Violencia y derechos humanos
Hay violencias y violencias. En ciertos casos la rebeli¨®n armada es necesaria, como sucedi¨® en Argentina en 18 10. Pero no debemos confundir esa violencia hist¨®ricamente leg¨ªtima con la del terrorismo que llega hasta la muerte de ni?os inocentes. Un miembro de las Brigadas Rojas se jact¨® del asesinato cometido con Aldo Moro con estas palabras: ?Fue el m¨¢s alto acto de humanismo posible en una sociedad dividida en clases?. Cualesquiera fueran las faltas de ese pol¨ªtico, para juzgarlas est¨¢n, en todos los pa¨ªses civilizados, los tribunales ordinarios. Pero al horror de aquel acto se juntaba una tr¨¢gica falacia, pues la clase obrera italiana mostr¨® su masivo repudio al crimen, perpetrado, no faltaba m¨¢s, en nombre del Proletariado, con may¨²scula, por un delirante grupito de j¨®venes burgueses y arist¨®cratas. ?Qu¨¦ clase de hombre nuevo podr¨ªa fundarse ma?ana con esta clase de seres en el poder?Es tristemente falaz que sectas semejantes invoquen el nombre de Ernesto Guevara, puesto que Guevara, equivocado o no, siempre combati¨® en lucha viril y abierta, era partidario de una violencia hist¨®ricamente leg¨ªtima, repudiaba el terrorismo criminal, jam¨¢s secuestr¨® ni tortur¨®, ni asesin¨® a nadie, ni mucho menos mat¨® a un solo inocente en nombre de sus ideales. No comparto su ideolog¨ªa, pero le admiro como hombre puro y valiente, que muri¨® en su ley, de la manera m¨¢s desamparada, en las monta?osas selvas bolivianas. Un hombre acosado por la derrota, el abandono y la enfermedad, que no permiti¨® a sus camaradas disparar sobre dos soldados que iban dormidos en un cami¨®n, soldaditos ajenos a cualquier injusticia social, que meramente cumpl¨ªan ¨®rdenes y que, por a?adidura, estaban inernves por el sue?o. Claro, los realistas revolucionarios argumentan que fue la t¨ªpica actitud de un loco, palabra que en tales ocasiones se emplea para designar a un caballero, en el sentido m¨¢s cabal y conmovedor del t¨¦rmino; como tambi¨¦n se tildaba de loco a Don Quijote, ese personaje que precisamente Guevara invoc¨® en la conmovedora carta que dirigi¨® a sus padres cuando inici¨® su ¨²ltima salida, en busca de su cruento destino. Porque ¨¦l no habla nacido para bur¨®crata de una revoluci¨®n, y mucho menos para carcelero de sus antiguos compa?eros de lucha; porque de verdad ¨¦l s¨ª era ese hombre nuevo que tanto terrorista tiene el descaro de proclamar.
Claro que debe terminarse con la injusticia social. Pero cuidando de no sustituir la tiran¨ªa del dinero por la tiran¨ªa del bur¨® pol¨ªtico; cuidando de no pasar de la esclavitud material a la esclavitud de los esp¨ªritus, que quiz¨¢ es a¨²n peor. Estamos ya dolorosamente desenga?ados de revoluciones que terminan de esa manera. Si hubiesen instaurado el para¨ªso sobre la tierra, ?por qu¨¦ levantar murallas como las de Berl¨ªn para que nadie escape? Y en cuanto al para¨ªso polaco: un formidable y un¨¢nime movimiento proletario, la totalidad de la clase trabajadora de un pa¨ªs grande y orgulloso, es acusado por Mosc¨² como agente del imperialismo yanqui. ?Vamos, por favor! ?No m¨¢s groseros y desvergonzados sofismas de esta naturaleza!
