El libro y Correos
LAS PROMETEDORAS perspectivas abiertas por los viajes del Rey a Latinoam¨¦rica han sido insuficientemente aprovechadas por el Gobierno, siempre presto a las euforias repentinas y casi nunca capaz de un trabajo constante y eficaz en este terreno. Nuestras autoridades han modificado algunas met¨¢foras en los discursos solemnes sobre los lazos que nos unen con las rep¨²blicas del nuevo continente, pero no han alterado sustancialmente su manera de considerar la proyecci¨®n de la cultura espa?ola en aquellas tierras y de dar a conocer, en las nuestras, las obras que enriquecen ese patrimonio com¨²n. La probable concesi¨®n del Premio Miguel de Cervantes a Juan Carlos Onetti o a Octavio Paz, despu¨¦s de que Alejo Carpentier y Jorge Luis Borges lo recibieran en a?os anteriores, mostrar¨ªa que el combate contra el provincianismo peninsular sigue ganando batallas, pese a ese monumento a la trivialidad y a la paleter¨ªa que es el programa 300 millones. Pero esos justos homenajes a grandes escritores coexisten con una generalizada insensibilidad oficial acerca de la unidad del ¨¢rea idiom¨¢tica y cultural que nos liga con los pa¨ªses latinoamericanos y de la necesidad de impulsar en las dos direcciones la comunicaci¨®n y el entendimiento.Sirva de bot¨®n de muestra un ejemplo de las barreras que obstaculizan los intercambios culturales con Latinoam¨¦rica. La industria editorial espa?ola, que durante muchos a?os hizo m¨¢s por la presencia de nuestras letras en aquel continente que toda la ret¨®rica oficial de la Hispanidad, encuentra cada vez mayores dificultades para situar su producci¨®n al otro lado del Atl¨¢ntico. Aunque las grandes firmas pueden utilizar la carga a¨¦rea -pese a la escasez de bodegas disponibles para los env¨ªos- o arriesgarse a las inseguridades e irregularidades de la carga mar¨ªtima, la inmensa mayor¨ªa de los peque?os y medianos ediaores se ven obligados a recurrir a la v¨ªa postal. Pero resulta ahora que Correos amenaza con un nuevo incremento de sus tarifas para principios de 1981 que har¨ªa incosteable el env¨ªo de libros por este procedimiento a los mareados latinoamericanos, adem¨¢s de castigar severamento la depauperada vida cultural espa?ola encareciendo la distribuci¨®n de libros en las zonas rurales m¨¢s apartadas del pa¨ªs. Las anteriores elevaciones de tarifas postales significaron ya una disminuci¨®n casi del 80% en los env¨ªos de libros por correo a pa¨ªses como M¨¦xico, Venezuela y Argentina. ?Se pretende, tal vez, anular la presencia de la industria editorial espa?ola de peque?a y mediana dimensi¨®n en provecho de nuestros competidores japoneses o estadounidenses?
Correos s¨®lo puede justificar su condici¨®n de monopolio por su car¨¢cter de servicio p¨²blico. En ese sentido, la utilizaci¨®n de criterios de estricta rentabilidad econ¨®mica desvirtuar¨ªa su actual naturaleza. Pero lo m¨¢s grave es que este monopolio estatal, que en s¨®lo cuatro a?os ha elevado su d¨¦ficit de 6.000 a 16.000 millones, pretenda enjugarlo aumentando las tarifas y no reduciendo costes y mejorando su eficacia y productividad. Sin contar, por lo dem¨¢s, con la conveniencia de que los servicios p¨²blicos presenten no s¨®lo un balance econ¨®mico de su actividad, sino tambi¨¦n un balance social que permita evaluar su grado de eficacia para cumplir la funci¨®n p¨²blica que se le ha encomendado en r¨¦gimen de monopolio.
A principios de este a?o fue creada una comisi¨®n mixta, con participaci¨®n del Ministerio de Transportes, el Ministerio de Cultura y el sector profesional, para buscar soluciones a los problemas de la difusi¨®n del libro en todos sus aspectos. Como en tantas otras ocasiones, el dicho atribuido a Napole¨®n de que para dejar pudrir un asunto lo mejor es crear una comisi¨®n se ha confirmado plenamente. En efecto, la comisi¨®n mixta no ha llegado a reunirse ni una sola vez, y no precisamente por culpa del sector profesional. Ahora que la difusi¨®n del libro espa?ol en Latinoam¨¦rica est¨¢ en juego y que la distribuci¨®n postal dentro de nuestro territorio puede encarecerse hasta convertir la lectura en lujo suntuario, parece llegada la hora de que la Administraci¨®n, a la que cabe exigir responsabilidades no s¨®lo pol¨ªticas, sino tambi¨¦n culturales, tome cartas en el asunto y ponga de su parte los mayores esfuerzos para evitar tales atentados.
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