La raz¨®n de ser de UCD
Son muchas las razones que pueden explicar el nacimiento de un partido amplio, diverso y complejo o singular, como Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico. Querr¨ªa, en este art¨ªculo, aislar algunas de ellas como punto de partida para tratar de redifinir lo que supone o debe suponer el centrismo en la Espa?a de hoy.UCD aparece el 15 de junio de 1977 como coalici¨®n electoral con un prop¨®sito definido: evitar, a la hora de acceder nuevamente a la libertad, la reproducci¨®n del mito-realidad de las dos Espa?as, dirigi¨¦ndose particularmente al centro sociol¨®gico del pa¨ªs. Impedir la divisi¨®n de los espa?oles en dos bloques conducidos de hecho por las minor¨ªas radicales de uno y otro lado y poner t¨¦rmino a una confrontaci¨®n, est¨¦ril por dogm¨¢tica, sentando en com¨²n las bases de un sistema de convivencia en libertad, integrador de los diversos pluralismos que componen la realidad espa?ola, fueron, son y seguir¨¢n siendo pretensiones complementarias de aquel prop¨®sito primario e irrenunciable.
El triunfo de UCD en dos elecciones generales sucesivas avala el acierto de un planteamiento que encuentra su raz¨®n de ser en un somero. examen de la historia de Espa?a durante los ¨²ltimos 150 a?os, historia que, por vez primera, se asume en su integridad con la intenci¨®n declarada de superarla hacia el futuro. Debe a?adirse, no obstante, que el ¨¦xito electoral de UCD y la relativa facilidad con que se inici¨® su proceso de conversi¨®n en un partido de organizaci¨®n unitaria se vieron favorecidos por el m¨¦todo de cambio pol¨ªtico seguido -reforma en lugar de ruptura- y por la conciencia, m¨¢s o menos di fusa, existente tanto en la clase pol¨ªtica como en la propia sociedad espa?ola de los perjuicios que derivan de un pluripartidismo excesivo.
Pero hubo otra circunstancia que influy¨® a mi juicio objetivamente en nuestra realidad y coadyuv¨®, junto a los factores anteriores, a la formaci¨®n de una gran fuerza pol¨ªtica centrista, impidiendo un trasplante mec¨¢nico a Espa?a del sistema de partidos vigente en la mayor¨ªa de las naciones democr¨¢ticas del Occidente europeo. Espa?a, pa¨ªs sin tradici¨®n democr¨¢tica s¨®lida, hubo de inventarse un sistema de partidos en un momento en que las sociedades industriales -cuyo modelo inspiraba nuestro comportamiento- hab¨ªan experimentado profundos cambios no ya desde el periodo de entreguerras, sino desde el t¨¦rmino de la segunda guerra mundial. Partidos originariamente alejados entre s¨ª por concepciones diversas sobre importantes ejes de convivencia y de modelo de sociedad -laicismo, familia, intervencionismo estatal, fiscalidad, servicios sociales, etc¨¦tera- fueron aproxim¨¢ndose ideol¨®gicamente y reduciendo sus diferencias program¨¢ticas hasta el punto de que, en no pocos de esos pa¨ªses, liberales, democristianos, progresistas, radicales o socialdem¨®cratas han gobernado juntos con regularidad y sin divergencias apreciables en los ¨²ltimos cincuenta a?os. Y si hoy esos partidos tan pr¨®ximos entre s¨ª subsisten diferenciados es m¨¢s por razones hist¨®ricas o de discrepancia t¨¢ctica que por divergencias ideol¨®gicas reales. ?Hab¨ªa algo m¨¢s l¨®gico que sus equivalentes espa?oles articulados en peque?os grupos, emergentes de la clandestinidad o semiclandestinidad, sin inserci¨®n social ninguna, se integrasen en el ¨²ltimo cuarto del siglo XX en una sola organizaci¨®n partidista con los autores e impulsores de la reforma pol¨ªtica democr¨¢tica? Mi respuesta es positiva. Fue una decisi¨®n acertada y ¨²til para la articulaci¨®n de la Espa?a democr¨¢tica.
UCD no naci¨®, pues, como un partido meramente defensivo -caso de la CEDA-, sino con un prop¨®sito positivo de construir en Espa?a, en colaboraci¨®n con otras fuerzas pol¨ªticas de signo distinto, un sistema democr¨¢tico de convivencia. Pero la consecuci¨®n de este, objetivo no concluye con la elaboraci¨®n de un texto constitucional, con la mera vigencia de unas reglas del juego pol¨ªtico com¨²nmente aceptadas; exige tambi¨¦n, a mi juicio, impulsar, gradual y moderadamente, el proceso de modernizaci¨®n de la sociedad espa?ola que deriva no ya de la raz¨®n de ser de UCD, sino tambi¨¦n de nuestra Constituci¨®n, y en buena medida por la aportaci¨®n a ella ?e la propia UCD.
