El sex / entresuelo
Iba yo a comprar el pan y me lo dijo el quiosquero, que anda perplejo con la guerra antiporno del ministro Ros¨®n, y encima se le ha subido al h¨ªgado el agua contaminada de Madrid:-Don Francisco, si es que no s¨¦ qu¨¦ potrancamen atenta y cu¨¢l no, o sea que el se?or Ros¨®n no especifica. D¨ªgale que se pase, si no es molestia, usted que le trata, o sea para aclararnos si tenemos que quitar a la Sarita o a la Eva Per¨®n, que es otra que vuelve.
Las campa?as contra la vaguedad son, naturalmente, unas campa?as vagas. El ministro Ros¨®n, siendo gobernador, prohibi¨® los sex/shop en Madrid. O sea que cerr¨® las tiendas de aperos sexuales. Pero el sex/shop, para conocedores, est¨¢ ahora en el entresuelo, a abierta al personal, y no creo que esto se le escape a la sagacidad de un profesional de lo sagaz. De modo que se trata, una vez m¨¢s, de la doble moral y de guardar las formas. Contra el sex / shop, europeo y disolvente, Espafia ha inventado el sex/entresuelo, m¨¢s discreto y m¨¢s nacional. Tan nacional que en la posguerra as¨ª llamada, y tan divulgada (puede dar fe el erudito Vizca¨ªno-Casas), iba uno a la tienda de ultramarinos a comprar alubias y, naturalmente, se hab¨ªan acabado las alubias, seg¨²n el ultramarinero del mandil¨®n. Pero no ten¨ªa uno m¨¢s que subir al entresuelo de al lado y se encontraba al mismo ultramarinero con el mismo mandil¨®n, en una org¨ªa de alubias del Barco y garbanzos gordales, despachando al personal a precios de estraperlo. Entre el sexo y el hambre se ha movido siempre toda la m¨ªstica y asc¨¦tica espa?ola. Quevedo, cuya violencia l¨ªrica nos atraviesa desde el siglo XVII hasta, por ejemplo, los Poemas del toro, de Rafael Morales, deja El busc¨®n cas completamente exento de reFerencias sexuales, como han se?alado todos los estudiosos. El hambre es clavo en que gira la peonza nacional desde la novela picaresca hasta el Diccionario para un macuto, de Garc¨ªa-Serrano. Y al sexo, cuando canta y es reprimido, como ahora por Ros¨®n, se le aplican las mismas industrias que al hambre, madre y maestra de espa?oles. De ah¨ª el sex/entresuelo.
Como ayer a por alubias, todo el mundo sube hoy, en Madrid, a esos entresuelos, o primeros izquierda, o terceros derecha, a comprar el souvenir er¨®tico, el apero sexual, el vibrador de pilas o la mu?eca hinchable que, luego, nunca se hincha, porque hace falta la bomba para el bal¨®n o la bicicleta del ni?o. La cotidianidad acaba con la lubricidad. En las mejores familias le echan a uno ya Garganta profunda en cinex¨ªn, despu¨¦s de la cena, como antes nos echaban a I?igo. He hecho la ruta de los sex/entresuelo madrile?os. Hay de todo. No les denuncio, naturalmente, sino que quisiera abogar por su libertad de bajar a la calle, siquiera sea por evitar el clima de posguerra sexual, ya que siempre que subo -a veces, haciendo cola- a un sex/entresuelo, me parece que subo a por alubias. El sex/entresuelo tiene sobre el sex/shop la ventaja fiscal -otra picard¨ªa de la picaresca espa?olade que no tributa, puesto que no existe.
Aunque la misi¨®n del ministro sea rastrear lo underground, estoy seguro de que no escapa a su capacidad lo que ocurre en algunos entresuelos, incluso pisos altos. Suprimir todo eso ser¨ªa antieuropeo e innecesario, de modo que, para no seguir jugando al doble juego de la moral doble, lo mejor, me parece, es autorizar los sex/shop (cuya apolog¨ªa no hago para nada, Dios me libre, ni siquiera su topograf¨ªa), calc¨¢ndoles el aforo fiscal que les corresponda (los hobbies se pagan, por inocentes que sean), y, en todo caso, confin¨¢ndolos en un barrio determinado y discreto, como ocurre, por ejemplo, en Copenhague. Y mandar a Copenhague todas las macizas y compactas que mi quiosquero no sabe d¨®nde colgar. Ya vendr¨¢n otras.
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