El compromiso con la libertad
Como la ¨²nica versi¨®n en la Prensa de los actos p¨²blicos que organiz¨® la Coordinadora por la Libertad, la Democracia y la Constituci¨®n no puede decirse que sea fiel ni bien intencionada, voy a presentar, por escrito, lo que dije.
Nos hemos movilizado por la libertad y la democracia convencidos de que sobre ellas se basa la mejor Constituci¨®n posible, la ¨²nica manera de vivir, a la altura actual de la civilizaci¨®n, de modo digno.
Ya s¨¦ que alguno dudar¨¢ de mi autoridad. moral para esta p¨²blica profesi¨®n de liberal y dem¨®crata despu¨¦s de haber iniciado una carrera pol¨ªtica en los primeros a?os del franquismo.'
Porque en mi juventud me dej¨¦ llevar de la oposici¨®n, entonces absorbente, entre fascismo y comunismo, eligiendo uno de los dos campos, con olvido de que segu¨ªa existiendo en medio la variada opci¨®n de la libertad, llegu¨¦ a conocer por dentro alguno de los ministerios de Franco en el Burgos de 1938 y el Madrid de 1940, y visit¨¦ m¨¢s de una vez a Hitler en su despacho de la Canciller¨ªa de Berl¨ªn y una vez a Mussolini en el gran sal¨®n del palacio de Venecia, en Roma.
Con esa autoridad que da la experiencia, el haber vivido intensamente durante un breve per¨ªodo de tiempo aquella pol¨ªtica atroz v apocal¨ªptica, quiero hablar aqu¨ª por la libertad y la democracia, sirviendo la ¨²nica causa que me parece bien. A mi edad, jubilado de una universidad extranjera, no es la vanidad ni la ambici¨®n lo que me mueve.
Cuando en las sufridas paredes de las calles madrile?as veo ahora esv¨¢sticas y otros emblemas, e iniciales de grupos juveniles deslumbrados por la violencia, y pintadas con enloquecidas consignas, recuerdo mi juventud. Muchos j¨®venes se re¨ªan entonces y se burlaban de los envejecidos h¨¢bitos parlamentarios, de los pol¨ªticos; democr¨¢ticos, de las contemplaciones, tolerancias y respetos que hac¨ªan y hacen posible la convivencia, y de las f¨®rmulas que entonces parec¨ªan caducas de las elecciones mayoritarias, pero con respeto a la minor¨ªa. A la derecha y a la izquierda se produc¨ªa en el mundo de 1933 y 1936 la misma radicalizaci¨®n y apelaci¨®n a la violencia. Esa ola de locura la presenci¨¦ yo en las universidades de Valladolid y Madrid, y tambi¨¦n en la Cit¨¦ Universitaire de Par¨ªs. El que no era comunista o fascista parec¨ªa no s¨®lo d¨¦bil, sino blando y privado de la conciencia que para muchos era obligada en aquellos a?os decisivos. Se predicaba la revoluci¨®n, las urnas electorales no ten¨ªan otro destino que el de ser rotas, y se esperaba mesi¨¢nicamente en la revoluci¨®n. Frente a los dictadores fascistas ensoberbecidos, los pol¨ªticos parlamentarlos y democr¨¢ticos parec¨ªan descoloridos y t¨ªmidos.
Yo resist¨ª a la presi¨®n de aquel ambiente pesado, que empujaba hacia la guerra mundial, pero cuando estall¨® nuestra guerra civil, termin¨¦ en Berl¨ªn por ceder a lo que parec¨ªa inevitable, y a fines de agosto de 1936 regresaba a Espa?a vistiendo la camisa azul.
Quedaba incluido as¨ª, m¨¢s que en un r¨¦gimen fascista propiamente dicho, en un golpe militar derechista, una tejerada triunfante. Cuando veo ahora el tes¨®n que esos j¨®venes de ahora, intoxicados por su propaganda, ponen en volver a pintar en las paredes el nombre del general Mola, pienso en la burla del destino que es que defiendan lo ¨²nico que quedaba del jefe y organizador del 18 de julio. Salvo en el nombre de esa larga calle, en todo fue sustituido por otro general, que se adhiri¨® a ¨²ltima hora a la conspiraci¨®n, pero resuelto a convertirla en beneficio suyo. Los inexpertos j¨®venes que pintan en la esquina el nombre de Mola, muerto en circunstancias misteriosas, olvidan que ¨¦l fue, entre los militares que nombraron a Franco jefe del Gobierno del Estado, el ¨²nico que sostuvo que no votaba ni admit¨ªa tal nombramiento sino como provisional, mientras durase la guerra.
