Ferias y vanidades
Mala suerte la de este hombre elefante, perseguido en vida por su f¨ªsico particular y olvidado a la postre en su fugaz resurrecci¨®n en la feria del Oscar. Entre tanto filme defenestrado, tangos globos de oro y nominaciones, su destino ha resultado parecido al que en vida arrastr¨®: morir joven, dejando tras de s¨ª alg¨²n rayo fugaz de compasi¨®n con el que compensar un poco un fisico que repugn¨® a sus semejantes.De las ferias de principios de siglo, donde nunca falt¨® alg¨²n monstruo particular, hasta la gran fiesta de Hollywood, resulta evidente que, por mucha compasi¨®n o comprensi¨®n que se intente volcar a favor de los menos favorecidos f¨ªsicamente, a¨²n perduran antiguas prevenciones. Hace unos cuantos a?os, el doctor Baus¨¢ Arroyo someti¨® nada menos que a los bufones del Museo del Prado a lo que hoy llamar¨ªamos un chequeo m¨¦dico. Gracias a ¨¦l sabemos que aquellos personajes sobre los que se volc¨® la desgracia eran, en su psicolog¨ªa, hombres normales. Gran lecci¨®n para aquellos que se contentan con menospreciar su inteligencia y un sufrimiento a¨²n peor: saberse diferentes, inferiores por su aspecto exterior ¨²nicamente.
El hombre elefante
Direcci¨®n: David Lynch. Gui¨®n: Christopher De Vore, Eric Bergren y David Lynch, seg¨²n las publicaciones de Frederick Treves y Ashley Montag¨². Fotograf¨ªa. Freddle Francis. Int¨¦rpretes: Anthony Hopkins, John Hurt, Anne Bracfort, John Gielgud, Salas de estreno: California y Cid Campeador.
Tal debi¨® ser el caso de este hombre con su cabeza deforme y su piel cubierta de escamas. Sus compa?eros de Madrid no padecieron anomal¨ªas mentales graves; por el contrario, dejaron fama de ingeniosos e incluso de sagaces. Colocados por un capricho del destino en el centro de la corte y a la vez lejos de ¨¦l como por un cristal invisible, no es dif¨ªcil imaginar c¨®mo trabajar¨ªa su cerebro, si era normal, y si no era normal, qu¨¦ odios so?ar¨ªa.
Baus¨¢ consideraba a los bufones, enfermos endocrinos, afectos a secreciones internas, como en el caso de Marib¨¢rbola, cuya enorme cabeza, solemne y vegetal, nos mira desde La meninas. Tal debi¨® aparecer ante la sociedad victoriana este John Merrick, enfermo a su vez de neurofibromatosis, reducido a su aut¨¦ntica dimensi¨®n humana en la pat¨¦tica pel¨ªcula de David Lynch. Su aventura desde su explotaci¨®n como espect¨¢culo morboso a su imposible redenci¨®n definitiva, viene a explicarnos c¨®mo el fondo del hombre se siente atra¨ªdo, y a la vez rechazado, por la maldad o la injusticia de un destino que suele cabalgar a lomos de otros hombres.
Espejo de su propia imagen, en la que el bien y el mal, lo justo y lo parcial, lo humano y lo animal se funden, mal pod¨ªa este filme animar los sue?os de un jurado pendiente de muy diversos afanes. Ni el buen trabajo de su director, ni la entrega total de John Hunt, ni una excelente puesta en escena han conseguido acercarla al palmar¨¦s final, repleto de rostros bien distintos y actitudes triunfantes.
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