Carlos Bouso?o ley¨® su discurso de ingreso en la Academia
Le contest¨® el escritor Gonzalo Torrente Ballester
Escoltado por los acad¨¦micos Manuel D¨ªez Alegr¨ªa y Pedro Sainz Rodr¨ªguez, entr¨® en el sal¨®n de actos de la Real Academia de la Lengua el profesor Carlos Bouso?o, que ley¨® el domingo su discurso de ingreso sobre el sentido de la evoluci¨®n de la poes¨ªa contempor¨¢nea en Juan Ram¨®n Jim¨¦nez. Fue respondido por el novelista Gonzalo Torrente Ballester, que ocupaba su sitial desde casi una hora antes.Visto desde arriba, el flamante acad¨¦mico, que recorri¨® el pasillo entre los dos ¨²ltimos en ingresar en la Academia, como manda el ritual, ten¨ªa cierto aire de v¨ªctima propiciatoria. Unas cuartillas blancas, tal vez el folleto cremoso por el que luego se pelear¨ªan los m¨¢s interesados entre el p¨²blico asistente, temblaba visiblemente sobre el fondo negro del frac impecable. Las manos atr¨¢s, sujetando las cuartillas, daban la impresi¨®n de que el poeta y profesor caminaba m¨¢s inclinado que de costumbre. La gente, puesta en pie, aplaud¨ªa.
Hab¨ªa mucho p¨²blico de pie por los pasillos de la Real Academia en el acto del domingo; otros estaban sentados en las escaleras del piso alto, en el vest¨ªbulo neocl¨¢sico, entre las columnas, junto a los ceniceros, sobre la moqueta roja. En las primeras filas, la familia del acad¨¦mico y sus m¨¢s ¨ªntimos: el poeta Francisco Brines, el novelista Fernando G. Delgado, Elvireta Millares, Sof¨ªa Noel, el pintor Jos¨¦ Luis Toribio. Repartidos entre un p¨²blico bastante joven, en el que hab¨ªa mucho alumnado, todos los poetas de todas las generaciones. Mucho nov¨ªsimo trajeado -Vicente Molina Foix, Luis Antonio de Villena, Jes¨²s Garc¨ªa S¨¢nchez, Javier Mar¨ªas-, gente de la posguerra -Manuel Alvarez Ortega, Claudio Rodr¨ªguez, por citar dos bien distintos- y los acad¨¦micos. Y los acad¨¦micos futuribles: en la ¨²ltima fila, Francisco Umbral; en un banco del vest¨ªbulo, Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald, y arriba, Jos¨¦ Hierro. Los tres con mucha cara de acad¨¦micos, son los que est¨¢n en la primera fila del escalaf¨®n no escrito para esas diez poltronas de inmediata creaci¨®n. Caballero Bonald bromea con el tema: ??Pero t¨² me ves a m¨ª de acad¨¦mico??. Y Jos¨¦ Hierro dice casi en serio: ?No podr¨ªa aceptar, por respeto. Aqu¨ª no se puede venir en alpargatas?. Suena, seg¨²n algunos, Aurora de Albornoz.
El discurso, debidamente cortado, de Carlos Bousof¨ªo dur¨® algo m¨¢s de la hora.
Homenaje a Madariaga
Los primeros ¨ªninutos los dedic¨® Carlos Bouso?o, siguiendo tambi¨¦n la ret¨®rica de la Academia, a su antecesor en el sill¨®n M, Salvador de Madariaga. Habl¨® primero de su personalidad pol¨ªtica, ¨¦tica y humana; de su quehacer como diplom¨¢tico y, ?sobre todo, de la tenaz y cotidiana lucha de don Salvador? intentando resolver ?el menudo o grave problema mundial de cada hora con la vista puesta en la grandiosa empresa universal de la paz, de la Pinidad de todos los hombres?. Y ya luego diseccion¨® su obra literaria, deteni¨¦ndose en la po¨¦tica y Ios problemas que su triling¨¹ismo plantean, o, seg¨²n ¨¦l, casi resuelven, a los te¨®ricos.Tras su ¨ªntroducci¨®n acerca de la evoluci¨®n de la cultura ce?ida a la modernidad, en la que situ¨® r¨¢pidamente la personalidad de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, entr¨® en el tema central de su discurso. Despu¨¦s de dejar claros los par¨¢metros te bricos sobre los que se basa -y que eran, de alg¨²n modo, el n¨²cleo del discurso, la hip¨®tesis que el an¨¢lisis de Juan Ram¨®n hab¨ªa de probar- fue describ¨ªendo de manera magistral las fases de su poes¨ªa y las diferentes po¨¦ticas a que va respondiendo, para concluir en que ?Juan Ram¨®r, vivi¨® con gran intensidad los dos momentos centrales del desarrollo po¨¦tico contempor¨¢neo, el cual ha consistido en un adentramiento progresivo en el interior del esp¨ªritu del autor, del elemento que se constituye, en cada momento hist¨®rico, como la verdadera realidad?.
Dos momentos centrales -simbolismo e impresionismo- que dejan fuera, respectivamente, el primero y el ¨²ltimo: Parnaso -por el que s¨®lo pas¨® fugazmente- y superrealismo, representado en su obra de modo oblicuo y fugaz. Concluye, pues, que su poes¨ªa ?cubre, de hecho, todo el largo proceso iniciado en Francia por Gautier y Baudelaire y finalizado con Bret¨®n, Arag¨®n, Eluard y su grupo. Cien a?os de poes¨ªa europea condensados, con poderosa personalidad espa?ola, en una magna obra, variada, rica e intensa, y al mismo tiempo enormemente significativa y absolutamente a la sucesiva altura del tiempo hist¨®rico que su autor hubo de vivir?.
La fiesta de la recepci¨®n.
Tras el aplauso cerrado y no menos ritual, comenz¨® su contestaci¨®n Gonzalo Torrente Ballester. Tambi¨¦n la bienvenida era ritual, esta vez expresamente: ?Si el ritual es forma, la alegr¨ªa?, dec¨ªa el acad¨¦mico, ?es la materia de esta fiesta de recepci¨®n?.Alegr¨ªa por la justicia del nombramiento y tambi¨¦n por las caracter¨ªsticas del nuevo miembro, que ?pertenece a esa clase de poetas capaces de creaci¨®n y de reflexi¨®n para quienes el fen¨®meno po¨¦tico es ante todo comprensible y explicable en toda su extensi¨®n?. As¨ª que, tras mirar su poes¨ªa, se dedic¨® el profesor a los hallazgos te¨®ricos del nuevo acad¨¦mico, para terminar ir¨®nicamente: ?La ceremonia termina?.
Efectivamente, como anunciaba el novelista gallego, buen conocedor del rito, el presidente director de la Academia, D¨¢maso Alonso, le impuso la medalla de acad¨¦mico y le hizo entrega del t¨ªtulo que le acredita como tal, tras de lo cual, entre aplausos, Carlos Bouso?o tom¨® asiento en la poltrona inmortal, ese asiento toda la tarde vac¨ªo entre sus padrinos, Pedro Sainz Rodr¨ªguez y Manuel D¨ªez Alegr¨ªa.
Los m¨¢s acostumbrados salieron disparados hacia la porter¨ªa para conseguir un texto de los discursos a cambio de la tarjeta. All¨ª empez¨® a hacerse una cola. Mientras, otra fila m¨¢s lenta, como de comulgantes, cerraba definitivamente el acto. Era la ronda de parabienes, la felicitaci¨®n final.
Babelia
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