?Quiere decir que debemos rechazar toda revoluci¨®n? No. Lamentablemente, la historia lo exige en muchas ocasiones, cuando ya no queda ninguna otra esperanza, como ha sido el caso de Nicaragua, donde por inacabables d¨¦cadas una sola familia mantuvo la m¨¢s infame de las tiran¨ªas, mediante la sangre y el suplicio. As¨ª, los que en el mundo entero ansiamos la justicia y la libertad seguimos con fervor la lucha del pueblo nicarag¨¹ense, sufrimos con ¨¦l, compartimos sus esperanzas en medio del infortunio y celebramos emocionados la ca¨ªda del dictador. Sin embargo, apenas producida, declar¨¦ a una revista hispanoamericana que elnuevo Gobierno deb¨ªa permitir partidos opositores, Prensa libre y justicia regular para todos; pues de otro modo esa hermosa revoluci¨®n terminar¨ªa como muchas otras que empiezan movidas por fines nobil¨ªsimos. No hay, por desdicha, un solo ejemplo para demostrar lo contrario. Innumerables fuimos los que apoyamos la lucha del milenario pueblo vietnamita para liberarse de las potencias imperiales que lo subyugaban; y fuimos tambi¨¦n innumerables los que tuvimos que denunciar luego el horrible genocidio cometido, con centenares de miles de muertos en las c¨¢rceles o lanzados al mar, entre ellos miles de chiquitos que as¨ª murieron por sed, por inanici¨®n o por enfermedad. Chiquitos, claro, inocentes de cualquier crimen. Debo confesar que nunca cre¨ª que hombres instruidos por Ho Chi Minh pudiesen llegar a semejante espanto. Pero es ya evidente que la izquierda totalitaria termina siempre de la misma, manera: en Rusia o en Vietnam, en Camboya o en Cuba.
Pero los intelectuales de esa izquierda totalitaria no dicen una palabra sobre este problema clave. Protestan cuando se violan los derechos humanos de este lado de la cortina de hierro, pero no abren la boca cuando desaparecen dos millones sobre ocho millones de camboyanos, o cuando Afganist¨¢n. Pues distinguen dos clases de violaciones de los derechos humanos: las malas, cuando son cometidas por sus enemigos, y las benefactoras, cuando las cometen los pa¨ªses que admiran.
La defensa de esos derechos tiene un valor ¨¦tico absoluto, y su violaci¨®n no puede justificarse en ning¨²n caso. Esa defensa debe ser permanente en todas las situaciones, ya sea contra los cr¨ªmenes del terrorismo, como contra los de la represi¨®n; ya sea en los pa¨ªses capitalistas como en los comunistas. No hay violaciones justificables, aunque sean perpetradas en nombre de grandes palabras -como Dios, patria, socialismo, justicia social, liberaci¨®n nacional- y, sobre todo, si son perpetradas en nombre de esas grandes ideas. Admitir esa posibilidad es incurrir en un tenebroso sofisma, que invariablemente abre las compuertas del horror.
No queremos libertad sin justicia social (porque entonces s¨®lo es libertad para los que tienen dinero), ni justicia social sin libertad (porque entonces la esclavitud econ¨®mica es suplantada por la esclavitud del esp¨ªritu). Y en eso no estamos solos: nos acompa?a la presencia augusta de los m¨¢s grandes pont¨ªfices de nuestro tiempo. Anhelamos una democracia de verdad, que asegure todos los derechos de la criatura humana, incluyendo el derecho a una existencia digna, material y espiritualmente. Por desdicha, la palabra democracia ha sido tan manoseada y tergiversada que cada cierto tiempo debemos restaurar su noble sentido. Los ideales se degradan cuando descienden del mundo plat¨®nico a la realidad; tambi¨¦n los ideales democr¨¢ticos. La maldad, el ego¨ªsmo, el hambre de riqueza y la sed de poder los bastardean; y as¨ª, la Democracia, con may¨²scula, baja a la modesta democracia con min¨²scula, para, por fin, sobrellevar melanc¨®licas e ir¨®nicas comillas. Pero esta desdichada falla no es exclusiva de la democracia, sino de la condici¨®n humana misma. Tambi¨¦n los reg¨ªmenes desp¨®ticos est¨¢n formados por hombres y, por tanto, tambi¨¦n sujetos a la corrupci¨®n, pero con la diferencia que en ellos los males no pueden ser denunciados y mucho menos castigados. La democracia parte abierta y francamente de la triste idea del hombre corno lobo del hombre, y, para colmo, de lobo corrompible; pero sus principios est¨¢n de tal modo pensados, a trav¨¦s de una penosa experiencia de milenios, que la m¨¢s perversa de las criaturas vivientes pueda hacer el menor da?o posible. Precaria y a menudo despreciable, no se ha encontrado nada mejor para alcanzar esas futuras comunidades so?adas por los grandes pensadores laicos y religiosos que preconizaron el bien com¨²n.
