Los l¨ªmites de la revoluci¨®n nicarag¨¹ense, en su primer a?o
Managua, devastada por el terremoto de 1972, extiende todav¨ªa sus ruinas y bald¨ªos, como un pasaje de Pompeya, porque el ¨²ltimo dictador, Somoza, pas¨® a sus cuentas bancarias de Miami los millones de d¨®lares destinados a la reconstrucci¨®n y, en 1979, perfeccion¨® la desolaci¨®n de la ciudad con el bombardeo de los barrios insurreccionados contra el Gobierno.
El visitante de Managua camina con desconcierto por una zona urbana arrasada, donde s¨®lo muros ennegrecidos por los incendios interrumpen la vista a lo largo de kil¨®metros. No hay numeraci¨®n de casas, porque no hay casas (a veces, ni calles), y la gente reedifica con un sistema de referencias parecido al humor negro mexicano: una l¨ªnea a¨¦rea se encuentra ?donde estuvo Migraci¨®n?; b¨²squese al Palace Hotel ?donde fue la Pepsi Cola?. En el centro, terreno invadido por malezas y escombros, hay cuatro elevaciones principales, como hitos de orientaci¨®n: al Norte, el antiguo palacio nacional, agrietado y vac¨ªo; al Sur, el bunquer de Somoza, donde fue la Guardia Nacional y est¨¢ ahora el cuartel del Ej¨¦rcito nuevo; a medio camino de ambos, la flamante Casa de Gobierno y el rascacielos del Banco Central, que por las noches enciende una silueta luminosa de Augusto C¨¦sar Sandino, alta de diecis¨¦is plantas.Managua es, de ese modo, una especie de met¨¢fora de la revoluci¨®n sandinista. Tambi¨¦n ¨¦sta se recorre al principio con desconcierto y desorientaci¨®n, entre las ruinas del somocismo, hasta que uno empieza a guiarse por sus puntos m¨¢s elevados o por un nuevo sistema de referencias.
En la Nicaragua de 1980 es posible dejarse distraer por el pintoresquismo de las revoluciones sociales: la proliferaci¨®n del uniforme verde olivo; el ni?o-soldado que guarda la entrada a la Casa de Gobierno y, luego de cepillar al visitante con un aparato electr¨®nico en busca de armas, le confisca gravemente.... un cortau?as; la sala del lujoso hotel Intercontinental Managua, que s¨®lo hab¨ªa visto almuerzos del Rotary Club, ocupada en la conmemoraci¨®n de una modesta efem¨¦rides: el primer aniversario de los dos cohetazos que un combatiente dispar¨® sobre el bunker.
Pero la revoluci¨®n sandinista, luego de un a?o en el poder, puede mostrar fracturas m¨¢s concretas del orden establecido: la nacionalizaci¨®n de la banca y los seguros, el control del comercio exterior, una reforma agraria que ha expropiado el 55% de la tierra cultivable; centenares de empresas industriales y de servicios quitadas al sector privado y operando en r¨¦gimen de ¨¢rea social; la destrucci¨®n de la Guardia Nacional, sustituida hoy por un Ej¨¦rcito popular y un cuerpo auxiliar de 300.000 milicianos.
Al mismo tiempo, otra serie de hechos parece oponerse a una definici¨®n maximalista del proceso. Las expropiaciones y nacionalizaciones han sido parciales, y en el sector bancario y financiero no tocaron a las firmas extranjeras. La posici¨®n oficial del empresariado contribuye a esa imagen de un r¨¦gimen ambiguo: ?Las cosas han cambiado?, dice William B¨¢ez, del Instituto Nacional para el Desarrollo de los Negocios, ?porque los sandinistas ya no son los idealistas insoportables de hace un a?o?.
La alianza inevitable
En ese cuadro, sin embargo, ninguna posici¨®n sectorial debe ser tomada como definitiva, y la situaci¨®n sigue siendo transicional. Somoza fue derrocado y est¨¢ muerto, pero la alianza entre el Frente Sandinista de Liberaci¨®n Nacional y la burgues¨ªa nicarag¨¹ense contra el somocismo se prolonga en la medida en que ¨¦ste, aunque desmontado, proyecta a¨²n sus efectos sobre la econom¨ªa en quiebra. El saqueo de Somoza y su grupo redujeron las reservas desde 150 millones de d¨®lares (10.500 millones de pesetas) a 3,5 millones en 1979; la guerra destruy¨® el 90% de la capacidad industrial del pa¨ªs y caus¨® perjuicio por 1.300 millones de d¨®lares (91.000 millones de pesetas).
