Morir con dignidad
El a?o que acaba de desencadenarse lleva trazas de convertirse en el del derecho a morir con dignidad. Estamos ante una campa?a m¨¢s, e importante -despu¨¦s de las del aborto y del divorcio-, destinada a obtener la libre disposici¨®n del cuerpo; un acto esencialmente humano, que motiv¨® aquella c¨¦lebre frase con que Camus comienza El mito de S¨ªsifo: ?El ¨²nico problema verdaderamente serio es el del suicidio. Juzgar si merece o no merece la pena vivir es contestar a la pregunta fundamental de la filosof¨ªa?. S¨®lo hay un animal que se suprime voluntariamente la vida: el hombre. Lo m¨¢s que hacen los otros es dejarse extinguir rompiendo, si podemos decir, los reflejos condicionados de su afectividad.En Francia, uno de los primeros grandes debates de la televisi¨®n abord¨® este tema de la autoeutanasia, sensibilizados nuestros vecinos, y pese a todo amigos, por el reciente suicidio del escritor Romain Gary, y ya se anuncia la celebraci¨®n en Par¨ªs de un gran congreso en el que participar¨¢n los principales tanat¨®logos del mundo.
Tambi¨¦n hace mucho al caso, por donde se comprueba la emoci¨®n sincera que producen los. ¨ªdolos derrumbados, el particularmente conmovedor de Jonny Weissm¨¹ller, aquella encarnaci¨®n m¨ªtica de Tarz¨¢n, que arrastra la vida entre operaci¨®n de est¨®mago y operaci¨®n de garganta, a los 76 a?os, en un hospital de Acapulco. ?Johnny?, ha dicho su mujer, ?vive s¨®lo para sufrir. ?Por qu¨¦ no se le reconoce el derecho de morir??.
Pero el verdadero empuje cutan¨¢sico proviene de Inglaterra, donde la Sociedad para la Eutanasia Voluntaria, fundada en 1935, se ha desembarazado de su denominaci¨®n original, un tanto repulsiva para el com¨²n de los mortales, y renace con fuerza bajo el nombre simb¨®lico de Exit (Salida). En su cruzada por el derecho a partir antes que sufrir, Exit ha ganado 6.000 inscripciones en seis meses, ha elevado su capital social de 3.000 a 40.000 libras esterlinas, y su nuevo secretario, el barbado y un poquit¨ªn l¨²gubre Nicholas Reed, es asediado por los periodistas en el n¨²mero 13 de Prince of Wales Terrace, sede de esta asociaci¨®n filantr¨®pica. A veces tambi¨¦n le busca la polic¨ªa, pues en Inglaterra la colaboraci¨®n en un suicidio sigue siendo un delito. Y a Reed se le considera responsable de la publicaci¨®n de un manual que explica lo que hay que evitar y hacer para deslizarse dulcemente hacia el m¨¢s all¨¢.
Son curiosos los brit¨¢nicos. La Gu¨ªa para la liberaci¨®n personal (Guide to self deliverance) est¨¢ prohibida en Inglaterra, pero se vende -y bastante libremente- en Escocia y en el resto del mundo. Basta, en realidad, con escribir a Upper Kinneil House. Old Polmont. Stirlingshire, y por veinte libras no s¨®lo se recibe el op¨²sculo con todos los ardides para matarse rigurosamente, sino que le hacen a uno miembro vitalicio de la asociaci¨®n.
El libro del buen morir comienza, eso s¨ª, aconsejando que no hay que eliminarse por un qu¨ªtame all¨¢ esas pajas. No se deben tomar decisiones definitivas bas¨¢ndose en momentos emocionales que pueden ser pasajeros. S¨®lo se muere una vez, pero es por tanto tiempo... (La primera, larga, frase es de Proust; la segunda, corta y burlona, de Moli¨¨re.)
