Algo sobre sem¨¢ntica
Suele suceder que ciertos vocablos extranjeros pierden su verdadera significaci¨®n al intentar traducirlos a nuestra lengua, dando lugar a interpretaciones err¨®neas. Otras veces usamos t¨¦rminos for¨¢neos sin estar seguros de su sentido cabal. Desde hace tiempo me han llamado la atenci¨®n dos anglicismos -serendipity y stress- de peculiar y compleja significaci¨®n. El primero de estos vocablos no tiene, que yo sepa, un equivalente en castellano, pero es muy interesante; el segundo ya es de uso corriente entre nosotros, aunque no siempre se usa correctamente.La palabra serendipity fue acu?ada por el novelista ingl¨¦s Horace Walpole en la segunda mitad del siglo XVIII. Su copiosa correspondencia epistolar con Thomas Mann, durante m¨¢s de cuarenta a?os, es, seg¨²n Byron, ?una perfecta enciclopedia de informaci¨®n de las mejores fuentes?.
Seguramente algunos de nuestros lectores recordar¨¢n un viejo cuento persa titulado Los viajes y aventuras de los tres pr¨ªncipes de Serendip (antiguo reino de Ceil¨¢n). En sus fant¨¢sticas correr¨ªas, estos regios personajes siempre descubr¨ªan inesperadamente cosas importantes que no eran lo que buscaban. De estas singulares aventuras invent¨® Walpole la palabra serendipit - y, que el diccionario de Oxford la define as¨ª: ?La facultad de descubrir inopinadamente cosas afortunadas. Ahora bien, hay que hacer hincapi¨¦ en que un hallazgo casual no es por s¨ª solo serendipity si no se acompa?a de la circunstancia de haber ido en busca de una cosa totalmente diferente de lo encontrado. Seg¨²n Walpole, este fen¨®meno implica sagacidad casual, sin que suponga un alto grado de inteligencia por parte del agraciado, pues lo esencial es esa extra?a cualidad que Adler llama A flash of insight (un rayo de intuici¨®n).
El fen¨®meno del hallazgo casual o inopinado no es nada raro en la investigaci¨®n cient¨ªfica. Recuerdo la conversaci¨®n que sostuve en Buenos Aires con el doctor R¨ªo Hortega poco tiempo antes de su muerte. Este insigne hist¨®logo me dijo -entre otras muchas cosas- que su descubr¨ªmiento de la microglia (llamada tambi¨¦n c¨¦lulas de Hortega) fue un hecho casual. Esto hace pensar en la frase de Pasteur ?El azar favorece a las personas muy capacitadas?.
La vida humana se ha enriquecido a trav¨¦s de la historia con multitud de casos de serendipity, algunos de ellos de trascendencia incalculable, como, por ejemplo, el descubrimiento de Crist¨®bal Col¨®n: un hombre que va en busca de una ruta m¨¢s corta para flegar por el Oeste al Extremo Oriente y descubre inopinadamente un Nuevo Mundo. Col¨®n estaba convencido de que un corto viaje hacia Occidente le llevar¨ªa a las costas de Asia; mejor dicho, a Cipango y Catay, antiguos nombres de China y Jap¨®n.
Seg¨²n el historiador Washington Irving, el ¨¦xito de esta empresa hay que atribuirlo en gran parte a dos felices errores, es decir, ?la imaginaria extensi¨®n de As¨ªa hacia Oriente y la supuesta peque?ez de la Tierra.... sin los cuales apenas habr¨ªa osado Col¨®n aventurarse a cruzar el oc¨¦ano?. Esto parece indicar que, a veces, los grandes errores conducen a grandes hallazgos. De todos modos, la haza?a de Col¨®n representa un caso ins¨®lito de serendipity (?serendipidad?).
Cierta persona -cuyo nombre no recuerdo- contaba en tono humor¨ªstico el caso de un ge¨®logo que al cabo de estar todo el d¨ªa en el campo buscando f¨®siles se encuentra de repente ante una bella mujer que no es ge¨®loga ni arque¨®loga. Creo que este caso sirve, aunque en tono de chanza, para demostrar el significado de serendipitY.
La palabra stress es de significaci¨®n compleja, incluso en el campo de la medicina. Es un t¨¦rmino que se ha divulgado entre nosotros, aunque se presta a confusiones.
En la d¨¦cada de los cuarenta el doctor Hans Selye lanza en Canad¨¢ una teor¨ªa original que llam¨® s¨ªndrome general de adaptaci¨®n. Esta sugestiva teor¨ªa se basa en que el organismo humano siempre responde de manera invariable y caracter¨ªstica contra agentes o circunstancias de diversa ¨ªndole. El denominador com¨²n es el estado de stress, que presenta tres etapas sucesivas: alarma, resistencia y agotamiento. Todo ello supone la actitud de lucha que adopta el organismo ante una amenaza inminente, alificci¨®n o sobrecarga ineludible.
Todos vivimos bajo esta tensi¨®n, que no es una simple tensi¨®n nerviosa, sino el desgaste constante a que estamos sometidos. Sin embargo, no siempre es tina reacci¨®n desagradable, pues, como dice Selye, ?es la especia de la vida, y desde el punto de vista del stress los efectos de un golpe doloroso equivalen a los de un beso apasionado?.
El stress es ante todo una reacci¨®n defensiva, pero si excede de cierto l¨ªmite es nocivo. Por ejemplo, no es nada raro que una sensaci¨®n de inseguridad persistente pueda provocar una ¨²lcera de est¨®mago, la angina de pecho u otras afecciones que atacan principalmente a individuos inteligentes, ambiciosos y fumadores -pertinaces. Incluso algunos casos de muerte por shock o emoci¨®n muy intensa se atribuyen al stress.
Todo esto nos indica que cada persona debe conocer su propio nivel de stress, es decir, si tiene la suficiente resistencia para lograr lo que se propone, sin traspasar el urr¨ªbral l¨ªmite, pues -y citemos de nuevo a Selye- tan absurdo ser¨ªa el intentar que una tortuga corriese igual que un caballo como impedir que el caballo sea m¨¢s veloz que la tortuga.
En suma, la vida acelerada, la ambici¨®n de triunfar, la dificultad de resolver los problemas cotidianos y, en general, toda clase de excesiva estimulaci¨®n f¨ªsica o ps¨ªquica son causas de stress.
Son muchas las interrogantes que plantea este profesor de la Universidad de Montreal. Su teor¨ªa -ya comprobada- es tan interesante que en un a?o se han publicado en todo el mundo m¨¢s de 6.000 trabajos sobre el stress. Sir H. Ogilvie considera que el descubrimiento del eminente profesor oriundo de Viena representa probablemente la contribuci¨®n m¨¢s irriportante del siglo.
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