La desestimaci¨®n del presente
Resulta en verdad sorprendente la incapacidad de disfrute de que estamos haciendo gala los espa?oles durante las ¨²timas semanas. Mi memoria -no muy larga, bien es cierto- no alcanza a recordar circunstancias m¨¢s propias a la diversi¨®n, el apasionamiento, la emoci¨®n, las risas, la alegr¨ªa, la excitaci¨®n general -la fiesta, en suma-, que las producidas en este pa¨ªs desde el momento en que Tejero entr¨®, pistolla en mano, en el Congreso de los Diputados.... hasta ahora mismo, cuando todav¨ªa colean sin cesar los rumores, an¨¦cdotas y ntievas de todo tipo y est¨¢n pendientes los juicios a Ios conspiradores. Por supuesto, que la diversi¨®n estuvo agazapada durante horas: s¨®lo nos percatamos de ella -s¨®lo aflor¨® el buen rato pasado incluso en la noche del 23 al 24 de febrero- cuando todo hubo terminado, como en las historias de horror.Digo cuando todo hubo terminado muy a conciencia y sin temor a que se tome por una frivolidad. Pues si nos atenemos al puro presente, el asalto a las Cortes, ese intento de golpe de Estado, termin¨® efectivamente, y de la mejor manera posible. Si en este pa¨ªs no hubiera, como parece, una arraigad¨ªsima propensi¨®n al melodramatismo y la queja perpetua, ser¨ªa este momento para estar batiendo palmas de contento y pidiendo, con voz clara y fuerte, que se desenmascare y castigue a cuantos hayan tenido parte y responsabilidad en la tentativa: militares, civiles (?s¨®lo uno?) y apologistas. Ser¨ªa incluso el momento de que todos aquellos que temen al Ej¨¦rcito como corporaci¨®n le preguntaran cuanto sintieran necesidad de preguntarle: sin miedo o con ¨¦l, pero a las claras, preparados para recibir hasta la peor de las respuestas. Ateni¨¦ndose a saber en vez de no querer saber. La sensaci¨®n que muchos espa?oles tuvimos el 23 de febrero de que los ¨²ltimos cinco a?os no hab¨ªan sido m¨¢s que el recreo escolar que ahora tocaba a su fin, ha sido, tal vez, la m¨¢s lameiritable y humillante de todas. M¨¢s a¨²n lo ser¨ªa que, a partir de esa fecha, vivi¨¦ramos, en efecto, como se vive un recreo.
No s¨¦ si existe alg¨²n medio eficaz y real para evitar que esa sensaci¨®n vuelva un d¨ªa a invadirnos, pero de lo que no me cabe duda es de que la forma de ahuyentarla no consiste en aguardar fatalmente su nueva irrupci¨®n ni en las posturas derrotistas que entre muchos escritores y articulistas -y, como reflejo de ellos, entre mucha gente en general- me parece que se est¨¢n dando.
Este pa¨ªs quiz¨¢ ha cambiado tanto que, lejos de confiar en su famosa improvisaci¨®n, lejos de entrarse en el m¨¢s absoluto presente -pr inseguro, azaroso y hasta t¨¦trico que pueda aparecerse-, lo est¨¢ desestimando en aras de su preocupaci¨®n -l¨ªcita, pero conservadora y timorata- por el futuro. Lejos estamos del dicho ?que nos quiten lo bailao?. Casi nadie, hoy por hoy, se atreve a bailar. Antes al contrario: cuando m¨¢s divertido y risue?o deber¨ªa estar este pa¨ªs por el fracaso de un atrabiliario golpe de Estado (motivo de alegr¨ªa como conozco pocos, teniendo en cuenta que la intentona se produjo y que grave y que de poco sirve pensar que m¨¢s alegres a¨²n estar¨ªamos si no la hubiera habido), resulta que no surgen m¨¢s que cenizos, aguafiestas y agoreros.
