La larga noche de ajedrez de Paul Badura Skoda
A su paso por Bogot¨¢, hace dos semanas, el genial pianista austr¨ªaco Paul Badura Skoda sorprendi¨® a un grupo de sus amigos con una pasi¨®n m¨¢s compulsiva que la m¨²sica: el ajedrez. Hab¨ªa tenido un concierto muy dif¨ªcil la noche anterior. A las once de la ma?ana, despu¨¦s de tres horas de ensayo, se someti¨® con un rigor asombroso a un programa de televisi¨®n de casi cuatro horas, y termin¨® estragado por la tensi¨®n, por las luces y el calor, por las interrupciones y las repeticiones constantes. Pasadas las cuatro de la tarde, sin tiempo para cambiarse de ropa, asisti¨® a un almuerzo con los platos m¨¢s exquisitos y b¨¢rbaros de la cocina criolla, y no s¨®lo comi¨® con un buen apetito de m¨²sico, sino que se dej¨® seducir por los vinos abundantes. Al final, cuando sus anfitriones supon¨ªan que estaba al borde del desmayo, pregunt¨® si era posible encontrar a alguien que le hiciera el favor de jugar con ¨¦l una partida de ajedrez.La vitalidad de los grandes pianistas es ejemplar. ?Tocar una sonata de Mozart es como meter un cami¨®n de carga por el ojo de una aguja?, me dijo uno de ellos. Hace unos cinco a?os vi a Arturo Rubinstein en un restaurante de Barcelona, cenando con un grupo de amigos, a las dos de la madrugada, y todav¨ªa con el traje de etiqueta del concierto que acababa de ejecutar. Ya hab¨ªa cumplido los 84 a?os, pero se comi¨® una tortilla de chorizos; con fr¨ªjoles blancos, como si tuviera dieciocho, y ayud¨® a sus compa?eros de mesa a despachar seis botellas de champa?a. Paul Badura Skoda, aunque s¨®lo tiene 53; a?os, parece hecho de la misma materia. De modo que cuando dijo que quer¨ªa jugar ajedrez, sus amigos llamaron por tel¨¦fono al maestro Boris de Greiff -que es una de las estrellas mayores del mundo- y ¨¦ste no se hizo repetir dos veces la solicitud. Eran las cinco de la tarde. Boris de Greiff prometi¨® que a las siete de la noche recoger¨ªa a Badura Skoda en su hotel.
Cuando el pianista supo cu¨¢l era el tama?o de su adversario, pidi¨® que lo dejaran solo en su habitaci¨®n. Sus amigos pensaron con muy buen sentido que iba a descansar dos horas. Sin embargo, poco despu¨¦s lo llamaron de la empresa de televisi¨®n para arreglar las cuentas del programa, y ¨¦l se neg¨® a ocuparse de un asunto tan trivial. ?Ahora no puedo?, dijo, ?porque estoy preparando una partida de ajedrez?. Era cierto. Cuando Boris de Greiff lleg¨® a recogerlo, lo encontr¨® estudiando en un tablero magn¨¦tico que lleva siempre en su maleta. Las fichas estaban colocadas en la posici¨®n final de la ¨²ltima partida inconclusa de la semifinal que jugaron en enero de este a?o, en Merano (Italia), el alem¨¢n Robert Huber y el disidente sovi¨¦tico V¨ªctor Korchnoi. Esto le dio a Boris de Greiff una idea inquietante de la categor¨ªa de su adversario. ?Aquella habitaci¨®n parec¨ªa m¨¢s de un ajedrecista que de un m¨²sico?, dijo Boris de Greiff. ?No hab¨ªa una sola partitura?. En cambio, en la mesa hab¨ªa un libro de ajedrez en ingl¨¦s y otro en alem¨¢n. Ambos muy especializados. Y hab¨ªa adem¨¢s muchos recortes de la secci¨®n de ajedrez del Times de Londres y del New York Times.
Mientras Badura Skoda practicaba en su tablero magn¨¦tico, los due?os de la casa donde se iba a jugar la partida, previendo que ¨¦sta ser¨ªa r¨¢pida y alegre, se fueron a comprar lo necesario para improvisar una cena. Desde la tienda llamaron a casa para avisar al servicio que I.al vez sus invitados iban a llegar antes que ellos, y ordenaron que los atendieran con todos los honores. Cuando volvieron a la casa, un poco antes de las ocho, encontraron en la puerta un Mercedes radiante con dos ante:nas de televisi¨®n, reflectores rojos y verdes y sirenas de alarma. En realidad eran los invitados de una fiesta vecina, que se hab¨ªan equivocado de puerta, pero lats criadas los hab¨ªan recibido de acuerdo con las ¨®rdenes de los due?os de casa. Badura Skoda y Boris de Greiff llegaron justo en el momento en que se aclaraba el equ¨ªvoco, pero estaban tan excitados con la inminencia de la partida, que no se dieron cuenta de nada.
