Europa y Estados Unidos
LA ?LTIMA visita de Schmidt a Carter, su frecuente interlocutor durante los cuatro a?os dem¨®cratas de la Casa Blanca, se ha convertido en realidad en la primera a Reagan; se hizo fuera de protocolo, e incluso se neg¨® que fuera a suceder horas antes de que se produjera. Es l¨®gico que haya sido Carter quien haya impulsado a Schmidt para este primer contacto con el presidente electo: el mensaje que llevaba el canciller de la Rep¨²blica Federal, despu¨¦s de sus entrevistas con Thatcher y Giscard, con cierne al futuro y es el principio de una querella. Europa occidental est¨¢ decidida a no incrementar sus presupuestos militares por lo menos en la medida en que lo quiere Washington. Son pa¨ªses que responden ante una sociedad civil, que debaten con seriedad y profundidad, y hasta con regateos m¨ªnimos, sus presupuestos, y ¨¦stos son ahora presupuestos de crisis; bien entendido, de una crisis .econ¨®mica de paz, y no de guerra. Un 3% de aumento en los presupuestos militares para 1981, despu¨¦s del 3% ya experimentado en 1980, les parece excesivo y aun insoportable. Carter estaba ya. dispuesto a aumentar el presupuesto militar de Estados Unidos en un 6%; Reagan pretende elevarlo hasta el 7%, y va a conseguirlo una vez est¨¦n en sus puestos tanto ¨¦l como el nuevo Congreso; pero la econom¨ªa de Estados Unidos va por otro camino, y las grandes industrias que han favorecido -por esa misma raz¨®n- la elecci¨®n de Reagan est¨¢n interesadas directamente en los gastos militares; incluso su aumento ayudar¨¢ a contener el incremento del paro. Todo el ambiente pol¨ªtico americano ha sido marcado ¨²ltimamente por una tensi¨®n de peligro de guerra, y la opini¨®n p¨²blica aprueba por eso el reforzamiento de las avanzadas de Estados Unidos en la zona del golfo.Esa tensi¨®n no ha prendido del todo en Europa. Schmidt ha vuelto a insistir en Washington en la ?necesidad fundamental? -son sus palabras- de aumentar el control (reducci¨®n) de armamentos; todo el esfuerzo europeo en la Conferencia de Madrid, y en la actividad diplom¨¢tica conjunta, se centra en la necesidad de ese control. La filosof¨ªa aparente es la de que entra?a una mayor seguridad para Europa; la realidad es que ha de hacerse m¨¢s soportable la carga presupuestaria de unos pueblos que ven mernar diariamente su nivel de vida y que no relacionan la escasez de petr¨®leo y su carest¨ªa directa e indirecta con la preparaci¨®n de una guerra contra la URSS. La reuni¨®n. de fin de a?o de la OTAN va a ver probablemente un nuevo esfuerzo europeo para asegurar que la Organizaci¨®n no debe intervenir en ninguna querella fuera de sus fronteras; es decir, la teor¨ªa de la divisibilidad de la crisis y, por tanto, de la d¨¦tente.
La respuesta de Estados Unidos es la de la amenaza de una retirada de sus propias tropas en Europa -o incluso la rotura de los tratados-, sobre la base de que no pueden ayudar en su defensa a naciones que no se ayudan a s¨ª mismas. Puede que esta amenaza -de improbable Concreci¨®n en la realidad- no se haya emitido en la reuni¨®n de Schmidt con Reagan m¨¢s que bajo la forma de amables frases sonrientes, pero est¨¢ ah¨ª. La cuesti¨®n es que Schmidt y los sucesivos interlocutores europeos que acudir¨¢n pronto a Washington hagan ver a Reagan suficientemente que lo ¨²nico que puede convencer a Europa de que realice una forma de sacrificio eficaz es precisamente que no haya sacrificio; esto es, que Estados Unidos compense con creces, por otros medios, el exceso de gastos y de restricciones que quiere que hagan sus aliados. Pero ya no se conf¨ªa en que Estados Unidos pueda ofrecer esta compensaci¨®n. Los tiempos del Plan Marshall han quedado muy lejos y Europa piensa -con raz¨®n o sin ella- que la ¨²nica manera de ir capeando su crisis es reducirla a la altura de sus posibilidades de direcci¨®n y de manejo.
?Estamos ante la primera finta de una nueva fase del refuerzo nacionalista europeo? Parece que s¨ª. Reagan viene dispuesto por eso a enmendar la plana a sus aliados d¨ªscolos. Pero una cosa son los entusiasmos despu¨¦s de la elecci¨®n y otra la barredura de los restos de esos entusias.mos bajo la alfombra del despacho oval de la Casa Blanca.
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