El paraguas
Cuando la realidad -y el presidente- le pas¨® la guada?a al cuarto Gabinete de Adolfo Su¨¢rez, el entrante Gobierno, cur¨¢ndose en salud, anunci¨®: ?Esto hay que arreglarlo como sea?. Creo casi innecesario aclarar que esto es el pa¨ªs, y como sea, son los Presupuestos Generales del Estado.Lo presumido se ha concretado, pues la fara¨®nica voracidad de la Seguridad Social se tragar¨¢, en 1981, la bonita cifra de 2,084 billones de pesetas; es decir, el 19,3% m¨¢s de lo que degluti¨® este a?o. Se incrementan adem¨¢s los impuestos indirectos en vez de reducir los gastos corrientes, pero esa masa de dinero no se destina a apagar la sed de la empresa privada, sino que se emplear¨¢ en la inversi¨®n p¨²blica, con lo cual ya tenemos en el ring a Keynes y Von Hayeck, mientras lord Robbins puntea los guantazos.,
La tesis oficialista del como sea no es nueva, puesto que tiene 42 a?os de vida. Su creador fue el premier Neville Chambertain, el hombre del paraguas que no se abri¨® a tiempo. La elecci¨®n -dram¨¢tica- que le plante¨® Hitler era una bofetada a la dignidad: entregar Checoslovaquia al Reich o la guerra. El longuil¨ªneo primer ministro quer¨ªa la paz, y con tal de conseguirla como sea rindi¨® sus convicciones a la prepotencia del loco austr¨ªaco, firmando el pacto de Munich. Lo ¨²nico que consigui¨® Chamberlain fue dilatar el conflicto, y desde 1938 el t¨¦rmino munichismo se convirti¨® en sin¨®nimo de la renuncia in¨²til a los principios ¨¦ticos que hay que sostener cuando se es un l¨ªder y no un parag¨¹ero.
Este mismo problema -la madera del l¨ªder- lo examinaba en agosto de este a?o, en The New York Times, el observador James Reston: ??D¨®nde est¨¢n los l¨ªderes??, preguntaba. Al no hallar contestaci¨®n -Reston considera a Carter y Reagan no como ?la respuesta, sino las v¨ªctimas de los problemas del mundo?-, el politic¨®logo acude al historiador Henry Steele Commanger: ?La pol¨ªtica y los pol¨ªticos reflejan la sociedad que representan. Cada vez m¨¢s, nuestros l¨ªderes han abandonado a Madison (el hombre-estadista) por "Madison Avenue" (el imperio urbano de la publicidad norteamericana)?.
Las sesiones dedicadas al voto de confianza dan la raz¨®n a Commanger, pues tambi¨¦n nosotros estamos casi hu¨¦rfanos de l¨ªderes. El jefe del Ejecutivo no abri¨® el paraguas para evaluar la actuaci¨®n de sus gestiones, ni defini¨®, de una vez para siempre, su filosof¨ªa de gobierno. Propuso unas emergencias ?munichistas?, que, en mi opini¨®n, s¨®lo lograr¨¢n transferir los problemas y dilatar las soluciones. Mientras tanto, UGT y CC OO han ordenado una renovaci¨®n total de sus existencias de pancartas y sprays; los empresarios han lanzado su artiller¨ªa de gr¨¢ficos y balances en n¨²meros rojos, y la confrontaci¨®n turbulenta Parlamento-Moncloa es un hecho. Por mucho que el presidente maniobre para aparentar que no es as¨ª y por muchos desayunos que se zampe con la oposici¨®n.
Adolfo Su¨¢rez ha intentado esbozar un estilo de liderazgo made in Spain y una imagen gubernamental razonable, apelando a los recursos de Madison Avenue, pero el Gobierno en s¨ª, como tal, no tiene ni una cosa ni la otra. El amansamiento de las convicciones posibilita encontrar, como sea, la pieza que siempre le falta al oficialismo para armar su reloj, pero tambi¨¦n demuestra la inmadurez pol¨ªtica de un Gobierno que ignora d¨®nde est¨¢n los aliados y los adversarios; solamente a partir de la expresa definici¨®n del contrincante es posible nuclear fuerzas para aspirar a un liderazgo aut¨¦ntico. Los l¨ªderes siempre surgen por algo y contra algo; pero lo que el presidente ha ofrecido a los espa?oles es una salida en donde medio pa¨ªs no tiene entrada. Que los hombres del PSA y CiU ara?en con el Gobierno una p¨ªrrica mayor¨ªa, entendi¨¦ndose por
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El paraguas
Viene de p¨¢gina 11se?as como los jugadores de truco, es una prueba evidente de la manera c¨®mo las plataformas pol¨ªticas pueden convertirse en pura charada.
Se ha impuesto el munichismo, pero la desatenci¨®n ciudadana sobrepasa a la angustia. Los problemas est¨¢n ah¨ª, comprimidos por el cors¨¦ de la inoperancia, abrumados por los lugares comunes y asediados por la terminolog¨ªa cr¨ªptica de la tecnocracia. En definitiva, la imaginaci¨®n pol¨ªtica ha sido esterilizada.
Reconozco que no todos son errores en el presidente; una de sus virtudes es la persistencia. Cuando un Gabinete hace agua, lo suplanta por otro, y cuando ¨¦ste toca fondo, persiste y lo sustituye sin dar explicaciones y enviando, en lugar del motorista caro al general Franco, su fontanero. ?Por qu¨¦ hacer tanta sangre? Ahora, con el quinto equipo ministerial desde su mandato, la terminaci¨®n del PB se ha convertido en un Guernica que todos tienen que aplaudir, aunque no lo entiendan. La equivocaci¨®n reside en que el Gobierno, para dar tranquilidad a la ciudadan¨ªa, ha llamado a los contables. Y, en lugar de tranquilidad, ha sembrado el p¨¢nico.
El presidente hizo su aparici¨®n en el Parlamento en meyba, no como el campe¨®n dispuesto a librar su pelea, sino como el challenger mal entrenado y sobrado de kilos, que sube al cuadril¨¢tero confiando en terminar cuanto antes gracias a un providencial golpe de suerte. El precio ha sido excesivo. Los gobernantes verdaderos -no los mandamases- siempre desarrollan en su quehacer una especie de vasos comunicantes con el pueblo. Cuando esta relaci¨®n se establece de forma real, el l¨ªder se convierte en un hombre al cual es muy dif¨ªcil vencer. El presidente, aunque lo intent¨® con todos los recursos de Madison Avenue, no pudo transmitir esa relaci¨®n trascendental. Posiblemente ello se deba a que, en el momento de su exposici¨®n, el jefe del Ejecutivo hizo un descubrimiento que no pas¨® inadvertido a la oposici¨®n: su poder era prestado, o alquilado.
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