La trampa
Coincidiendo con el pasado 20 de noviembre varias publicaciones europeas, especialmente francesas, han hecho un balance de lo que ha supuesto el ¨²ltimo lustro en la historia de este pa¨ªs llamado Espa?a. Contrasta esta actitud con la casi total ausencia en la Prensa espa?ola de an¨¢lisis globales sobre un per¨ªodo de tiempo que ha contemplado uno de los m¨¢s complejos, contradictorios, sorprendentes y, a pesar de todo, ricos episodios pol¨ªticos de la Europa contempor¨¢nea: la transici¨®n de la dictadura a la democracia en Espa?a. Pero, al contrario de lo que cab¨ªa prever en buena l¨®gica, no han sido los dem¨®cratas los que se han lanzado a la calle para celebrarlo, psicol¨®gicamente cada d¨ªa m¨¢s profundamente encerrados en s¨ª mismos y en sus abundantes frustraciones, sino los partidos del antiguo r¨¦gimen, que han conseguido as¨ª, con la inestimable colaboraci¨®n de los ¨®rganos de difusi¨®n en manos del Gobierno, entronizar el pasado y situarlo psicol¨®gicamente como perspectiva de futuro. Ni un solo partido pol¨ªtico del abanico ideol¨®gico parlamentario, ni una sola instituci¨®n de la democracia, ni el Gobierno que sali¨® de unas elecciones democr¨¢ticas y libres se han dignado dirigirse al pa¨ªs para recordarle el camino andado (una Constituci¨®n, el reencuentro con la libertad perdida y, en definitiva, la devoluci¨®n al pueblo de su soberan¨ªa) y explicarle quiz¨¢ lo que a¨²n queda por hacer. Se ha primado la nostalgia, siempre reaccionaria, pero en este caso m¨¢s que nunca, y se ha hecho gala, una vez m¨¢s, de un vergonzante y suicida sentimiento de derrota. La multitudinaria manifestaci¨®n en la plaza de Oriente (y da igual que fueran 200.000 o un mill¨®n) ha conseguido imponer su imagen y sobreponerla, como s¨ªmbolo de estos tiempos, a la de esos casi veinte millones de espa?oles que, despu¨¦s de cuarenta a?os, se acercaron a las urnas. La responsabilidad de esta insensata dejaci¨®n hist¨®rica, que alcanza, en primer lugar, al Gobierno de UCD, puede llegar a tener consecuencias funestas si no se sabe contrarrestar con gallard¨ªa la marea ascendente de la mitificaci¨®n y falsificaci¨®n del pasado.Est¨¢ claro que no es la democracia la que est¨¢ en crisis, sino la confianza en su capacidad para resolver los problemas que plantea la actual coyuntura hist¨®rica. No se entiende entonces c¨®mo es posible hacer frente a la situaci¨®n partiendo del estado maniaco-depresivo del que hace gala una parte de la clase pol¨ªtica. Algunos pol¨ªticos pasean su pesimismo y no se recatan en afirmar p¨²blicamente lo mal que est¨¢ todo y la ausencia de perspectivas. Los pasillos del Congreso y, lo que es m¨¢s grave, el hemiciclo, son a menudo en estos d¨ªas testigos de excepci¨®n de una l¨²gubre ceremonia de aburrimiento moral donde s¨®lo descuellan los dimes y diretes de las escasamente edificantes maniobras en el seno de los partidos. Algunas de las cuales, por cierto, parecen olvidar que no hay m¨¢s legitimizaci¨®n para el acceso al poder que ganar unas elecciones o, si son cuestiones internas, un congreso. En este ambiente, ?puede extra?ar a nadie que la derecha totalitaria y ultramontana que ha perdido estrepitosamente una tras otra las distintas convocatorias electorales, alcanzando porcentajes m¨ªnimos, se haya lanzado a la calle a buscar el espacio que las urnas le niegan? Mientras eso sucede, el poder, en manos de UCD, es absolutamente incapaz de dar la batalla de regeneracionismo moral que este pa¨ªs necesitar¨ªa. Muy al contrario, el portavoz parlamentario de este partido se permite el lujo, en la discusi¨®n de presupuestos, de desechar proyectos tales como las incompatibilidades o la eliminaci¨®n de las pensiones de los ex ministros, en base a que no se quiere una pol¨ªtica de im¨¢genes y de gestos. As¨ª nos va, claro, cuando precisamente es la ausencia de esos gestos (y que por mucho que el se?or Herrero de Mi?¨®n se empe?e, responden siempre a una concepci¨®n ¨¦tica de la pol¨ªtica sin la cual la democracia no puede entenderse) lo que est¨¢ privando, entre otras cosas, de credibilidad y de garra popular al Gobierno y a su partido.
