El divorcio furioso
Se produce al mismo tiempo la reuni¨®n, aglomeraci¨®n o amotinamiento teol¨®gico de los obispos espa?oles sobre / contra el divorcio y el estreno de una comedia / espect¨¢culo de Adolfo Marsillach sobre la pareja. La mejor respuesta a la ofensiva niceana no est¨¢ en los editoriales de este peri¨®dico ni de ning¨²n otro, sino en la brillante superficialidad de la obra de Adolfo, porque ya dec¨ªa Eugenio d'Ors que a cierto cinismo hist¨®rico no debe responderse con triadas de honradez, sino con mayor cinismo. Yo me entiendo.En principio, el personal duda cort¨¦smente de si el amogollamiento repentino de los obispos ser¨¢ consecuencia de la llegada del nuncio Innocenti, que viene con su buena nueva viej¨ªsima. En Espa?a, tierra de milagros, donde estamos siempre dispuestos a tomar en serio al cielo, a creer lo que no vimos, a ver lo invisible, cuando la sobrenaturalidad se produce naturalmente -Innocenti: nueva pol¨ªtica antidivorcista eclesial- s¨®lo lo admitimos ?a t¨ªtulo de?, en forma de rumor, seg¨²n fuentes no confirmadas, aplic¨¢ndole a todo el tema el modo potencial de la gram¨¢tica: ?se supondr¨ªa que habr¨ªa influido ... ?. En realidad, somos hombres de poca fe. Wojtyla y su nuncio en Espa?a se merecen m¨¢s cr¨¦dito. ?Por qu¨¦ siguen dudando los peri¨®dicos de su capacidad trinitaria de mover obispos? Digo, dec¨ªa, que Marsillach, Concha Velasco y Pepe Sacrist¨¢n, con esa funci¨®n que Haro-Tecglen ha certificado acertadamente como juego, dan. la r¨¦plica inmediata, involuntaria y oportuna al nacionalcatolicismo, que nos casa con nosotros mismos hasta que el c¨¢ncer nos separe.
El divorcio consensuado no les parece bien a los obispos, pues lo que supone, en realidad, este divorcio por mutuo acuerdo es que los c¨®nyuges o ex est¨¢n de acuerdo en prescindir de? cura de la parroquia en todo 1c que no sea hablar del tiempo que hace y lo poco que llueve. La Iglesia no quiere un divorcio feliz, sino un divorcio conflictivo, un divorcio furioso, primero, porque los tribunales -todos los tribunales necesitan un culpable que los justifique. Un tribunal sin culpables es como una barber¨ªa en un pueblo de mujeres solas. A ver a, qui¨¦n le afeita el barbero la barba. Por otra parte, el culpable necesita de? redentor c:)mo el barbudo del barbero, y el divorcio con uno o dos o m¨¢s culpables (generalmente son m¨¢s, y no s¨®lo cu?adas), pone_siempre a todo este personal a merced del barbero can¨®nico. Lo cual que en una democracia ser¨ªa m¨¢s normal que cada uno se dejase la barba a su gusto (las esposas empiezan a dej¨¢rsela desde el d¨ªa siguiente de la boda). Por eso digo que la obra de Marsillach, reflexi¨®n deliberadamente fr¨ªvola sobre la eterna pareja espa?ola, que es una pareja yacente de mausoleo, s¨®lo que antes del mausoleo, analiza con la necesaria superficialidad todos los contrasentidos y desencuentros de la pareja sacramental (todas las parejas son sacramentales, excepto las parejas Rimbaud / Verlaine, Baudelaire / Juana Duval, santa Teresa y su ¨¢ngel transverberador). El que el matrimonio de la funci¨®n vuelva a comenzar por el principio, al final, no supone, naturalmente, un happy end, sino todo lo contrario: el eterno retorno de la rueda de cuchillos de santa Catalina que es todo matrimonio parroquialmente llevado.
Lo que hoy le pasa al matrimonio es lo que ayer le pasaba al sacerdocio o a las misiones en Guinea: que faltan vocaciones. No es que Espa?a haya dejado de ser cat¨®lica, don Manuel, no se pase: es que hemos perdido vocaci¨®n matrimonial. Sime¨®n el Estilita y san Dionisio Areopagita se subieron a la columna para leer el peri¨®dico sin se?ora de chichos. Don Marcelo, hoy, los hubiera casado con se?ora de chichos.
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