Es en este plano donde se suscita la redefinici¨®n de la funci¨®n de un partido centrista mayoritario en la realidad espa?ola actual. Porque el proceso de modernizaci¨®n, en los t¨¦rminos en que UCD o plantea, es condici¨®n indispensable para garantizar la convivencia pac¨ªfica en libertad y, consecuentemente, la pervivencia del propio sistema democr¨¢tico. Sin objetivos de modernizaci¨®n o con objetivos puramente conservadores se corre el grave riesgo de que la vida pol¨ªtica y social espa?ola pueda volver a radicalizarse, tanto m¨¢s cuanto que los serios problemas que padecemos -paro, terrorismo- tienen entidad sobrada para favorecer extremismos de uno y otro signo e inciden sobre unas estructuras institucionales fr¨¢giles por incipientes.
No es este el momento de entrar en el alcance y contenido de la idea de modernizaci¨®n. Creo que es bastante, a t¨ªtulo de ejemplo, citar el divorcio o la autonom¨ªa universitaria como temas que han sido objeto de especial pol¨¦mica dentro de UCD en las ¨²ltimas semanas. S¨ª parece, por el contrario, conveniente resaltar un hecho sobre el que, en mi opini¨®n, no se ha meditado suficientemente. Espa?a experiment¨¦, especialmente durante la d¨¦cada de los sesenta, un rapid¨ªsimo proceso de industrializaci¨®n, de urbanizaci¨®n y de expansi¨®n del sector servicios. En poco m¨¢s de diez a?os, la sociedad espa?ola se transform¨®, en t¨¦rminos econ¨®micos y cuantitativos, en una sociedad b¨¢sicamente industrial y urbana. Lo que en otros pa¨ªses se hab¨ªa producido durante cincuenta o 75 a?os como m¨ªnimo, en Espa?a tuvo lugar con un grado de aceleraci¨®n dif¨ªcilmente imaginable. Ello ha originado un desfase, hoy claramente perceptible por la existencia de libertades, entre lo que es propio de una moderna sociedad industrial desde una perspectiva econ¨®mica y lo que es inherente a este tipo de sociedad en t¨¦rminos de valores sociales y culturales o en t¨¦rminos de h¨¢bitos, comportamientos, conductas y actitudes individuales y colectivas. En otras palabras, en la Espa?a de nuestros d¨ªas no tienen a¨²n plena vigencia los valores y h¨¢bitos propios de las sociedades industriales europeas, a pesar de compartir con ¨¦stas muchas caracter¨ªsticas comunes o afines.
Poner t¨¦rmino a este desfase gradualmente es, a mi modo de ver, la funci¨®n que como partido tiene hoy UCD en la sociedad espa?ola. Si renuncia a cumplir este papel parapet¨¢ndose en planteamientos meramente inmovilistas, se pondr¨¢ en peligro el propio sistema democr¨¢tico, porque el enraizamiento social de la democracia y, a la postre, su supervivencia depende justamente de la capacidad de un partido centrista de continuar impulsando los cambios necesarios y las adaptaciones precisas. La tarea no es, desde luego, f¨¢cil. Y no s¨®lo porque el amplio electorado de UCD puede llegar a sentirse despegado de este planteamiento por la incapacidad de comunicaci¨®n de que hasta ahora hemos hecho gala; no s¨®lo porque en el camino se cometen errores que cuesta rectificar, sino tambi¨¦n porque si hay que hacer frente a un fen¨®meno terrorista implacable y a una crisis econ¨®mica sin precedentes que engendran desasosiego y desmoralizaci¨®n. Pero tal es nuestra raz¨®n de ser, la raz¨®n de ser de UCD. Y lo que est¨¢ en juego no es, por tanto, c¨®mo se elige el comit¨¦ ejecutivo o cu¨¢les deban ser las atribuciones estatutarias del presidente del partido; lo que est¨¢ en juego es nuestra capacidad para ofrecer y convencer al pueblo espa?ol de la bondad y necesidad de un planteamiento como el precedente en el que se enmarque y adquiera sentido la resoluci¨®n de sus problemas, as¨ª como nuestra competencia para continuar dirigiendo un proceso de cambio que asiente s¨®lidamente esa convivencia en libertad que siempre ha faltado en nuestra larga historia como naci¨®n.
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