Sobre el papel de la Iglesia
Creo que las reflexiones ante la declaraci¨®n de la Comisi¨®n Permanente de la Conferencia Episcopal Espa?ola sobre el proyecto de ley de modificaci¨®n de la regulaci¨®n del matrimonio en el C¨®digo Civil trascienden la cuesti¨®n concreta, por muy importante que sea, y plantean temas de conciencia moral, de filosof¨ªa general y de entendimiento de la sociedad, del derecho y del Estado. Me parece que reflejan un talante y una mentalidad que considero de inter¨¦s poner de relieve.No tengo que decir que escribo estas l¨ªneas con el m¨¢ximo respeto hacia ellos, pero desde fuera de su planteamiento institucional, o al menos como heterodoxo y disidente profundo, porque no puedo renunciar a pensar por m¨ª mismo y tengo la sensaci¨®n de que no salirse de sus esquemas lleva a no pensar libremente, al menos para m¨ª.
Sin embargo, saliendo de la perspectiva m¨¢s personal, hay que indicar cu¨¢les son, en una cultura como la europea actual, las consecuencias del planteamiento de los obispos al presentar sus opiniones como reflejo de la verdad objetiva. Es evidente que tienen esa pretensi¨®n puesto que hablan de ?iIuminar con la luz del Evangelio? y hacen todas sus afirmaciones como si fueran simplemente unos notarios que constatan una realidad ?de derecho natural?, es decir, tan cierta como la formulaci¨®n de una ley f¨ªsica como la de la gravitaci¨®n universal. Utilizan para ello un instrumento, el del derecho natural, que no resiste hoy cr¨ªticas cient¨ªficas serias, y que tiene como funci¨®n legitimar, haci¨¦ndolas pasar como expresi¨®n de la verdad, lo que son opiniones tan discutibles como las de cualquier otro grupo social, aunque tengan todo el derecho a decirlas. Me parece que no se discute por nadie el derecho de los obispos a hablar, sino la forma que su opini¨®n reviste, como si fuese la expresi¨®n de la verdad con may¨²sculas. Y eso, en una sociedad moderna y pluralista, no es posible, sobre todo porque sigue confundiendo a muchas personas sencillas a las que crea problemas de conciencia. Si se tiene una suficiente formaci¨®n y se conoce la historia de la cultura jur¨ªdica y pol¨ªtica, del mundo moderno y la propia historia de la Iglesia, se sabe que tambi¨¦n en otras muchas ocasiones la Iglesia ha pretendido hablar ex cathedra de otros muchos problemas sociales y pol¨ªticos, e incluso cient¨ªficos, como en el caso de Galileo. Y se sabe que esas presuntas verdades, presentadas tambi¨¦n como expresi¨®n del derecho natural, est¨¢n hoy arrumbadas en el museo de la historia, desde la defensa del absolutismo hasta la condena del liberalismo, de la socialdemocracia, del movimiento obrero e incluso de la propia democracia cristiana en sus or¨ªgenes hist¨®ricos. Y se concluye, por consiguiente, relativizando, al nivel de las meras opiniones todos esos planteamientos que se pretend¨ªa sacralizar, sac¨¢ndolos de su contexto hist¨®rico.
Por otra parte, la pretensi¨®n, en cualquier campo social y pol¨ªtico, de defender opiniones que se afirman incompatibles con otras, absolutas, sin resquicio para el error; en definitiva, el defender el monopolio ideol¨®gico sin tolerancia, genera ant¨ªtesis igualmente radicales e incompatibles y produce g¨¦rmenes pat¨®genos, autoritarios y totalitarios. El enfrentamiento entre sistemas absolutos dificulta la convivencia y el pluralismo en la sociedad democr¨¢tica. Cuando se infunde entre los ciudadanos sencillos, como ha hecho el documento episcopal en este caso, la idea de que se defiende una verdad indiscutible se est¨¢n creando g¨¦rmenes de intolerancia que pueden tener el peligro de querer imponerse por la fuerza, sobre todo si germinan en personas con talante dogm¨¢tico o simplemente que necesitan un sistema asegurador en el que creer ciegamente para no tener el riesgo de pensar por s¨ª mismos. La influencia que documentos de este tipo pueden tener es grande, y eso s¨ª que me resulta preocupante. Por eso, algunas personas que han reaccionado, en cartas a los pe ri¨®dicos, frente a mi postura inicial me dicen que, a pesar de querer quitar importancia al documento, en realidad se la doy, puesto,que me he preocupado mucho y he argumentado mucho sobre el mismo. Y es totalmente cierto, por este pe l¨ªgro que estoy se?alando y por la involuci¨®n que puede suponer para la convivencia en la sociedad espa?ola. Algunas de esas respuestas me confirman precisamente en mi preocupaci¨®n.
