"Yo, el Papa, tengo que ser protegido"
?Yo mismo, el Papa, tengo que ser protegido en las calles de Roma?, se lamentaba Karol Wojtyla en un art¨ªculo que, con car¨¢cter in¨¦dito, public¨® EL PAIS el 15 de abril de 1979, y que reproducimos ¨ªntegramente a continuaci¨®n. En ¨¦l, Juan Pablo II analiza tres temas que eran y son todav¨ªa hoy de doliente actualidad: el terrorismo, los sufrimientos de la infancia y los duros problemas del trabajo. El art¨ªculo fue escrito para que se incluyese en el libro Yo, el Papa. Mi pensamiento. Mi servicio, de la editorial Rizzoli.Una cosa es clara, cierta: el terrorismo, la violencia, los secuestros de personas, los actos nefastos que afectan a tantas personas, familias, naciones, en su libertad individual, en su vida social, en su dignidad, son actos que degradan el concepto mismo de civilizaci¨®n. En estos ¨²ltimos tiempos, la realidad italiana, llena de desventuras de este g¨¦nero, est¨¢ particularmente pr¨®xima a mi atenci¨®n y a mi coraz¨®n de Papa. Me afectan fuertemente estas tragedias porque en ellas aparecen como protagonistas individuos sin rostro, desconocidos, movidos por fuerzas oscuras.
Todos juntos deber¨ªamos buscar los medios para podernos defender. No se trata de perseguir a otros, hombres o grupos de hombres, sino de crear los presupuestos de una vida m¨¢s humana, de una vida m¨¢s segura. Es necesario salvar a la sociedad contempor¨¢nea de este particular tipo de violenc.ia, de esta insistente intimidaci¨®n, porque en todas partes del mundo se vive en el terror permanente, en el ansia angustiosa. Hoy nadie se siente tranquilo, seguro de su. propia existencia. Yo mismo, yo, el Pap¨¢, para atravesar las calles de Roma, para visitar la parroquia de un barrio, debo ser vigilado y defendido por muchos agentes. Dios m¨ªo, todo esto no es concebible. Es necesario encontrar nuevos m¨¦todos, nuevos comportamientos para salvaguardar la seguridad de toda persona y no solamente del Papa. Lo exige el derecho, el principio de toda convivencia c¨ªvica.
La b¨²squeda de sistemas m¨¢s id¨®neos para hacer frente a estos fen¨®menos degeneradores no puede prescindir del an¨¢lisis de las causas que est¨¢n en el origen de una realidad m¨¢s dram¨¢tica.
Hay que preguntarse si el tumultuoso y r¨¢pido progreso social, que no ha superado los desequilibrios entre las clases, que no ha distribuido equitativamente el trabajo y el bienestar, que no ha resuelto los problemas de la gente joven; hay que preguntarse si todo esto no habr¨ªa originado una visi¨®n distorsionada de la vida, demasiado alejada de los valores morales y espirituales del hombre. Yo, el Papa, veo otro grave problema social, un problema de la familia, sobre todo un problema humano en las condiciones de la infancia en el mundo. ?Cu¨¢ntos ni?os sufren todav¨ªa!
Debo decir que tambi¨¦n este problema, como todos los problemas humanos y sociales, no se puede afrontar ni resolver desde la ¨®ptica del bienestar material; todos vemos c¨®mo tantos ni?os que viven con el m¨¢ximo de bienestar son igualmente desgraciados, frustrados, necesitados, desheredados. Y entonces yo digo que hay que buscar la soluci¨®n en el contexto de la realidad social y econ¨®mica t¨ªpica de cada pa¨ªs, de cada continente, sin olvidar los otros m¨²ltiples problemas que est¨¢n unidos a aqu¨¦llos. El Papa no puede ignorar los problemas del trabajo humillante y fatigoso, del trabajo alienable, del trabajo de millones de hombres que se ven obligados a abandonar sus pa¨ªses de origen, sus casas, sus familias, para encontrar fuera una soluci¨®n a su vivir cotidiano y a su futuro.
Yo mismo estoy muy cerca de los obreros. He sido obrero, conozco personalmente su fatiga, el sudor de los que mantienen duras y humildes casas en todas las partes del mundo. En Polonia los obreros eran mis colegas y mis amigos, y lo han sido incluso cuando fui nombrado cardenal. He vivido con ellos toda mi juventud, y aquellos a?os de trabajo f¨ªsico, humilde y duro han significado para m¨ª mucho m¨¢s que la consecuci¨®n del doctorado.
El concepto del trabajo comporta explicaciones y consecuencias diferentes. No es suficiente el tener un trabajo, lo que constituye ya de por s¨ª un resultado positivo. Hay que eliminar los efectos del trabajo obsesivo y repetitivo. El Papa no puede ignorar los problemas de los trabajadores del campo, de los campesinos. Haciendo m¨ªa la l¨ªnea de mis predecesores, Juan XXIII y Pablo VI, as¨ª como del concilio Vaticano II (v¨¦ase Mater et magistra, Populorum progressio, Gaudium et spes), y a la luz de una situaci¨®n que contin¨²a siendo alarmante, escucho la voz de los que no pueden hablar y de los que son obligados al silencio, e invito a aquellos que tienen medios y. poder para hacerlo a recuperar el tiempo perdido, a detener los sufrimientos prolongados y a permitir la realizaci¨®n de las esperanzas no satisfechas.
El deprimido mundo del campo, en el cual el trabajadoi consigue con su sudor consumar igualmente su fatiga, debe leg¨ªtimamente aspirar al reconocimiento pleno y eficaz de su dignidad, no inferior a la de cualquier otro sector social.
Por los trabajadores del campo hay que actuar por doquier, r¨¢pidamente y en profundidad; hay que poner en pr¨¢ctica transforniaciones audaces, profundamente innovadoras. Hay que emprender, sin esperar m¨¢s, reformas urgentes. No se puede olvidar que las disposiciones a adoptar deben ser adecuadas a las necesidades reales. La Iglesia defiende, s¨ª, el leg¨ªtimo derecho a la propiedad privada, pero ense?a con no menos claridad que sobre toda propiedad privada gravita siempre una hipoteca social a fin de que los bienes sirvan al destino general que Dios les ha dado.
No es justo, no es humano, no es cristiano, continuar con ciertas si.tuaciones innobles, donde se produce la explotaci¨®n del hombre por el hombre; creo que es urgente ponerle remedio a nivel nacional e internacional de acuerdo con las amplias directrices emanadas de la enc¨ªclica Mater et magistra.
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