Traducir "El rodaballo"
En las Conversaciones de Esslingen, peri¨®dicamente organizadas en la Rep¨²blica Federal de Alemania, se pone en pr¨¢ctica una idea excelente: unos cuantos traductores a diferentes idiomas se re¨²nen con un autor para comentar su obra. G¨¹nter Grass, sin embargo, asiste un a?o a esas conversaciones y se lleva un disgusto de muerte. De pronto descubre que su fama, al menos en los pa¨ªses de habla inglesa, se basa en un malentendido prodigioso: las traducciones de sus libros hechas por Ralph Manheim s¨®lo se parecen al original en el argumento, y toda su magia y violencia verbales se quedan por el camino.Grass decide poner remedio a la cosa. Acaba de terminar, tras cinco a?os de esfuerzos, el voluminoso texto de El rodaballo, e impone a su editorial -la siempre activa Luchterhand- sus propias condiciones. La consecuencia es que en enero de 1978, en Francfort, Grass se encierra con sus futuros traductores antes de que ¨¦stos hayan podido perpetrar lo irreparable. Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, los Pa¨ªses Bajos, Italia, Yugoslavia e Israel est¨¢n bien representados. Espa?a participa a medias: el traductor env¨ªa a su santa esposa y fiel colaboradora.
Tras una introducci¨®n de Klaus Birkenhauer, presidente de la Asociaci¨®n Alemana de Traductores, y una impresi¨®n general a cargo del lector habitual de Grass, el propio Grass, sus traductores y algunos periodistas y cioniparsas recorren durante cinco d¨ªas, una por una, las setecientas p¨¢ginas de El rodaballo. Grass se desnuda, se confiesa, desenmascara citas ocultas, subraya lo que le importa y lo que no, y hasta accede a destripar los poemas, no siempre transparentes, intercalados en su novela. Nadie da soluciones -nadie hubiera podido darlas-, pero se se?ala y se delimita cada problema. Grass anima en todo momento a sus seguidores a ?atreverse a lo ins¨®lito?, a cogerles la palabra a las palabras y a estrujar sus propias estructuras ling¨¹¨ªsticas para alcanzar id¨¦nticos resultados.
F¨¢bula de amor y cocina
G¨¹nter Grass (que se precia de cocinar y amar todos los d¨ªas de su vida) ha escrito en El rodaballo una f¨¢bula de amor y cocina, demesurada y genial, cuyo puesto exacto en la literatura esta a¨²n por determinar. En cualquier caso, desde el punto de vista de la traducci¨®n, es un libro que vale la pena. Una historia que abarca 4.000 a?os y se desarrolla en once epocas constituye ya, de entrada, un muestrario de lenguajes; pero es que adem¨¢s emplea el de las antiguas sagas, el b¨ªblico, el de los cuentos de Grimm, la ¨²ltima jerga feminista, el pichinglis pol¨ªtico, la t¨¦cnica del reportaje, la empanada psicoanal¨ªtica, la pedanter¨ªa profesoral..., por no hablar del dialecto alem¨¢n de la costa, del prusiano oriental o del berlin¨¦s. Lo de menos para el traductor es adquirir ciertos conocimientos hist¨®ricos, culinarios, micol¨®gicos o ictiol¨®gicos; la verdadera dificultad estriba en lo que Bruna Bianchi, la gentil traductora italiana, ha llamado ?l?infernale virtuosismo? de Grass: su constante invenci¨®n l¨¦xica y sint¨¢ctica.
Terminadas las jornadas, los traductores, un tanto abrumados, regresan a sus hogares y emprenden esa extra?a operaci¨®n de travestismo, vampirismo y ventriloqu¨ªa que consiste en escribir por pluma de otro. El noruego (Risvik). no sabe qu¨¦ hacer con las setas: en su pa¨ªs no se comen y no tienen nombres populares. El japon¨¦s (Takamoto), constre?ido por normas po¨¦ticas, se ve en la imposibilidad de respetar rimas o ritmos.
Un par de a?os despu¨¦s, los resultados est¨¢n en las librer¨ªas. La intenci¨®n de Grass se ha frustrado en parte, pero no por culpa suya. Manheim, con The Flounder, ha vuelto a hacer su n¨²mero habitual, y Le turbot franc¨¦s es un c¨²mulo de errores, inexactitudes y postizos. No obstante, Il rombo italiano, el Flynderen dan¨¦s, etc¨¦tera, han merecido grandes elogios y pertenecen, sin lugar a dudas, a la misma familia de pleuron¨¦ctidos que el rodaballo alem¨¢n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.