Los comunistas descubren Europa
Un curioso fen¨®meno de simetr¨ªa inversa: la evoluci¨®n de los grandes partidos comunistas europeos (Italia, Francia y Espa?a) se ha realizado en direcci¨®n diametralmente opuesta a la de los terroristas. A medida que los grupos extremistas acent¨²an la violencia, los comunistas se acercan m¨¢s y m¨¢s a los m¨¦todos y programas de los tradicionales partidos democr¨¢ticos. Los puntos de vista que sustentan hoy los comunistas italianos y espa?oles no est¨¢n muy alejados de los de la II Internacional y la social-democracia.Si el deturpado revisionista Bernstein viviese a¨²n se frotar¨ªa las manos de gusto ante algunas de las declaraciones de Berlinguer y de Carrillo. No han faltado cr¨ªticos que denuncien la pol¨ªtica de los eurocomunistas como una a?agaza, una maniobra del g¨¦nero de las del Frente Popular y la ?mano tendida? de la ¨¦poca de Stalin. Es innegable que en las posiciones del eurocomunismo hay, como en todos los programas y manifiestos pol¨ªticos, una buena dosis de t¨¢ctica oportunista. Sin embargo, hay algo m¨¢s y de m¨¢s significaci¨®n: los comunistas italianos y espa?oles han descubierto a Europa y, con ella, a la democracia.
El eurocomunismo ha sido una tentativa de los dirigentes por responder a los cambios sociales e hist¨®ricos operados en el continente durante los ¨²ltimos treinta a?os. Esos cambios no s¨®lo son un desaf¨ªo, sino un ment¨ªs a las previsiones del marxismo-leninismo.
No, el eurocomunismo no es ni un ardid ni una estratagema. Es un momento de un largo y tortuoso proceso de revisi¨®n y cr¨ªtica que comenz¨® hace mucho y que a¨²n no termina. Los or¨ªgenes de este proceso est¨¢n en las disputas y pol¨¦micas que sucesivamente desgarraron a la I, a la II y a la III Internacionales. Lo que hoy se discute ya fue discutido, aunque con otro lenguaje y desde otras perspectivas, por Marx y Bakunin, por Martov y Lenin, es decir, por todos los protagonistas del movimiento obrero desde hace m¨¢s de un siglo.
En la ¨¦poca contempor¨¢nea, el proceso de revisi¨®n y critica fue desencadenado por el informe de Kruschef. Durante a?os y a?os, los l¨ªderes de los partidos comunistas hab¨ªan ocultado la realidad sovi¨¦tica: el terror institucional, la servidumbre de los obreros y campesinos, el r¨¦gimen de privilegios, los campos de concentraci¨®n y, en fin, todas esas pr¨¢cticas que los comunistas designan p¨²dicamente como ?violaciones a la legalidad socialista?. Es absurdo decir, como ahora alegan algunos, que los lideres ignoraban esa realidad. Por un mecanismo moral y psicol¨®gico que todav¨ªa no ha sido descrito, Thorez, Togliatti, La Pasionaria y los otros no s¨®lo aceptaron la mentira, sino que colaboraron activamente a su difusi¨®n. Lo m¨¢s terrible fue que lograron preservar el mito de la Uni¨®n Sovi¨¦tica como ?patria de los trabajadores ? no s¨®lo en el esp¨ªritu de los militantes, sino en el de millones de simpatizantes.
No menos escandaloso fue el espect¨¢culo de la fe inconmovible de innumerables ?intelectuales progresistas?, ?precisamente aquellos cuya ¨²nica profesi¨®n de fe deber¨ªa ser la cr¨ªtica, el examen y la duda! Pero despu¨¦s del informe de Kruschef no fue posible ya tapar el sol con un dedo.
Cr¨ªtica moral e hist¨®rica
Al principio, la cr¨ªtica fue m¨¢s bien de orden moral. ?C¨®mo era posible que se hubiese instalado en Rusia, despu¨¦s de que los revolucionarios hab¨ªan derrocado a la autocracia zarista y establecido el primer r¨¦gimen socialista de la historia, una tiran¨ªa como la de Stalin? Una a una, las pretendidas explicaciones, se?aladamente la del llamado ?culto a la personalidad?, perdieron validez y credibilidad.
A la cr¨ªtica moral sucedi¨® la cr¨ªtica hist¨®rica, pol¨ªtica y econ¨®mica. La tarea de demolici¨®n de un edificio de mentiras que ha durado cerca de medio siglo, a¨²n no termina. Como siempre ocurre, fueron los intelectuales -entre ellos, muchos comunistas- los que iniciaron el examen cr¨ªtico. Es claro que sin la acci¨®n de los intelectuales, de izquierda la evoluci¨®n de los partidos comunistas -europeos hubiera sido imposible. Gracias a ellos no se pueden hoy repetir impunemente las mentiras de hace diez o quince a?os (de paso: contrasta esta actitud con la de tantos intelectuales latinoamericanos que no abren la boca sino para recitar los catecismos redactados en La Habana o en Mosc¨²). La cr¨ªtica de los intelectuales europeos fue eficaz -a la inversa de lo que ocurri¨® antes con las de Serge, Cilinga, Souvarine, Breton, Camus, Solone, Howe y otros- porque, casi al mismo tiempo, el mundo descubri¨® la existencia de un movimiento, de disidencia en la URSS. Ese movimiento ofrec¨ªa (ofrece) la singularidad de no reducirse a una sola corriente: la pluralidad de tendencias y filos¨®ficas de la Rusia prevolchevique reaparece entre los disidentes. Lo m¨¢s significativo es que los marxistas son una minor¨ªa. dentro del movimiento.