Ahora, que si despu¨¦s de haber le¨ªdo las primeras p¨¢ginas disuasonas sigue pareci¨¦ndole al candidato a la autoeutanasia que la muerte le ser¨ªa m¨¢s soportable que la vida, lo que no quieren los de Exit es que le ocurra lo que al que se tir¨® desde el ¨²ltimo piso del Empire State, con tan mala suerte que el viento se lo llev¨® hacia un saliente del edificio, ,guard¨¢ndole la vida. O lo que al director de orquesta de tangos argentino Carlos di Zarli, que se qued¨® para siempre tuerto porque la bala que se dispar¨®, destinada a darle el pasaporte para la eternidad, le rebot¨® en la b¨®veda craneana y le sali¨® por el ojo derecho.
Y es que no resulta tan f¨¢cil suicidarse. Es cierto que a priori cualquiera se puede arrojar a un tren, tragarse unos gramos de ars¨¦nico o varios tubos de barbit¨²ricos, y hasta desplomarse desde lo alto de un viaducto o de la torre Eiffel. Pero los resultados no est¨¢n garantizados si no se tiene una buena base te¨®rica. Hay que conocer el efecto de las drogas en relaci¨®n con el peso del individuo (gramos de m¨¢s pueden producir v¨®mitos, expulsando el veneno; de menos pueden quedar cortos); se debe observar cierta prudencia para evitar la intervenci¨®n de los amigos, y detalle que cuidan mucho los ingleses, por lo escrupulosos que son: conviene dejar unos despojos presentables, para no disgustar demasiado a la familia. En fin, last but not least, como dicen all¨ª, siempre est¨¢ presente el pensamiento de Pascal de que ?no se muere sin dolor?, lo que constituye un freno al acto aniquilador.
Los de Exit ponderan todos estos puntos, y consideran que mientras no se venda libremente la p¨ªldora inventada por un investigador alem¨¢n, que produce una ?insensibil¨ªdad total? en menos de tres minutos (m¨¢s radical e indolora que el cianuro, tan usado por los altos dignatarios nazis), su manual de autoliberaci¨®n es el mejor m¨¦todo para aprender a morir serenamente.
Hay en ¨¦l un cuadro con las dosis precisas de las sustancias letales, y la forma de adquirirlas. Explica varios modos de extinci¨®n, como la aspiraci¨®n del mon¨®xido de carbono que exhalan los tubos de escape de los autom¨®viles, al alcance de todos los madrile?os, sin que recomiende una forma u otra: la salida es libre. En algunas recetas, el manual mezcla varias posibilidades, como ¨¦sta: absorba una dosis de barbit¨²rico (v¨¦ase el cuadro); m¨¦tase en el ba?o; ll¨¦nelo de agua caliente; vierta luego agua fr¨ªa; el agua de la ba?era se ir¨¢ entibiando lentamente, a la par que usted va perdiendo la conciencia y sumi¨¦ndose en la nada. Puede abrirse las venas, aunque m¨¢s vale morirse de una sola muerte que de varias, seg¨²n la filosof¨ªa popular mexicana: ?El d¨ªa que la mataron / Rosita estaba de suerte;/ de tres balas que le entraron/ una sola era de muerte?.
Algunos remedios est¨¢n particularmente estudiados para las personas que viven solas, y a los paral¨ªticos que no pueden acortar una vida particularmente atrozsin ayuda Exit se la presta generosamente. En este sentido, dos casos recientes han contribuido a difundir la imagen de Exit, a la par que crearon m¨¢s problemas judiciales a su presidente. Uno, el de la madrina del diputado conservador Winston Churchill, sobrino del impenitente fumador de habanos. La se?ora sufr¨ªa suplicios infernales en la tierra por causa de un c¨¢ncer incurable. Decidi¨® inscribirse en Exit, y al cabo de unos d¨ªas dej¨® de padecer gracias a uno de los f¨¢rmacos infalibles que le recetaron.
