunque bien es verdad que si acertamos a plantearlos correctamente nos ser¨¢ menos gravoso encontrar las mejores soluciones posibles. El hombre de empresa se Fija con mayor inter¨¦s, como es l¨®gico, en la situaci¨®n econ¨®mica del pa¨ªs y sus perspectivas. Atravesamos una crisis peligrosa, cuyas causas han sido suficientemente explicadas por los t¨¦cnicos en la materia, y entre las cuales tiene especial incidencia el disparo de los precios de los crudos. Estamos mal y los pron¨®sticos no son optimistas. El paro laboral y la inflaci¨®n constituyen exponentes f¨¢cilmente apreciables, con una seria repercusi¨®n psicol¨®gica que se traduce en actitudes pesimistas y que amenaza con derivaciones sociales poco deseables. Los ¨ªndices econ¨®micos son preocupantes y, resulta imprescindible rectificar su tendencia. No voy a repetir datos concretos, de todos conocidos, para ilustrar una situaci¨®n de evidente deterioro en la que mientras la inversi¨®n nacional se retrae, asustada, el capital extranjero penetra en sectores interesantes -como, por ejemplo, el de la alimentaci¨®n-, repitiendo viejos y dolorosos episodios de colonizaci¨®n econ¨®mica.
Quiere esto decir que no podr¨ªamos variar el rumbo de las cosas? En absoluto. Estoy firmemente convencido de que podemos -y, por supuesto, debemosintentar con ¨¦xito un viraje decisivo que nos salve del precipicio al que parecen dirigirnos las circunstancias. Claro es que ninguna soluci¨®n efectiva nos va a llegar gratuitamente. El precio de la salud econ¨®mica es necesariamente alto en esfuerzo. Entre las causas objetivas de la situaci¨®n que padecemos hay una que, a mi juicio, tiene fundamental importancia, y es nuestro bajo ¨ªndice de productividad. No nos enga?emos: en Espa?a se trabaja poco y, en muchas ocasiones, mal. Produce sonrojo comprobar c¨®mo la chapuza se enreda a la vida espa?ola como una hiedra asfixiante. Hay pereza y, sobre todo, falta de profesionalidad. En triste compensaci¨®n, crecen la holganza y la desidia, alcanzando niveles desalentadores. Como resultado, la elevaci¨®n de los precios y el descenso de la calidad, tanto en productos como en servicios. Agrava la situaci¨®n el aut¨¦ntico despilfarro que cualquiera puede observar en mil aspectos de nuestra vida. Consumimos por encima de nuestras posibilidades reales, sin darnos cuenta de que ello lleva indefectiblemente a la ruina. En lugar de pensar seriamente en todo esto, optamos por el triste recurso de la queja est¨¦ril, lo cual no ayuda mucho a encontrar soluciones eticaces.
?Pero existen esas soluciones? Naturalmente que s¨ª. Soy optimista por naturaleza y creo que la fe mueve monta?as, siempre que esa fe sirva de motor para un esfuerzo duro, muy duro, que hemos de emprender todos, sin excepci¨®n. Quiz¨¢ ser¨ªa bueno que a los responsables pol¨ªticos se les ocurriera pedirnos honradamente sacrificios, austeridad, trabajo fecundo, como ¨²nica f¨®rmula posible para salir airosam ente del atolladero. Porque no hay otra.
Es indudable que s¨ª podemos trabajar m¨¢s, mucho m¨¢s, producir m¨¢s y mejor, emprender nuevas empresas ideadas con criteries de aut¨¦ntica rentabilidad. Y tambi¨¦n lo es que podemos apretarnos el cintur¨®n y renunciar a unos gastos desproporcionados a nuestras posibilidades. En cualquier caso, si no lo hacemos ahora, corremos el riesgo cierto de no disponer dentro de poco ni siquiera de cintur¨®n. Es saludable recordar aquellos a?os de posguerra en Espa?a y en Europa, para caer en la cuenta de que la capacidad de austeridad impuesta por las circunstancias es francamente elevada.
Pese a todo, soy razonablemente optimista y creo que a¨²n podemos enderezar nuestra econom¨ªa o, lo que es lo mismo, aumentar el nivel de riqueza nacional para que una redistribuci¨®n justa permita alcanzar cotas de bienestar creciente para todos los espa?oles. Y soy optimista porque creo en la capacidad de esfuerzo y de sacrificio de los espa?oles cuando se nos pide seriamente, sin demagogias ocasionales, que a la postre son siempre ineficaces. El valios¨ªsimo capital humano de que disponemos permite acometer cualquier intento de saneamiento, por duro que sea. Soy optimista porque frente a los m¨²ltiples factores negativos hay que apreciar una progresiva normalizaci¨®n de los marcos jur¨ªdico e instituc¨ªonal en que la actividad econ¨®mica se mueve, y que a la larga han de producir resultados alentadores. Y soy optimista tambi¨¦n porque estoy convencido de la importante potencialidad futura de nuestro sistema productivo, capaz de conseguir un relanzamiento de grandes vuelos. Para ello necesitamos el empe?o firme y decidido de poner en march.a una ambiciosa operaci¨®n nacional de resurgimiento, en la que ser¨ªan factores ¨ªrn prescindibles; la definici¨®n de objetivos claros, la confianza general en quienes los proponen y una cierta ilusi¨®n realista basada en la convicci¨®n de que gracias a ello vamos a superar la crisis.
Pero insisto: solamente trabajando en firme y frenando severamente el gasto p¨²blico y privado en su dimensi¨®n de: superfluidad podremos salir adelante. Si alguna vez llegan a esta conclusi¨®n los pol¨ªticos, los empresarios, los trabajadores, habremos encontrado una soluci¨®n posible para el problema econ¨®mico. Ojal¨¢ esa deseada concidencia de opiniones llegue a tiempo. Si no.... mal asunto. Muy malo.
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