La larga noche empez¨® a las ocho. Por una cortes¨ªa pura con sus anfitriones, Badura Skoda toc¨® en el plano, sin un punto de inspiraci¨®n, la tercera partita de Juan Sebasti¨¢n Bach. Estaba en un estado de tensi¨®n que no hab¨ªa padecido la noche anterior, en el concierto, ni esa ma?ana, ante las c¨¢maras. S¨®lo cuando se sentaron frente al tablero pareci¨® sumergirse en una ci¨¦naga de serenidad. Boris de Greiff cont¨® que en la Olimpiada mundial de Leipzig, en 1960, no se hab¨ªa usado un timbre como se?al de partida, sino el aria para la cuerda de sol de la suite para orquesta n¨²mero 3, de llach. A Badura Skodt le parecios bien que se usara eii aquel mornento, y el due?o de ca.sa, que es e.[ m¨¢s compulsivo'fanl[tico de Bach y del sonido electr¨®nico en Colombia, puso el disco a un volumen prudente. Boris de Greiff, jugando con las blancas, abri¨® con el pe¨®n del rey. Badura Skoda le replic¨® con la deferisa siciliana. En ese instante termin¨® el aria para la cuerda de sol.Y sigui¨® una gavota. Los testigos tuvieron la impresi¨®n real de que a Badura Skoda se le pusieron los pelos de punta. ?Me gusta mucho Bach y me gusta mucho el ajedrez, pero no los soporto juntos?, dijo, con su buena educaci¨®n exquisita. Entonces quitaron el disco, desconectaron el tel¨¦fono y el timbre de la puerta, y encerraron los perros amordazados en el dormitorio. Los due?os de casa y la esposa de Boris de Greiff se encerraron con una botella de whisky en el comedor vecino, y la casa y el barrio, y la ciudad entera quedaron sumergidos en un silencio sobrenatural.
La guerra dur¨® seis heras. Badura Skoda se concentr¨® hasta el punto de que s¨®lo dijo tres veces la misma palabra en alem¨¢n desipu¨¦s de tres de sus propias jugadas. Boris de Greiff entendi¨® que dec¨ªa: ?Muy mal?. Y, en efecto, lo dijo siempre del pues de las tres jugadas que determinaron su derrota. No levant¨® la vista del tablero un solo instante, y s¨®lo movi¨® la mano para jugar. ?Desde el principio me di cuenta que deb¨ªa empe?arme a fondo?, dice Boris de Greiff, ?pues no pod¨ªa hacer un papel¨®n frente a un jugador tan serio?. Aunque De Greiff es un fumador intenso, y fuma siempre mientras juega, esta vez se abstuvo por consideraci¨®n a la austeridad de su adversario.
Jugaron cuatro partidas. Badura Skoda perdi¨® tres, y la cuarta qued¨® en tablas. No qued¨® satisfecho, por supuesto. A las tres de la madrugada se empe?¨® en analizar las partidas, hasta que Boris de Greiff le ayud¨® a establecer cu¨¢les fueron sus errores decisivos. Luego, cuando le acompa?¨® al hotel, le pidi¨® que subiera al cuarto para explicarle el sistema especial de notaci¨®n del redactor de ajedrez del Times, y sigui¨® hablando de ajedrez hasta que la ciudad amaneci¨® en las ventanas. A todos los testigos de esa noche irrecuperable les qued¨® la impresi¨®n de que Badura Skoda -que es uno de los pianistas m¨¢s notables de nuestro tiempo- es en realidad un ajedrecista que s¨®lo toca el piano para vivir.
Pregunta sin respuesta
El se?or Hans Knospe, un lector alem¨¢n, me dice lo siguiente en una carta: ?Usted dice en la p¨¢gina 239 de Cien a?os de soledad. "Y cuando llevaba toda su ropa a casa de Petra Cotes, Aurellano Segundo se quitaba cada tres d¨ªas la ropa que llevaba puesta y esperaba en calzoncillos a que estuviera limpia". Pregunto: ?Cu¨¢ndo se cambiaba y lavaba Aurellano Segundo los calzoncillos??.
Copyright Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez/ACI. 1981.
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