Estados Unidos, entre Epicuro y Calvino
Los efectos de la erosi¨®n de la autoridad gubernamental han sido m¨¢s graves en el exterior que en el interior. Pienso, claro est¨¢, en la situaci¨®n de Estados Unidos. Despu¨¦s de Watergate, el poder del presidente de la Uni¨®n americana se ha deteriorado; consecuentemente, ha crecido la influencia de los distintos grupos depresi¨®n, cada uno representando un inter¨¦s parcial. La situaci¨®n recuerda un poco a la de Atenas durante la guerra del Peloponeso. En materia internacional, la pol¨ªtica de Estados Unidos ha sido jugar a la defensiva, lo que, en s¨ª mismo, no es inh¨¢bil, a condici¨®n de no perder la iniciativa. Pero despu¨¦s de Vietnam no s¨®lo parecen haberla perdido, sino que con frecuencia su pol¨ªtica es err¨¢tica, como lo muestran, entre otros ejemplos, los de Angola, Cuba, Ir¨¢n y Afganist¨¢n. El vac¨ªo del poder presidencial se traduce en falta de firmeza y en ausencia de continuidad y direcci¨®n. Ante esto, muchos se preguntan: ?A d¨®nde va Estados Unidos? Y, sobre todo, ?a d¨®nde lleva a sus aliados?Estados Unidos atraviesa por un per¨ªodo de duda y desorientaci¨®n. Si no han perdido la fe en sus instituciones -Watergate fue un ejemplo admirable-, no creen ya como antes en el destino de su naci¨®n. Es imposible, dentro de los l¨ªmites de este art¨ªculo, examinar las razones y las causas: son del dominio de la duraci¨®n larga. Baste con decir que, probablemente, el actual estado de esp¨ªritu del pueblo norteamericano es la consecuencia de dos fen¨®menos contradictorios, pero que, como sucede a menudo en la historia, se han conjugado.
El primero es el sentimiento de culpabilidad que despert¨® en muchos esp¨ªritus la guerra de Vietnam; el segundo es el desgaste de la ¨¦tica puritana y el auge del hedonismo de la abundancia. El sentimiento de culpabilidad, unido a la humillaci¨®n de la derrota, ha reforzado el aislacionismo tradicional, que ha visto siempre a la democracia norteamericana como una isla de virtud en el mar de perversidades de la historia universal. El hedonismo, por su parte, ignora el mundo exterior, y, con ¨¦l, a la historia.
Aislacionismo y hedonismo coinciden en un punto: los dos son antihist¨®ricos. Ambos son expresiones de un conflicto que est¨¢ presente en la sociedad norteamericana desde la guerra con M¨¦xico, en 1847, pero que s¨®lo hasta este siglo se ha hecho plenamente visible: Estados Unidos es una democracia y, al mismo tiempo, es un imperio. Agrego: un imperio peculiar, pues, seg¨²n procurar¨¦ mostrar en otro art¨ªculo, no se ajusta completamente a la definici¨®n cl¨¢sica. Es algo muy distinto a lo que fueron el imperio romano, el espa?ol, el portugu¨¦s y el ingl¨¦s.
Disyuntiva mortal
Perplejos ante su doble natura-leza hist¨®rica, hoy no sabe qu¨¦ camino tomar. La disyuntiva es mortal: si escoge el destino imperial, dejar¨¢ de ser una democracia y as¨ª perder¨¢ su raz¨®n de ser como naci¨®n. Pero ?c¨®mo renunciar al poder sin ser inmediatamente destruidos por su rival, el imperio ruso?
Se dir¨¢ que Gran Breta?a fue una democracia y un imperio. La situaci¨®n contempor¨¢nea es muy distinta: el imperio brit¨¢nico fue exclusivamente colonial y ultramarino; asimismo, en su pol¨ªtica europea y americana no busc¨® la hegemon¨ªa, sino el equilibrio de poderes. La pol¨ªtica del equilibrio de poderes corresponde a otra etapa de la historia mundial. Ni Gran Breta?a ni las otras grandes potencias europeas tuvieron que enfrentarse a un Estado como la URSS, cuya expansi¨®n imperialista est¨¢ inextricablemente aliada a una ortodoxia universal. El Estado burocr¨¢tico ruso no s¨®lo aspira a la dominaci¨®n mundial, sino que es una ortodoxia militante que no tolera otras ideolog¨ªas ni otros sistemas de gobierno.
