Los Madriles
Quiz¨¢ los llamados sanisidros no sean la peri¨®dica, anual revuelta de los madriles no contra Madrid, sino con Madrid. Una locura gramatical y lugare?a en que se hace plural lo m¨¢s singular. As¨ª asistimos todos los a?os, bajo uno u otro signo del hor¨®scopo pol¨ªtico al espect¨¢culo ritual y tribal (que, en el fondo, como digo, es meramente gramatical), en que se pasa de lo singular melanc¨®lico de la vida madrile?a -un botijo para cada uno y cada uno con su botijo- al plural pluriauton¨®mico de los madriles.O sea, don Alfonso XII, abuelo t¨ªsico y liberal (la libertad y la tisis son casi la misma cosa para quienes no entienden la libertad), don Alfonso XII, digo, abuelo del naipe eficaz y ecuestre que ahora tenemos, buscando a la reina Mercedes por las cuatro esquinas de un Madrid que ten¨ªa poco m¨¢s de cinco, porque las restantes ya sor, cosas de la Trilateral, que pone en cada esquina un tenderete de molinillos de viento nuclear y un puesto de algod¨®n en rama hecho con ovejas de pl¨¢stico de Minnessota. O sea, el marqu¨¦s de la Valdavia como la sonrisa castiza de la dictadura, Sol¨ªs Ruiz como la sonrisa demag¨®gica del sindicalismo incorporado y Ana Bel¨¦n como la sonrisa manante y reciente de la resistencia. Y digo Ana Bel¨¦n porque ella es de Mes¨®n de Paredes, calle en la que tenemos los dos nuestra fe de bautismo, aunque yo unos siglos antes. O sea, Felipe Gonz¨¢lez marcando un chotis socialdem¨®crata en el ¨²nico ladrillo que dej¨® sin hollar el se?or Tejero, y toda la plaza partida y goyesca del hemiciclo con el mant¨®n de Manila de la uced¨¦, que tuvo una abuela gobernante en Filipinas, y Santiago Carrillo, con esa cosa que le sale de madrile?o remadrile?o que se ha limpiado mucho los zapatos para ir a los toros, (que en realidad s¨®lo va a los toros para tener ocasi¨®n de limpiarse los zapatos), Carrillo, dec¨ªa, haciendo con Tamames el d¨²o de La Revoltosa en versi¨®n dial¨¦ctica, hasta que el economista del pueblo se pierde, en las entrecazas sin destino fijo y con un barullo de claveles en la cabeza.
Toros y bueyes. Los toros de Las Ventas y los bueyes de San Isidro. Como dijo alguien, somos una tribu con pretensiones y toda la movida es un jaleo de cuernas milagrosas y quevedescas, porque d¨ªa llegar¨¢ en que se are con maridos en Castilla, como dijo don Francisco si pacord¨®?ez (nombre de torero rancio) no lo remedia con ¨¦l divorcio.
Por la calle de Alcal¨¢ la florista viene y va. Calvo Sotelo no sabe qu¨¦ cosa pedirle o negarle a Mitterrand. Con los nardos apoyaos en la cadera. Carrillo se fuma, entre toro y toro, el cigarrillo largo y tranquilo de cuando le dejan a uno solo. Ni siquiera para la ocasi¨®n saca un puro, La corrida pol¨ªtica no tiene categor¨ªa de Partagaz. Ay Madrid del alma m¨ªa. Fragabarne quiere poner un organillero del paro al frente del garrote vil, porque la letra de la Constituci¨®n con sangre entra, seg¨²n ¨¦l. Ay Felipe de mi vida. Los sanisidros, ya digo, puede que no sean nada m¨¢s que la revoluci¨®n pendiente de los madriles, que hoy llamamos cintur¨®n industrial, cintur¨®n rojo, cintur¨®n de miseria y cintur¨®n de castidad, que el divorcio por la Rota no ha llegado al extrarradio. Al pueblo, los ¨¢ngeles diputados no le labran nada. Tendr¨ªa que rezar m¨¢s.
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