La memoria cautiva
Una especie de gran cansancio parece estar atenazando a mucha gente. La memoria, repetida e hiriente, de los ¨²ltimos hechos golpistas se transforma en obsesi¨®n y no hay nada como una obsesi¨®n para perder la perspectiva. Han sido demasiados los sentimientos brutalmente arrojados unos contra otros: sorpresa, miedo, indignaci¨®n, verg¨¹enza, hast¨ªo, esperanza. Sensaciones contradictorias que se suceden y as¨ª se acabar¨¢ buscando la seguridad en la inseguridad, lo positivo en lo negativo, Pero, por encima de todo, en el ambiente ha quedado suspendido un clima de inquietud. Cuanto m¨¢s se conocen los hechos, m¨¢s agudo es el desconcierto.Espa?a, ?d¨®nde est¨¢ una vez m¨¢s tu victoria? Objetivamente considerada, de la grave prueba pasada han salido triunfantes la democracia, la libertad, el Rey, el pueblo espa?ol. Y parad¨®jicamente no es un viento de victoria lo que circula por la calle. Se dir¨ªa que el golpe faccioso fue tan contundente que, a pesar de haber sido abortado, est¨¢ a¨²n por digerirse. Incluso se habla por ah¨ª de un incre¨ªble sentimiento de culpa que nos alcanzar¨ªa a todos, v¨ªctimas y verdugos. El masoquismo m¨ªstico de este pueblo contin¨²a siendo, sin duda, una de sus m¨¢s arraigadas caracter¨ªsticas.
La explosi¨®n del contento y alivio que vivi¨® un mill¨®n y medio de madrile?os parece haber sido flor de un d¨ªa. Ha ido desmadej¨¢ndose hasta dar paso a una suerte de comez¨®n a¨²n indefinible. As¨ª pues, los te¨®ricamente ganadores se comportan casi como perdedores, se alimentan de amargura al comprobar hasta qu¨¦ extremos puede llegar la cruel sinraz¨®n de algunos de sus compatriotas.
Paralelamente, los golpistas son tranquilamente magnificados en cierta Prensa, en ciertas declaraciones p¨²blicas y en no pocos c¨ªrculos privados. A juzgar por las pintadas que se ven estos d¨ªas, ?de qui¨¦n es la calle? ?Cu¨¢ndo empezar¨¢n los enardecidos derrotados a acusar de antipatria a los dem¨®cratas? Golpea, que algo queda. Ciertamente, aunque haya fracasado el golpe, sus promotores han logrado sembrar la inquietud en, el pa¨ªs.
El nudo gordiano de esta memoria colectiva maltrecha reside en el temor, la premonici¨®n o el convencimiento, un poco por doquier, de que el tercer golpe es posible y que, de producirse, ser¨ªa el definitivo, Esa sensaci¨®n desencadena antiguos reflejos condicionados en los dem¨®cratas y contribuye a elevar la moral de los sediciosos.
Una oleada de derrotismo ser¨ªa lo m¨¢s peligroso que podr¨ªa ocurrirle actualmente a la sociedad espa?ola en su conjunto. Pero algo parecido al derrotismo es lo que se ha ido fraguando casi imperceptiblemente a lo largo de los ¨²ltimos a?os, cuando con demasiada inconsciencia muchos aceptaban la siguiente frase, de clara inspiraci¨®n facha: ?Esto no puede continuar as¨ª ni un d¨ªa m¨¢s?. El paso siguiente ser¨ªa dirigirse a los militares, como hacen ciertas se?oras de La velada en Benicarl¨®, de Aza?a: ??Ustedes toleran esto? ?Qu¨¦ hace el Ej¨¦rcito? ?Cu¨¢ndo se lanza??. De tal manera se van cubriendo las fases necesarias para convertir en realidad lo que s¨®lo era especulaci¨®n.
Observar este mecanismo puede producir todo tipo de ca¨ªdas de ¨¢nimo. El presentimiento de la dictadura est¨¢ demasiado anclado en nuestra memoria: ?c¨®mo no sentir agitaci¨®n si esta memoria anda a¨²n cautiva de esos cuarenta a?os que nos vieron nacer y crecer, si apenas hemos conocido m¨¢s libertad que la ensayada en este ¨²ltimo lustro?
?La sociedad espa?ola busca, hace m¨¢s de cien a?os, un asentamiento firme. No lo encuentra. No sabe construirlo. La expresi¨®n pol¨ªtica de este desbarajuste se halla en los golpes de Estado, pronunciamientos, dictaduras, guerras civiles, destronamientos y restauraciones?. As¨ª tambi¨¦n se expresaba Aza?a en la mencionada obra. Ese es el p¨¦ndulo que conocemos, hipn¨®ticamente delante de nuestros ojos. ?Qu¨¦ memoria podr¨¢ resistirse a tanta confusi¨®n y a tanta pesadilla?
Alguien deber¨ªa hacer urgentemente algo por instaurar la confianza. Despu¨¦s de lo ocurrido, se abre una etapa en que es posible lo peor, pero tambi¨¦n lo mejor. Como si empez¨¢ramos de nuevo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.