En 1978 Pedro Joaqu¨ªn Chamorro encabez¨® la oposici¨®n civil de las clases altas (y fue asesinado por ello), pero no era solamente el director de La Prensa o el fundador de la Uni¨®n de Liberaci¨®n Nacional, disidente del Partido Conservador. Los Chamorro Cardenal integraban el grupo econ¨®mico Banic (Banco de Nicaragua, conectado con la Banca Morgan y el Chase Manhattan Bank), uno de los tres amenazados por el crecimiento del c¨¢rtel familiar Somoza. En otro caso similar, cuando Trujillo, como ¨¢rbitro de la econom¨ªa, lleg¨® a ser un rival insoportable -y cuando hab¨ªa perdido ya valor pol¨ªtico para Estados Unidos-, la burgues¨ªa de la Rep¨²blica Dominicana se deshizo del tirano mediante una alianza conspirativa con el poder m¨¢s influyente dentro del pa¨ªs, que era la CIA. La burgues¨ªa nicarag¨¹ense de 1978, progresivamente asfixiada por el avance de los Somoza sobre el sector privado, intuy¨® que aqu¨ª el factor de poder, a plazo medio, ser¨ªa el FSLN.
Sandinismo y burgues¨ªa (aliados, pero con distintos objetivos y programas) est¨¢n obligados a seguir unidos en torno a la cuesti¨®n prioritaria de la reconstrucci¨®n nacional y la estabilizaci¨®n econ¨®mica. Cada parte tiene algo esencial que falta en la otra: el sandinismo, la legitimidad de Gobierno; la burgues¨ªa, los contactos financieros y pol¨ªticos del exterior que pueden atraer la vital ayuda financiera. El realismo y una moderaci¨®n sagaz caracterizan en esa alianza al sandinismo. Cuando Alfonso Robelo y Violeta Chamorro (un empresario y la viuda del dirigente asesinado) se fueron de la Junta de Gobierno en abril ¨²ltimo, el hecho fue propagandeado como la temida sectarizaci¨®n del proceso. Pero el FSLN los sustituy¨® con dos miembros situados a¨²n m¨¢s a la derecha.
El modelo aceptable
La principal incertidumbre sobre esta alianza contradictoria es su duraci¨®n, pero su principal efecto, sin duda, es que ha puesto a Estados Unidos en la obligaci¨®n de cumplir sus propias tesis sobre derechos humanos, democratizaci¨®n y pluralismo. Los norteamericanos parecen perplejos, pero Carter no puede (al menos, ante una parte sustancial de su electorado) recurrir, por ahora, a los m¨¦todos directos empleados, en 1961 y 1965, contra Cuba y la Rep¨²blica Dominicana. Los esfuerzos por un relevo sin riesgos se cumplieron, sin embargo. El Departamento de Estado intent¨® primero que una fuerza de paz de la OEA impusiera un Gobierno de transici¨®n encabezado por el Partido Conservador (la oposici¨®n tolerada por Somoza) y con participaci¨®n de la Guardia Nacional; despu¨¦s que la Junta de Reconstrucci¨®n Nacional, fundada en Costa Rica como Gobierno provisional, admitiera dos miembros m¨¢s, a designar de hecho por Washington. M¨¢s tarde, ciertas corrientes del Pent¨¢gono empujaron al presidente interino, Francisco Urcuyo (quien s¨®lo estaba all¨ª para pasar el mando al FSLN), a la intentona de prolongar su mandato. Pero ahora, cuando se le pregunta en Managua su opini¨®n, el embajador norteamericano, Lawrence Pezzullo, tiene que ser m¨¢s sensato: ?Nicaragua es un modelo aceptable de un pa¨ªs luego de una revoluci¨®n?.
El cap¨ªtulo 8 se public¨® el pasado d¨ªa 8 de octubre.
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