Pablorromeros como mulos
Plaza de Sevilla. Octava corrida de feria. Toros de Pablo Romero, con gran trap¨ªo, flojos, descastados. Manolo Cort¨¦s: tres pinchazos, cinco descabellos, aviso y otro descabello (algunos pitos). Pinchazo hondo bajo y descabello (bronca). Jos¨¦ Luis Galloso: estocada baja; la presidencia le perdon¨® un aviso (palmas y pitos). Dos pinchazos, bajonazo, rueda de peones, aviso con mucho retraso y dos, descabellos (silencio). Tom¨¢s Campuzano: bajonazo, rueda de peones, dos descabellos, aviso con retraso y dobla el toro (silencio). Media contraria y dos descabellos (silencio).Hubo un gran lleno. Por primera vez en muchos d¨ªas luci¨® el Sol.
Los grabados de La Lidia se pod¨ªan recrear con las estampas de los Pablo Romero ayer en la Maestranza. Daniel Perea tendr¨ªa que haber vuelto del otro mundo para inmortalizar aquellas fachadas apabullantes, c¨¢rdenas en todos sus tonos. Pero bien es verdad que, retornado al mundo de los vivos, le habr¨ªa dado una lipotimia al reparar en qu¨¦ ha quedado la asolerada casta de esta a?eja -ganader¨ªa. Y seguramente se habr¨ªa negado a pintarlos, porque su arte lo, inspiraban los toros, no los mulos. ?Oh, s¨ª, mulos y remulos eran los Pablo Romero!
En un principio picaba el p¨²blico y aplaud¨ªa los impresionantes ejemplares. Al segundo que adem¨¢s tuvo la osad¨ªa de engallarse, emplazado donde la boca de riego, le dedicaron una ovaci¨®n. Luego ni los m¨¢s ingenuos ca¨ªan, en la trampa del trap¨ªo falso. Falso y muy falso, pues ni siquiera ten¨ªan fuerza los Pablo Romero. Con cerca de seiscientos kilos la mitad, con mucho m¨¢s de seiscientos kilos la otra mitad, acomet¨ªan al caballo y ni siquiera consegu¨ªan estremecerlo.
Las embestidas no podr¨ªamos decir que fueran buenas o malas, pues sencillamente no exist¨ªan. Los Pablo Romero, cargados de leyenda, sin bravura, sin casta, sin temperamento topaban. Hace muchos a?os que el ganadero, por qui¨¦n sabe qu¨¦ abstracto prurito, no permit¨ªa que sus toros se lidiaran en Sevilla. Sospechamos que a partir de ahora ser¨¢n los sevillanos quienes no permitan que los Pablo Romero se lidien en la Maestranza.
Todas las tonalidades del c¨¢rdeno se vieron en las mulas moles, desde el m¨¢s claro hasta el m¨¢s oscuro, ¨¦ste cerca del entrepelao; por m¨¢s a?adidura, bragao y gargantillo. Una maravilla de piel, para alfombra. Mal la gente estaba harta de c¨¢rdenos, y cuando sali¨® el sexto, como era negro, se levant¨® un murmullo de esperanza. Vana esperanza, ya que el negro, sobre mulo, result¨® cojo y derrengado.
Para trap¨ªo-trap¨ªo -hemos de a?adir-, el cuarto, que era precisamente el c¨¢rdeno claro. Daba gloria verlo, tan armonioso, tan bien puesto y equilibrado en sus vueltas y acarameladas astas, caribello, guapo, de garzos ojos, pata proporcionada, pezu?a breve y redonda. Tan bien plantao era ese toro, que uno se explica por qu¨¦ hay vacas que muerden su virtud al primer mugido que las dicen al o¨ªdo. Sin embargo, ¨¦se fue el peor de todos, pues salt¨® al callej¨®n, y con tal fuerza, que le falt¨® poco para aterrizar en el tendido.
El fracaso ganadero arrastr¨® el de los toreros. La lidia se redujo al ¨²ltimo tercio, y ¨¦ste, a la posibilidad de que alguien fuera capaz de que los mulos repitieran dos veces seguidas la embestida (tres ya era milagro). Cort¨¦s, muy desconfiado -e hizo bien-, no pudo. Galloso, s¨ª, a ratos, a cambio de ponerse pesad¨ªsimo. Campuzano, m¨¢s medido y m¨¢s torero, logr¨® alg¨²n pase suelto con cierto sabor. Y no hubo m¨¢s historia. Hac¨ªa mucho que no ,ven¨ªan los Pablo Romero a la Maestranza. Hac¨ªa mucho que la Maestranzano era escenario de tanto aburrimiento.
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