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Los hay de diversas ¨ªndoles: desde, por ejemplo, el jactancioso caballero que tiene que ser m¨¢s l¨²dico y m¨¢s m¨¢gico que nadie y trata de aguarnos nuestra modesta diversi¨®n cont¨¢ndonos sus andanzas incomparables (aunque al final del cuentos descubrimos que lo ¨²nico incomparable es la cantidad de dinero que el protagonista puede tener a mano hasta en los momentos m¨¢s peliagudos), hasta, tambi¨¦n por ejemplo, el caballero paternalista y curil que nos advierte por en¨¦sima vez de las vanidades del mundo (aunque no renuncie a la peque?a vanidad de publicar su art¨ªculo por si acaso) e intenta convencernos de nuestra empecinada ingenuidad por haber acudido a una manifestaci¨®n. Poco sentido de la diversi¨®n hay en todo esto, menos a¨²n del espect¨¢culo. Ni entro ni salgo en la significancia pol¨ªtica de esa procesi¨®n madrile?a anticipada, ni en los intereses visibles u ocultos a que pudo servir, ni en si fue ¨²til o no, ni en si estaba organizada desde arriba o desde abajo. Todo, ello es discutible. Lo que s¨ª puedo decir es que, sin duda, ninguno de los que all¨ª est¨¢bamos hab¨ªamos o¨ªdo jam¨¢s el sonido -incre¨ªblemente nuevo, distinto a todo, inefable, impresionante- que producen m¨¢s de un mill¨®n de gargantas -o menos, tanto da gritando lo mismo, algo, al un¨ªsono. Ya s¨®lo por eso ha valido la pena la existencia de esa manifestaci¨®n. Y estoy convencido de que nos divertimos m¨¢s que si nos hubi¨¦ramos quedado en silencio y en casa.
Pero los m¨¢s abundantes son los cenizos o agoreros que, desestimando, menospreciando el presente, piensan ¨²nica: y exclusivamente en la pr¨®xima. Coinciden ellos con los partidarios del golpe. Estos han vislumbrado la posibilidad de triunfo -puesto que la hubo- de lo que desean, y es l¨®gico que acaricien ese atisbo con optimismo, consol¨¢ndose con un otra vez ser¨¢. Pero la inmensa mayor¨ªa de la poblaci¨®n, enemiga: del golpe, que lo que ha visto, s¨ª, son las orejas al lobo y que, en consecuencia, se siente preocupada, ?"por qu¨¦ va a adoptar, sin embargo, la misma postura que sus escasos adversarios o a estar segura de su derrota final? No hay m¨¢s final en la vida que el que supone el presente. ?Por qu¨¦, entonces, esa desestimaci¨®n de? aqu¨ª y ahora, por qu¨¦ esa incapacidad, de disfrute y alivio -por moment¨¢neos que puedan temerse-, por qu¨¦ ese aferramiento al pasado y a un futuro que s¨®lo parece concebirse como id¨¦ntico al pasado? Da la impresi¨®n de que el pueblo espa?ol creyera a pie juntillas en el mito del eterno retomo y, adem¨¢s, a corto plazo.
Si no hay un nuevo golpe y la democracia sigue su insulso camino de los ¨²ltimos a?os, mucho me temo que tiempo habr¨¢ de sobra para volverse a desencantar o, lo que es m¨¢s exacto, a aburrir. Si lo hay.... que nos quiten lo bailao. Pero mientras no lo haya, mientras nuestro presente niegue su existencia, mientras se pueda hacer algo para que no lo haya -aunque s¨®lo sea hacer como que no lo va a haber para desanimar a cuantos hacen como que s¨ª: preferentemente sus partidarios-; mientras a¨²n perduren las vivificantes emanaciones derivadas del fracaso del que s¨ª hubo, mientras a¨²n dure esa fiesta -carnavalada, claro est¨¢, como todas las fiestas-, ?por qu¨¦ desaprovecharla? ?Por qu¨¦ diablos no pensar con alegr¨ªa... que el baile sigue?
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