El origen de la democracia norteamericana es religioso, y se encuentra en las comunidades de disidentes protestantes que se establecieron en el pa¨ªs durante los siglos XVI y XVII. Las preocupaciones religiosas se convirtieron despu¨¦s en ideas pol¨ªticas te?idas de republicanismo, democracia e individualismo, pero la tonalidad original jam¨¢s desapareci¨® de la conciencia p¨²blica.
Religi¨®n, moral y pol¨ªtica han sido inseparables en Estados Unidos. Esta es la gran diferencia entre el liberalismo europeo, casi siempre laico y anticlerical, y el norteamericano. Las ideas democr¨¢ticas tienen entre los norteamericanos un fundamento religioso, a veces impl¨ªcito, y otras, las m¨¢s, expl¨ªcito. Estas ideasjustificaron la tentativa, ¨²nica en la historia, de constituir una naci¨®n como,un covenant, frente e incluso contra la necesidad o fatalidad hist¨®rica. En Estados Unidos, el pacto social no fue una ficci¨®n, sino una realidad, y se realiz¨® para no repetir la historia europea. Este es el origen del aislacionismo norteamericano: la tentativa por fundar una sociedad que estuviese al abrigo de las vicisitudes que hab¨ªan sufrido los pueblos europeos.
La utop¨ªa norteamericana
Si pudiesen, los norteamericanos se encerrar¨ªan en su pais y le dar¨ªan la espalda al mundo, salvo para comerciar con ¨¦l y visitarlo. La utop¨ªa norteamericana -en la que abundan, como en todas las utop¨ªas, muchos rasgos monstruosos- es la mezcla de tres sue?os: el del religioso, el del mercader y el del explorador. Tres individualistas. De ah¨ª la desgana que muestran cuando tienen que enfrentarse al mundo exterior, su incapacidad para comprenderlo y su pericia para manejarlo. Son un imperio, est¨¢n rodeados de naciones que son sus aliadas y de otras que quieren destruirlos, pero ellos quisieran estar solos: el mundo exterior es el mal, la historia es la perdici¨®n. Son lo contrario de Rusia, otro pa¨ªs religioso pero que identifica a la religi¨®n con la Iglesia y que encuentra leg¨ªtima la confusi¨®n entre ideolog¨ªa y partido. El Estado comunista -como se vio muy claramente durante la guerra pasada- es el continuador, y no s¨®lo el sucesor, del Estado zarista. La noci¨®n de pacto o covengnt no ha figurado nunca en la historia pol¨ªtica de Rusia, ni en la tradici¨®n religiosa zarista ni en la tradici¨®n bolchevique. Tampoco Da idea de la religi¨®n como algo del dominio del fuero ¨ªntimo; para los rusos, ni la religi¨®n ni la pol¨ªtica pertenecen a la esfera de la conciencia privada, sino a la p¨²blica.
La contradicci¨®n de Estados Unidos afecta a los fundamentos mismos de la naci¨®n. As¨ª, la reflexi¨®n sobre Estados Unidos y sus actuales predicamentos desemboca en una pregunta: ?Ser¨¢n capaces de resolver la contradicci¨®n entre imperio y democracia? Les va en ello la vida y la identidad. Aunque es imposible responder a esta pregunta, no lo es arriesgar un comentario.
El sentimiento de culpa puede transformarse, rectamente utilizado, en el comienzo de la salud pol¨ªtica; en cambio, e[ hedonismo no lleva sino a la dimisi¨®n, la ruina y la derrota. Es verdad que despu¨¦s de Vietnam y Watergate hemos asistido a una suerte de org¨ªa de masoquismo y hemos visto a muchos intelectuales, cl¨¦rigos y periodistas rasgarse las vestiduras y golpearse el pecho en si ano de contrici¨®n. Las autoacusaciones, en general, no eran ni son falsas, pero el tono era, y es, con frecuencia, delirante, como cuando se hizo culpable a la pol¨ªtica norteamericana en Indochina de las atrocidades que despu¨¦s han cometido los jemeres rojos y los vietnamitas.
No obstante, el sertimiento de culpa, adem¨¢s de ser una compensaci¨®n que mantiene el equilibrio ps¨ªquico, posee un valor moral: nace del examen de conciencia y del reconocimiento ce que se ha obrado mal. As¨ª, puede convertirse en sentimiento de responsabilidad, ¨²nico ant¨ªdoto contra la ebriedad de la hibris, lo mismo para los individuos que para los imperios.