Esos j¨®venes que se dedican a emporcar las paredes tambi¨¦n repiten en ellas las ¨²ltimas escurriduras de las consignas que Inventaron Ledesma Ramos y Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera en el ardor de la juventud. Pero ya se encarg¨® Franco de vaciarlas de contenido. Ni flores, ni pan, ni justicia. El recuerdo que ha quedado es el de un r¨¦gimen impresentable Y corrupto, basado en la adulaci¨®n y en el encubrimiento, un r¨¦gimen que nos ha quitado a todos el sentido de la educaci¨®n ciudadana.
En las memorias y recuerdos que van imprimi¨¦ndose como material para los historiadores se descubren los rasgos de aquel hombre vulgar y gris, de aquel hombre tremendo que hizo propiedad suya el pa¨ªs para casi cuatro decenios. El general Franco Salgado, ?indiscreto secretario y primo?, como le ha llamado bien Ram¨®n Garriga, o¨ªa las quejas deso¨ªdas, percib¨ªa los suculentos negocios, pero las ¨²nicas atenciones eran para los homenajes de la adulaci¨®n y para la caza.
Los largos a?os del poder personal de Franco son una gran lecci¨®n para los fascistoides que se atreven todav¨ªa a buscar caudillos. Quiz¨¢ Franco era uno de los generales mejor preparados; su inteligencia era sin duda superior a la de Armada o Milans o Blas Pi?ar. Pero el caudillaje que el clima fascista puso en sus manos no le sirvi¨® m¨¢s que para la corrupci¨®n. Comparti¨® con las m¨¢s reaccionarias fuerzas reales del pa¨ªs los beneficios de una victoria que convirti¨® el pa¨ªs en bot¨ªn de guerra. Fue esa corrupci¨®n y esa soledad de los privilegiados la que, en el mundo de 1975, hizo inevitable en Espa?a la democracia.
Los j¨®venes aceptan a veces el mito. Pero los que hemos vivido el horrendo mito fascista, y la mala imitaci¨®n de ¨¦l que desemboc¨® en la represi¨®n, la inmoralidad y al fin en la larga pesadilla sin salida de la ?democracia org¨¢nica?, nos sentimos obligados a testimoniar de aquello y a advertir de los peligros de la reca¨ªda.
Tambi¨¦n en los letreros fascistoides de las calles de Madrid se busca ahora adulara los militares y a la Guardia Civil. Porque tarmbi¨¦n forma parte de la mitolog¨ªa posfranquista que el Ej¨¦rcito, todo el Ej¨¦rcito, se sublev¨® el 18 de julio. En realidad fue medio Ej¨¦rcito el que se sublev¨®, y militares fueron las primeras v¨ªctimas de los sublevados. El levantamiento dividi¨® al Ej¨¦rcito y las pistolas de los Tejeros de entonces se cargaron de balas destinadas a sus hermanos de armas. La represi¨®n franquista fue especialmente dura con los militares, y no hubo contemplaciones para el que sirvi¨® en el bando contrario.
Las vergonzosas faltas de respeto de Tejero a sus superiores jer¨¢rquicos y las nada caballerescas amenazas de muerte del propio Tejero y de Milans del Bosch a sus compa?eros repiten lo que tuvo de terrorismo la sublevaci¨®n del 18 de julio. En los planes de Mola para el alzamiento nacional est¨¢ escrito el siguiente art¨ªculo segundo, que ciertamente se Ilev¨® a ejecuci¨®n: ?Los militares que se opongan al movimiento de salvaci¨®n ser¨¢n pasados por las armas por los delitos de lesa Patria y alta traici¨®n a Espa?a?.
Y lo mismo que ante fusiles rojos ca¨ªan Goded y Fanjul, y tantos otros, ante fusiles nacionales, mandados por los golpistas de entonces, cayeron generales como Batet, Salcedo, Caridad Pita, Molero, Villa Abrille, G¨®mez Morato, Campins, y tantos y tantos m¨¢s, y miles de oficiales, cuya memoria fue proscrita y borrada.