Ocupaci¨®n de Checoslovaquia
Otra circunstancia que aceler¨® la evoluci¨®n de los partidos comunistas europeos fue la ocupaci¨®n rusa de Checoslovaquia. Fue un golpe que, despu¨¦s de la sangrienta intervenci¨®n en Hungr¨ªa, dif¨ªcilmente pod¨ªa soportar la izquierda europea. Por segunda vez, el Estado burocr¨¢tico ruso aplastaba una revoluci¨®n democr¨¢tica socialista. El conflicto chino-sovi¨¦tico comprob¨® que el internacionalismo proletario es la m¨¢scara de las agresiones nacionalistas; la invasi¨®n de Checoslovaquia confirm¨® que los intereses imperiales del Estado ruso no coinciden con los intereses y aspiraciones de la clase obrera ni con el socialismo. La pol¨ªtica rusa en Checoslovaquia ofendi¨® a la clase obrera europea y a los intelectuales de izquierda por partida doble: en sus sentimientos socialistas y en sus sentimientos nacionalistas.
Una tercer circunstancia no menos determinante fue la decisi¨®n de los dirigentes de los partidos comunistas europeos, ante lo ocurrido en los pa¨ªses sat¨¦lites de Rusia, por asegurar hasta donde fuese posible la independencia de sus organizaciones. Demasiado j¨®venes o demasiado cautos para reconocerse en la suerte de Rajt, Clementis, Slansky y las otras v¨ªctimas de Stalin, vieron en la de Dubcek una prefiguraci¨®n de la que ellos mismos podr¨ªan correr en el caso de una victoria rusa.
As¨ª, al reconocimiento (tard¨ªo) de los valores democr¨¢ticos y del principio de autodeterminaci¨®n de los pueblos se uni¨® la consideraci¨®n de la independencia de los partidos comunistas. El camino purificador, aunque doloroso, de las rectificaciones ha pasado sucesivamente por realidades ignoradas por el movimiento comunista: democracia formal, pluralismo, individualismo, libertad, naci¨®n.
Aunque las diferencias entre los tres partidos europeos son muy grandes -en el franc¨¦s, la herencia estalinista pesa mucho-, es indudable que los dirigentes han intentado adecuar la ideolog¨ªa y la t¨¢ctica a las realidades de la nueva Europa. Los tres partidos aceptan jugar el juego d¨¦mocr¨¢tico y parlamentario, postulan el pluralismo, se declaran partidarios de la v¨ªa pac¨ªfica y gradual hacia el socialismo y han dejado de ver en la URSS un modelo. Los tres se proclaman tambi¨¦n defensores de los derechos humanos y de la independencia de las naciones. Los comunistas franceses, a pesar de ser los m¨¢s conservadores, han participado en reuniones cle protesta en favor de los disidentes rusos, checos, polacos y de otras pa¨ªses dominados por Rusia. Sin embargo, han cerrado los ojos ante las atrocidades vietnamitas y prefieren no hablar del r¨¦gimen de derechos humanos en la Cuba de Castro.
Por desgracia, el Partido Comunista franc¨¦s, despu¨¦s de romper con los socialistas, ha regresado. m¨¢s y m¨¢s a sus antiguas posiciones de apoyo incondiciortal a la URSS, como en el caso de Afganist¨¢n. El partido de Marchais ha vuelto a ser el partido de Thorez. Otro triunfo p¨®stumo de Stalin.
Los tres partidos se dicen nacionalistas; los italianos y los espa?oles se han mostrado favorables a la OTAN y han depuesto el antiamericanismo primario de hace algunos a?os. Otra rectificaci¨®n capital: los tres partidos afirman ser buenos europeos, aunque en esto los franceses tambi¨¦n se apartan de sus camaradas. Nacionalistas rabiosos, no s¨®lo son partidarios de la fuerza at¨®mica de Francia, sino que su chovinismo rivaliza con el de los gaullistas m¨¢s intransigentes. Su bete noire es la Rep¨²blica Federal de Alemania. Mejor dicho: lo era hasta ayer. La actitud conciliadora de Sclimidt ante la URSS ha modificado m¨¢s y m¨¢s las acerbas cr¨ªticas de los comunistas franceses.