El hedonismo, por sa parte, es la negaci¨®n de la responsabilidad. Ante la crisis del petr¨®leo, el p¨²blico norteamericano se ha negado a aceptar una pol¨ªtica realista de austeridad, gesto equivalente al de aquel que cierra los ojos cuando camina al borde de un precipicio. El hedonista es indifermte ante los d¨¦biles y manso ante los violentos; los norteamericancs primero desde?aron a Castro, cue les ped¨ªa ayuda econ¨®mica, y ahora conllevan con paciencia sus exabruptos oratorios y su pol¨ªtica de intervenci¨®n en Africa. Han mostrado la misma incomprensi¨®n en los casos de Nicaragua e Ir¨¢n. (Volver¨¦ sobre estos dos temas en otros art¨ªculos de esta serie.)
Las oscilaciones de la pol¨ªtica exterior norteamericana, sus ¨ªdas y venidas, sus repetidos fracasos y retrocesos, y, en el interior, los dramas y esc¨¢ndalos de Washington, la ca¨ªda sin gloria de Nixon, el descr¨¦dito de Carter, la inflaci¨®n y la baja del d¨®lar, la ausencia de disciplina colectiva, el relajamiento de la moral p¨²blica -todo esto y otros s¨ªntomas m¨¢s que revelan confusi¨®n, desbarajuste y aun descomposici¨®n, provocan que muchos se pregunten si Estados Unidos ha comenzado ya -?tan pronto!- su descenso hist¨®rico. El ejemplo de Roma se presenta, espont¨¢neamente, a la memoria.
Para Montesquieu la decadencia de los romanos tuvo una causa doble: el poder del Ej¨¦rcito y la corrupci¨®n del lujo. El primero fue el origen del imperio; la segunda, su ruina. En efecto, el Ej¨¦rcito les dio el dominio sobre el mundo, pero, con ¨¦l, la molicie irresponsable y el derroche. ?Ser¨¢n los norteamericanos m¨¢s sabios y sobrios que los romanos, mostrar¨¢n mayor fortaleza de ¨¢nimo? Parece dificil¨ªsimo. Sin embargo, hay una nota que habr¨ªa animado a Montesquieu: los norteamericanos han sabido defender sus instituciones democr¨¢ticas y aun las han ampliado y prefeccionado. En Roma, el Ej¨¦rcito instaur¨® el despotismo ces¨¢reo; Estados Unidos padece los males y los vicios de la libertad, no los de la tiran¨ªa. Todav¨ªa est¨¢ viva, aunque deformada, la trad¨ªci¨®n moral de la cr¨ªtica que los ha acompa?ado a lo largo de su historia. Precisamente los accesos de masoquismo son expresiones enfermizas de esa exigencia moral.
Capacidad de renovaci¨®n
Estados Unidos, en el pasado, a trav¨¦s de la autocr¨ªtica y de la imaginaci¨®n pol¨ªtica, supo resolver otros conflictos. Ahora mismo ha mostrado su capacidad de renovaci¨®n: durante los ¨²ltimos veinte a?os ha dado grandes pasos para resolver la otra gran contradicci¨®n que le desgarra, la cuesti¨®n racial. Es probable que, al finalizar el siglo, Estados Unidos se convierta en la primera democracia multirracial de la historia. El sistema democr¨¢tico norteamericano, a pesar de sus graves imperfecciones y sus vicios, corrobora la opini¨®n de Arist¨®teles: si la democracia no es el gobierno ideal, s¨ª es el menos malo. Uno de los grandes logros del pueblo norteamericano ha sido preservar la democracia frente a las dos grandes amenazas contempor¨¢neas: las poderosas oligarqu¨ªas capitalistas y el Estado burocr¨¢tico del siglo XX.