Reci¨¦n salidos de un r¨¦gimen autoritario, que nos evitaba pensar, con la corrupci¨®n en las conciencias y en la responsabilidad moral que siempre producen las dictaduras, hay campo abonado para verdades a las que servir dogm¨¢ticamente y compatriotas que esperan ese tranquilizante y ese aseguramiento.
H¨¢y que contar tambi¨¦n con las reacciones antit¨¦ticas, igualmente dogm¨¢ticas, que se pueden generar, tan nocivas como ella para la convivencia, aunque en este caso no hayan tirado la primera piedra, pero que nos recuerdan un clima que no se puede repetir.
Como ampliaci¨®n al texto del documento, escuch¨¦ en un excelente programa de Radio Nacional el di¨¢logo telef¨®nico entre el se?or arzobispo de Zaragoza y el periodista Jordi Garc¨ªa Candau, y tambi¨¦n me parece necesario referirme, en la l¨ªnea de mis observaciones anteriores, a su opini¨®n contraria a un refer¨¦ndum en este tema.
Dice monse?or Yanes que un refer¨¦ndum, con su campa?a electoral, crear¨ªa un clima tenso y producirla enfrentamientos, porque, sea cual sea la buena voluntad de los dirigentes de los partidos, que ¨¦l manifest¨® no poner en duda, las bases se iban a descontrolar. Y no puedo ocultar tampoco la significaci¨®n muy negativa que doy a esas palabras por varias razones. En primer lugar, por lo que suponen de desconfianza en la madurez democr¨¢tica de nuestro pueblo y en su capacidad para una participaci¨®n razonable y sin excesos en el acto m¨¢ximo de participaci¨®n que es un refer¨¦ndum. En segundo lugar, no parece tampoco excesivamente razonable exponer la opini¨®n revestida de formas sacralizadoras como expresi¨®n de la verdad y tener despu¨¦s dificultades en que se pueda expresar la opini¨®n en la forma que es habitual en el mundo moderno, a trav¨¦s de la formaci¨®n de mayor¨ªas en consultas electorales, y el refer¨¦ndum es exactamente eso. Sin duda se trata del mejor camino para saber lo que opina la mayor¨ªa de los ciudadanos si no basta con saber la de las Cortes Generales. ?Por qu¨¦ oponerse? ?Por qu¨¦ poner objeciones a ese sistema? Hay que reconocer que ser¨ªa embarazoso para los obispos que la mayor¨ªa no coincidiese con su expresi¨®n de la verdad y estuviese de acuerdo con el divorcio, tal como lo quiere configurar la mayor¨ªa parlamentaria. Yo tengo que decir que si ganase en refer¨¦ndum la tesis de los obispos, yo la aceptar¨ªa de buen grado, no como expresi¨®n de la verdad, sino de una mayor¨ªa, que es el ¨²nico sistema de no acabar siempre a palos en la vida social.
En definitiva, la declaraci¨®n episcopal sobre el divorcio sugiere muchas observaciones a este nivel, un poco distanciado del problema concreto, que se puede resumir en una pregunta general.
?Han aceptado los obispos el sistema de reglas de una sociedad democr¨¢tica moderna y han aceptado la secularizaci¨®n que en este campo reserva para el poder civil el monopolio de la regulaci¨®n jur¨ªdica de los problemas sociales?
No estoy seguro de que sea as¨ª, y ser¨ªa bueno saberlo en lo referente a Espa?a. Sabemos que en otros pa¨ªses europeos y en Estados Unidos lo han aceptado, y son un grupo social m¨¢s, dign¨ªsimo y relevante, pero nada m¨¢s, en una sociedad pluralista y democr¨¢tica. Ser¨ªa deseable que aqu¨ª tambi¨¦n aceptasen ese papel.
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