Precisamente, a finales de 1975 y comienzos de 1976, la democracia argentina alcanz¨® uno de esos despreciables momentos, por una desdichada conjunci¨®n de demagogia e irresponsabilidad, de podredumbre y terrorismo; no s¨®lo el de la izquierda, sino el de la Triple A, comandada por la eminencia gris del Gobierno peronista. La inmensa mayor¨ªa de la naci¨®n sinti¨® entonces la necesidad de un providencial recurso que nos rescatase sin quebrar la legalidad, pues tem¨ªamos el advenimiento de un orden basado en el terror. Por desgracia, los mejores elementos del peronismo fueron impotentes, y los partidos fracasaron en lograr una salida institucional, mediante la transferencia del poder pol¨ªtico.
As¨ª se produjo el golpe de Estado y la consumaci¨®n de hechos tr¨¢gicos que todos, sin excepci¨®n, debemos lamentar en un acto de contrici¨®n colectivo, ya que todos somos responsables de una manera o de otra, en mayor o en menor medida. Y nadie, absolutamente nadie, puede enorgullecerse de lo sucedido, sobre todo si es cristiano.
Para evitar los males que hemos padecido, la ley suprema proh¨ªbe al poder ejecutivo realizar actos de car¨¢cter judicial. La defensa enjuicio es la condici¨®n previa e indispensable de la justicia, y la ¨²nica forma de preservar los m¨¢s sagrados derechos de la criatura humana. Esos principios ya est¨¢n en la Segunda Acta Capitular del 25 de mayo de 18 10, primera Constituci¨®n de los argentinos, cuando establece que
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Viene de p¨¢gina 9ning¨²n ciudadano puede ser detenido por m¨¢s de 48 horas, y mucho menos penado, sin proceso y sentencia legal. Y estos grandes principios tuvieron su forma definitiva en nuestra Carta Magna, en la qu¨¦ se proh¨ªbe al poder pol¨ªtico condenar y aplicar penas.
Ninguna persona honrada puede pedir ahora la libertad, sin m¨¢s ni m¨¢s, de cualquier detenido; pero debe pedir su inmediata aparici¨®n para que la justicia ordinaria lo juzgue, castig¨¢ndolo si hay motivo, liber¨¢ndolo si no lo hay. De otro modo, las detenciones sin causa, sin t¨¦rmino y sin proceso destruyen nuestra seguridad y el orden jur¨ªdico, sin el cual desaparece toda sociedad civilizada.
Qu¨¦ duda cabe: el terrorismo cometi¨® cr¨ªmenes abominables, incluyendo los perpetrados por la Triple A, que jam¨¢s fueron castigados. Pero aun en medio de una lucha de excepci¨®n -y, sobre todo, si lo es, pues todos los hombres somos proclives a las atrocidades en los momentos de guerra- ning¨²n grupo, ninguna banda puede pretender el derecho a secuestrar, condenar y matar a nadie. De. los miles de desaparecidos, muchos fueron culpables de viles atentados, pero aun ellos ten¨ªan el derecho a la defensa enjuicio. ?Y el resto? Los que fueron arrancados de sus hogares por meras sospechas, por v¨ªnculos familiares o amistosos con los terroristas, o como consecuencia de esas delaciones que en ¨¦pocas de persecuci¨®n y de caza de brujas se prestan a las venganzas m¨¢s abominables y perversas. ?C¨®mo sabremos ya qui¨¦nes desaparecieron por culpas reales y qui¨¦nes por culpas imaginarias? Y en cuanto a las madres y padres, inocentes aun en el caso de haber tenido el infortunio de un hijo criminal, ?por qu¨¦ castigarlos con el infinito tormento de la incertidumbre durante a?os inacabables? ?C¨®mo ser¨¢ posible mitigar tanto dolor? Ojal¨¢ nuestra pobre y desventurada patria, esta tierra que amamos hasta la muerte, aun con todos sus defectos, pueda encontrar el camino de la paz a pesar de tanta sangre y tanta tristeza.
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