Castigados sin manifestaci¨®n

Desde luego que no tiene demasiada importancia que la polic¨ªa nos moliera a golpes cuando nos manifest¨¢bamos en San Sebasti¨¢n en defensa de la libertad, de la democracia y de la Constituci¨®n. Al fin y al cabo ¨¦ramos pocos y estamos acostumbrados. Adem¨¢s, no ¨¦ramos ministros, ni diputados, ni empresarios, ni notables; ni siquiera miembros de los partidos de derechas. Eramos los pocos que hab¨ªamos repetido, en tres semanas, por resignado y acaso de mal gusto sentido del deber, nuestra presencia en la calle, por la democracia, por la libertad: contra la muerte de Ryan, contra la turtora y muerte de Arregui, contra el golpe anticonstitucional. Gente de izquierdas, vamos. En efecto, ¨¦ramos los que hab¨ªa.mos acudido a la convocatoria del Partido Socialista, del Partido Comunista y de Euskadiko Ezkerra. Al fin y al cabo, ¨¦ramos rojos.Pero ?por qu¨¦ nos pegaron?

Uno hurga en su conciencia culpable e intenta descubrir el pecado. Y, efectivamente, como ocurre siempre que se hurga en la conciencia, se encuentra algo.

Es cierto que entre nosotros se nos introdujeron, bien a nuestro pesar, unos poquitos de indisciplinado grito, emec¨¦s que hicieron de perro del hortelano, que repitieron su experimentado oficio de mamporreros, ahora al servicio de Herri Batasuna. Y pudiera muy bien haber ocurrido que, a diferencia de en Sodoma, en donde diez justos

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