No somos nosotros los enemigos del Ej¨¦rcito, ni los que queremos utilizarlo a nuestro servicio. Ni se puede interpretar lo que estamos haciendo aqu¨ª pidiendo rapidez y rigor en el juicio contra los golpistas como un ensayo de tribunal popular.
Lo que quiero es analizar las consecuencias del terror, preveniros contra el nerviosismo que este terror dosificado produce. Como dijo el primer d¨ªa Gonz¨¢lez Casanova, es inevitable que la libertad de informaci¨®n democr¨¢tica sirva a la difusi¨®n del terrorismo. Leemos todos los d¨ªas en los peri¨®dicos que en L¨ªbano o en Afganist¨¢n ha habido veinte o treinta muertos y lo consideramos natural, porque eso es la guerra, pero el tr¨¢gico goteo diario de la criminal actividad terrorista nos lleva a la desesperaci¨®n. Nos sentimos indefensos y amenazados, y el des¨¢nimo cunde. Eso es lo que los organizadores del terrorismo buscan: lo que se llama desestabilizaci¨®n. Se clama por medidas draconianas, se pide que se olviden los derechos humanos, se acude al recurso de la pena de muerte y hay quien se aprovecha para pedir la dictadura.
Un d¨ªa de estos recib¨ªa yo la visita de un colega argentino que ense?a en la universidad de una remota provincia. Tras nuestra amistosa conversaci¨®n sobre temas que nos interesaban, al despedirse tom¨® un tono de conmiseraci¨®n casi, para desearnos a los espa?oles un aplacamiento, o mejor, un cese en la continua desgracia que es el terrorismo. Ciertamente es grande nuestra desgracia con los terroristas que ayer con una bomba y anteayer con unos disparos, y el d¨ªa antes asaltando el palacio de las Cortes, juegan la carta de la desesperaci¨®n. Pero el profesor argentino tuvo que reconocer conmigo que todos estos atentados y desgracias son cuantitativamente muy poco. Que el desastre
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de una dictadura como la de Videla en Argentina es el de los millares y millares de desaparecidos rodeados de mortal silencio.
. ?Vamos a perder los nervios en la democracia y vamos a tranquilizarnos bajo el censurado silencio de las dictaduras? Recordemos el 18 dejulio, con dos medias Espa?as dedicadas, como nacionales y como rojos, a la caza de la otra media. Y recordemos la larga y silenciada represi¨®n franquista, la que perdur¨® durante muchos de los famosos ?veinticinco a?os de paz?. Aqu¨ª est¨¢ un texto de Carrero Blanco (Espa?a y el mar, 1962, III, 500), que se refiere a un per¨ªodo de casi diez de ellos- ?La lucha contra el bandolerismo, alimentado desde Prancia, dur¨® hasta 1952. M¨¢s de 5.000 bandoleros perecieron en sus combates contra la Guardia Civil, que tuvo quinientas bajas?
As¨ª se solucion¨®, sin que la gente se pusiera nerviosa, el problema de los maquis que entraron en Espa?a desde los ¨²ltimos meses de la guerra mundial. As¨ª se ha restablecido la paz en Argentina, en Uruguay y en otros pa¨ªses.
La necesaria lucha contra el terrorismo no debe, pues, hacernos perder los nervios. Soy testigo de los atroces conciertos de sirenas que acompa?aron a los autobuses de Tejero y que se desen a denaron a continuaci¨®n de los recientes atentados de la calle del Conde de Pe?alver. Tambi¨¦n hemos o¨ªdo los pasados d¨ªas a un importante jefe de la polic¨ªa vociferando por la radio, en tono tribal, y que no aseguraba mucha eficiencia: ? ?Hay que cazal-loh, hay que cazal-loh! ?. Y vemos que se multiplican las detenciones de gente que es pronto puesta en libertad, y hay hist¨¦ricos que piden se restableza la pena de muerte, y la polic¨ªa publica notas con criticas a la judicatura... ?No es todo esto colaborar a la desestabiliza ci¨®n y pedir una dictadura que, nos vuelva al feliz limbo de los ni?os y al m¨¢s feliz para¨ªso de las ambiciones y los negocios sin publicidad ni control?
El siguiente texto se corresponde con la intervenci¨®n del profesor
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