El otro caso es el de una anciana paral¨ªtica por una esclerosis en placas. Apenas pod¨ªa espantar las moscas con la mano derecha. Era completamente imposible, pues, que se hubiera preparado ella misma la muy lograda mixtura de barbit¨²rico y alcohol que acab¨® con sus dolores. La polic¨ªa descubri¨® que acababa de inscribirse en Exit.
Al reverendo Chad Varah, presidente de una organizaci¨®n que combate el suicidio llamada Los Samaritanos, y al colegio m¨¦dico ingl¨¦s, que Ve en la eutanasia la negaci¨®n de la Medicina, Nicholas Reed contesta que la verdadera prevenci¨®n contra la muerte consiste en mirarla de frente.
Y es cierto. Durante siglos, la muerte ha sido una representaci¨®n asumida por la familia y por la colectividad, a veces el 'broche de una vida. Solyenitsin cuenta: ?De repente (a Efrem, un ni?o de trece a?os) le vino a la mente la forma c¨®mo mor¨ªan los viejos all¨¢ en sus tierras, tanto los rusos como los t¨¢rtaros o los udmurtios, sin fanfarroner¨ªas, sin dar la ?ata a nadie, sin presumir de que iban a morirse. Todos admiten la muerte apaciblemente. Y adem¨¢s de
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Viene de p¨¢gina 11no retrasar el momento de rendir cuentas, se preparan dulcemente y con tiempo, designando a los herederos de la yegua, de la burra, y se extinguen con una especie de alivio, como si se tratar¨¢, sencillamente, de mudarse de isba?.
En 1840, una familia francesa, los Ferronays, se vio diezmada por la tuberculosis. Uno de los j¨®venes que murieron acababa de casarse. Su mujer nos dej¨® un relato de este deceso, que termina as¨ª: ?Sus ojos me miraron fijamente, y se quedaron inm¨®viles;. Entonces sent¨ª lo que nunca hubiera imaginado. Sent¨ª que la muerte es una felicidad?.
Hoy, en cambio, en nuestra civilizaci¨®n occidental y en las grandes ciudades, se ha llegado a considerar la muerte como un acto indecoroso: ?El hombre oculta la muerte como oculta eI sexo o los excrementos?, dice Edgar Morin. Poder oficiar uno sus ¨²ltimos momentos sin esperara extinguirse en un hospital, entre tubos y m¨¢scaras de ox¨ªgeno; evitar los decesos an¨®nimos decididos por tanat¨®cratas que pueden prolongar la vida indefinidamente, seg¨²n criterios ajenos al del principal interesado; disponer de su cuerpo ante la muerte, son las principales reivindicaciones de las asociaciones por un final digno.
Yo siempre he tratado de evitar las visitas mortuorias, que le tengo mucho miedo a los aparecidos, pero a¨²n me queda la gracia de la extinci¨®n del se?or Rosendo de Miragaya, en la parroquia de Boiz¨¢n. Un carro de vacas le hab¨ªa esmagado la pierna izquierda y muri¨® de gangrena entre dolores atroces y olores mef¨ªticos. El se?or Rosendo se neg¨® a que le amputaran la pierna, lo que le pod¨ªa haber salvado la vida. Reuni¨® a toda la familia, mand¨® que le subieran a la habitaci¨®n a las dos vacas que ten¨ªa, lo que no fue menuda tarea, por lo empinado de las escaleras (la Linda se port¨® muy dignamente; la Marela no estuvo a la altura de las circunstancias), y que le pusieran a los pies de la cama la foto de su hijo Arturo, que hab¨ªa emigrado de ni?o a Cuba. Seguro que aquel d¨ªa fue uno de los m¨¢s felices de su vida. Mutalis mutandis, como el ¨²ltimo del escritor japon¨¦s Mishima, cuyo hara-kiri ritual fue, seg¨²n Marguerite Yourcenar, su m¨¢s bello poema.
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