El proceso de desgaste a que est¨¢ sometida la democracia espa?ola tiene algo de enfermizo y no se explica ¨²nicamente en base a los constantes embates terroristas ni a la dif¨ªcil situaci¨®n econ¨®mica. Es curioso que dos a?os despu¨¦s de ser aprobada mayoritariamente por el pueblo, la Constituci¨®n s¨®lo salga a relucir cuando se la fuerza a segundas o terceras lecturas y que frente a la marea ascendente de los partidarios del 20-N, el Gobierno no se haya ni siquiera planteado la posibilidad de una campa?a de sensibilizaci¨®n y conocimiento de su contenido. Sin duda, porque los enormes medios de comunicacion en sus manos, como Televisi¨®n Espa?ola, tienen mayores empresas que atender. Como, por ejemplo, el tratamiento dado a la manifestaci¨®n de la plaza de Oriente y que conoci¨® una de las m¨¢s altas cotas de irresponsabilidad que se recuerdan. Que ya es decir. Por su parte, los socialistas han iniciado, con escasos medios, una serie de actos sobre la Constituci¨®n. Bien venidos sean. Sin embargo, alg¨²n psic¨®logo algo tendr¨ªa que decir sobre el hecho de que el primero de ellos haya celebrado en el Ateneo de Madrid, lugar de indudable prestigio intelectual y resonancias pol¨ªticas muy gratificantes para las minor¨ªas. No parece, no obstante, que sean actos acad¨¦micos, por muy respetables que sean, lo que en este momento m¨¢s se necesite para revalorizar el texto constitucional. Con los franquistas en la calle y a banderas desplegadas y los dem¨®cratas en las academias, no parece que vaya a llegarse muy lejos.
No es una boutade para consuelo de nadie. Pero lo que se ha hecho en estos ¨²ltimos a?os bien merece encarar el porvenir con un m¨ªnimo de confianza en el sistema democr¨¢tico. Lo asombroso es que no se sepa transmitir eso al pa¨ªs y que, muy al contrario, se le est¨¦ insinuando que sus males no tienen remedio, que la aventura de la libertad ha sido s¨®lo un espejismo. Si la democracia est¨¢ en peligro (y si no lo est¨¢ puede llegar a estarlo), lo que procede no es interiorizarla y replegarla a sus cuarteles de invierno, dejando la calle expedita a sus enemigos. Para eso, naturalmente, hay que creer en ella y utilizar todos sus recursos. Lo malo es cuando la pol¨ªtica s¨®lo parece tener un horizonte de poder o de conservaci¨®n de lo establecido y no una perspectiva de cambio real. Se desde?an as¨ª las inmensas posibilidades que el sistema tiene para defenderse. Si una parte del tiempo que la clase pol¨ªtica, especialmente la que est¨¢ en el poder, emplea en conspiraciones de sal¨®n contra o a favor de Su¨¢rez, lo utilizase en fortalecer la democracia frente a sus enemigos, otro gallo cantar¨ªa en este pa¨ªs. No deja de ser, en este sentido, pintoresco el ver la irresistible ascensi¨®n de ciertos personajes que ofrecen al mejor postor una alternativa personal basada en su profunda desconfianza en los mecanismos constitucionales que, en el fondo, desprecian. As¨ª, se habla de salvar la democracia traicion¨¢ndola e incluso se menciona la licitud del empleo del juego sucio para detener el actual proceso de descomposici¨®n que propicia la actividad terrorista. La trampa est¨¢, sin embargo, muy clara. Esta democracia no saldr¨¢ adelante, ni mucho menos, con el juego chapucero, y ¨¦ticamente reprobable, de los devaneos de los frustrados aspirantes que las urnas rechazaron en su momento o por la puesta en circulaci¨®n de intolerables servicios paraleIos. La democracia se salvara ¨²nicamente por la vuelta al al esp¨ªritu que hizo posible la Constituci¨®n. La trampa est¨¢ en las medidas extraordinarias y en los hombres enviados por Dios, y no por los electores, para protegerla.
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