Una orden religiosa
En las elecciones pasadas, en Francia, los comunistas rompieron el pacto que les un¨ªa a los socialistas. La imposibilidad de colaborar con otros partidos de izquierda ha sido un rasgo permanente en la historia de los partidos comunistas, desde 1918 hasta nuestros d¨ªas. Los comunistas ven con sa?a a las tendencias ideol¨®gicas afines: socialistas de todos los niatices, anarquistas, laboristas. No s¨®lo los han atacado siempre, sino que, cuando han podido, los han perseguido y exterminado.
Esta caracter¨ªstica, y la propensi¨®n a dividirse y subdividirse en sectas y fracciones, son una prueba de que el comunisrno no es realmente un partido pol¨ªtico, sino una orden religiosa animada por una ortodoxia exclusivista. Para los comunistas, los otros no existen sino como sujetos que hay que convertir o eliminar. Para ellos, la alianza significa anexi¨®n, y aquel que conserve su independencia se convierte en hereje y enemigo. Cierto: los, comunistas ¨ªtali anos hablan de ?co Mpromiso hist¨®:ico?, un t¨¦rmino que implica la alianza no s¨®lo con los otros partid Ds ¨®breros, sino con la clase media y la burgues¨ªa liberal misma. Es licito, de todos modos, preguntarse si la pol¨ªtica de los comunistas italianos ser¨ªa la misma si en Italia existiese un partido socialista fuerte como el franc¨¦s o el espa?ol.
La reforma m¨¢s espectacular ha sido la renuncia al dogma de la dictadura del proletariado. Sobre esto es ¨²til distinguir entre dicta dura del proletariado y dictadura del partido comunista. Marx afirm¨® lo primero, no lo segundo. Seg¨²n la concepci¨®n original de Marx y Engels, durante el per¨ªodo de transici¨®n hacia el socialismo (dictadura del proletariado) el poder estar¨ªa en manos de los distintos partidos obreros revolucionarios. Pero en los pa¨ªses ?socialistas? la minor¨ªa comunista, en nombre del proletariado, ejerce una dicta dura total sobre todas las clases y grupos sociales, incluido el proletariado mismo. La renuncia a la noci¨®n de ?dictadura del proletariado? ha sido un signo, otro m¨¢s, de que al fin la izquierda europea, sin excluir a los comunistas, se ha lanzado a recuperar su otra tradici¨®n. No la que viene de la ?voluntad general? de Rousseau, m¨¢scara de la tiran¨ªa y origen intelectual del jacobinismo y el marxismo-leninismo, sino la libertaria, pluralista y democr¨¢tica, fundada en el respeto a las minor¨ªas. Ojal¨¢ que no sea demasiado tarde.
A pesar de la importancia de los cambios operados en los partidos comunistas de Italia y Espa?a, su evoluci¨®n ha sido incompleta. La reforma no ha tocado esencial mente la constituci¨®n interna de esos organismos. Los partidos co munistas europeos -se?alada mente el de Francia- siguen sien do grupos cerrados, a un tiempo ¨®rdenes religiosas -y militares. Hace poco, Althuser describ¨ªa al Partido Comunista franc¨¦s como un cuar tel y una fortaleza. Deber¨ªa haber agregado que es tambi¨¦n una secta religiosa regida por un concilio de inquisidores. Los modelos del partido comunista han sido dos insti tuciones que encarnan el doble principio de la ortodoxia y la auto ridad jer¨¢rquica: la Iglesia y el Ej¨¦rcito. Por todo esto hay que preguntarse: si la democracia interna no existe todav¨ªa en los partidos comunistas, ?c¨®mo tomar en serio sus profesiones de fe de mocr¨¢tica y pluralista? No menos insatisfactoria es la actitud de estos partidos frente a Rusia. Pienso, sobre todo, en el Partido Comunista franc¨¦s. En esto los espa?oles han sido m¨¢s claros y tajantes: Santiago Carrillo ha tenido el valor de decir algo que todos sabemos, pero que muchos intelectuales latinoameri canos prefieren callar: que la URSS no es un pa¨ªs socialista. La posici¨®n de los italianos ha sido m¨¢s cauta, y la de los franceses, m¨¢s bien equ¨ªvoca. Aunque los co munistas franceses han criticado varias veces a la URSS, especialmente por la invasi¨®n de Checoslovaquia, el Estado burocr¨¢tico ruso sigue siendo para ellos una ?potencia progresista?.
Las dos fallas que he se?alado son graves. Si se quiere volver a la verdadera tradici¨®n socialista hay que satisfacer antes una doble exigencia moral y pol¨ªtica. La primera es romper con el mito de una URSS socialista; la segunda, establecer la democracia interna en los partidos comunistas. Esto ¨²ltimo significa revisar la tradici¨®n leninista en su ra¨ªz misma: la democracia interna implica asimismo la renuncia a la dictadura del partido como ?van guardia del proletariado?. Con cluyo: si los partidos comunistas quieren dejar de ser ¨®rdenes religiosas y militares para convertirse en aut¨¦nticos partidos pol¨ªticos, deben comenzar por practicar la democracia en casa y denunciar a los tiranos ah¨ª donde los haya, sea en Chile o en Vietnam, en Cuba o en Ir¨¢n.
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