Otro signo positivo: los norteamericanos han hecho grandes avances en el arte de la convivencia humana, no s¨®lo entre los distintos grupos ¨¦tnicos, sino en dominios tradicionalmente prohibidos por la moral tradicional, como el de la sexualidad. Algunos cr¨ªticos lamentan la permissiveness y la relajaci¨®n de la costumbre -de la sociedad norteamericana; confieso que me parece peor el otro extremo: el cruel puritanismo comunista y la sangrienta gazmo?er¨ªa de Jomeini. Por ¨²ltimo, el desarrollo de las ciencias y la tecnolog¨ªa es una consecuencia directa de la libertad de investigaci¨®n y de cr¨ªtica predominante en las universidades e instituciones de cultura de Estados Unidos. No es accidental la superioridad norteamericana en estos dominios.
?C¨®mo y por qu¨¦, en una democracia que sin cesar se revela f¨¦rtil y creadora en la ciencia, la t¨¦cnica, los negocios y las artes, es tan abrumadora la mediocridad de sus pol¨ªticos? ?Tendr¨¢n raz¨®n los cr¨ªticos de la democracia? Con frecuencia lo he pensado: la voluntad mayoritaria -aun si no fuese deformada por la propaganda y las burocracias en que se han convertido los partidos pol¨ªticos- no es sin¨®nimo de sabidur¨ªa. Los alemanes votaron por Hitler y Chamberlain fue elegido democr¨¢ticamente. Todos los norteamericanos que conozco deploran que los candidatos a la presidencia sean Carter y Reagan. El sistema democr¨¢tico est¨¢ expuesto al mismo riesgo que la monarqu¨ªa hereditaria: la voluntad popular se equivoca como la biolog¨ªa, y las malas elecciones son tan frecuentes como el nacimiento de herederos tarados. El remedio est¨¢ en el sistema de balanzas y controles: el poder legislativo, la opini¨®n p¨²blica, los peri¨®dicos, la radio, la televisi¨®n. Por desgracia, ni el Senado, ni los medios de publicidad, ni el p¨²blico han dado, en los ¨²ltimos a?os, signos de salud pol¨ªtica. La ¨²nica esperanza es que el vencedor, Reagan, sepa rodearse de consejeros h¨¢biles y prudentes. Desde Kissinger hemos vuelto al sistema de los privados y consejeros del pr¨ªncipe.
Un le¨®n acorralado
La imagen que ofrecemos de Estados Unidos en 1980 no es tranquilizadora. El pa¨ªs est¨¢ desunido, desgarrado por pol¨¦micas electorales sin grandeza, corro¨ªdo por la duda, minado por un hedonismo suicida y aturdido por la griter¨ªa de los demagogos. Sociedad dividida, no tanto vertical como horizontalmente, por el choque de enormes y ego¨ªstas intereses: las grandes compa?¨ªas, los sindicatos, los farmers, los banqueros, los grupos ¨¦tnicos, la poderosa industria de la informaci¨®n. La imagen de Hobbes se vuelve palpable: todos contra todos. El remedio es recobrar la unidad de prop¨®sito, sin la cual no hay posibilidad de acci¨®n, pero ?c¨®mo? La enfermedad de las democracias, como todos sabemos, es la demagogia. En circunstancias como las que hoy vive la Uni¨®n Americana -y que recuerdan las de Atenas en el siglo IV antes de Cristo-, la demagogia desemboca en la tiran¨ªa y ¨¦sta conduce a la derrota.
El otro camino, el de la salud pol¨ªtica, pasa por el examen de conciencia y la autocr¨ªtica: vuelve a los or¨ªgenes, a los fundamentos de la naci¨®n. Es el caso de Estados Unidos a la visi¨®n de los fundadores. No para repetirlos, sino para recomenzar.
Con la crisis de Ir¨¢n termin¨® la d¨¦cada de los setenta y con lo de Afganist¨¢n comenz¨® la de los ochenta: terrible fin y terrible comienzo. Al empezar este nuevo ciclo, la imagen que ofrece Estados Unidos es la de un pa¨ªs cercado, un le¨®n acorralado. ?Saltar¨¢, dar¨¢ el zarpazo o, con la cola entre las piernas, se retirar¨¢ a su cuevapara resta?ar sus heridas, cobrar fuerza y preparar otra salida m¨¢s venturosa? Todo es posible, salvo que los norteamericanos se resignen al papel del payaso que recibe las bofetadas. Es impensable y se equivocar¨¢n cruelmente aquellos que as! lo piensen. La gran inc¨®gnita es si sabr¨¢n combinar la energ¨ªa con la prudencia o si, pasando de un extremo a otro, caer¨¢n en una pol¨ªtica de arrebatos y riesgos no calculados.
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