En el aniversario de Ortega
EL XXV aniversario del fallecimiento de Jos¨¦ Ortega y Gasset coincide con una generalizaci¨®n del inter¨¦s por sus ideas y con un renacimiento de los valores en los que crey¨® y por los que luch¨®. La obra te¨®rica de Ortega, por encima de las modas y de las fobias, nunca ha dejado de ser le¨ªda y estimada tanto en los pa¨ªses de habla castellana como en otras ¨¢reas culturales. Pero la vuelta a ese primer plano se debe seguramente a que buena parte de los desaf¨ªos y problemas planteados por esta ¨¦poca de desencanto e incertidumbre encuentran en los libros y ensayos del autor de El tema de nuestro tiempo una clara comprensi¨®n de sus perfiles y la conciencia de su dif¨ªcil respuesta.Los ¨²ltimos a?os de la vida de Ortega, que regres¨® a Madrid desde su exilio en 1945, transcurrieron fuera del ¨¢mbito de la vida oficial, del mundo universitario y del aplauso p¨²blico. Las embestidas del nacional-catolicismo contra su pensamiento, enraizado en las tradiciones del laicismo y del liberalismo, fueron s¨®lo las manifestaciones m¨¢s agresivas de un clima difuso y agobiante- de hostilidad e indiferencia, s¨®lo roto por una minor¨ªa de disc¨ªpulos y amigos. De otro lado, el rechazo por Ortega de los planteamientos de una guerra fratricida, pese a que su destacado papel en la Agrupaci¨®n de Intelectuales al Servicio de la Rep¨²blica y en las Cortes Constituyentes de 1931 situaba por encima de toda sospecha sus compromisos con las libertades, margin¨® en cierta medida y de manera injusta a su obra de la biblioteca convencional de citas rituales de la izquierda.
Este aniversario de su muerte, dolorosamente sentida en 1955 por la Espa?a liberal y democr¨¢tica, y pr¨¢cticamente ignorada por la Espa?a oficial, es una oportunidad para recordar que nuestra cultura, para salir definitivamente de un estado de guerra civil larvado, que convierte en armas arrojadizas a las creaciones del pensamiento, necesita buscar ese suelo com¨²n que representa la apertura de la obra de los escritores y pensadores cl¨¢sicos -entre los que figura indiscutiblemente Ortega- a distintas lecturas e interpretaciones, entre otras, aquellas que expresan con la cr¨ªtica y el disentimiento el respeto hacia la figura con la que se dialoga. Ortega, que no debe ser secuestrado por ninguna imposible ortodoxia que mate su esp¨ªritu al tratar de canonizar su letra, trat¨® de situar a los espa?oles a la altura de los tiempos y se preocup¨® por ense?ar a sus coet¨¢neos las v¨ªas para lograrlo, con esa claridad que es la cortes¨ªa del fil¨®sofo, esa belleza de la prosa que es el regalo de los grandes escritores y ese desprecio por la teorizaci¨®n de la obviedad que evidencia a los hombres de talento. Por eso, su obra, llena de sugerencias y animada por la imaginaci¨®n y la audacia, se nos sigue ofreciendo como un imperecedero interlocutor que nos plantea interrogantes, que nos ense?a el gusto por la libertad, el di¨¢logo y el respeto hacia el discrepante y que nos admira por el vuelo y la profundidad de una inteligencia que siempre se atrevi¨® a pensar.
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