Mar¨ªa Moliner una obra, no un nombre
La pereza nacional se encuentra muy a gusto con el tradicional - sistema de colmar de ditirambos a todo intelectual -muerto, desde luego- a quien cierto n¨²mero de entendidos se?ale como importante, a cambio de que esta minor¨ªa nos releve de la enojosa ocupaci¨®n de acercarnos a conocer la obra del h¨¦roe. El conocimiento de nuestros creadores y de nuestros pensadores queda as¨ª c¨®modamente suplido por el conocimiento de la etiqueta que sobre ellos han depositado unos pocos. ?Cu¨¢ntos cl¨¢sicos espa?oles entraron en los manuales de literatura solamente porque hab¨ªan sido le¨ªdos por Amador de los R¨ªos o por Men¨¦ndez Pelayo! Y a veces se amontona una etiqueta sobre otra y otra, formando una costra espesa, como sobre una maleta vieja, sin que nadie se preocupe de averiguar qu¨¦ hay dentro de la maleta. La ?gloria nacional? queda cada vez m¨¢s aislada por el suntuoso tel¨®n de los homenajes, con lo cual, a fuerza de creer en ella sin verla, la divinizamos. ?No hemos convertido a Cervantes en un mito por este procedimiento? En medio de esta hipocres¨ªa colectiva, ?pod¨ªa sorprendernos que de pronto, un d¨ªa, unos concejales de pueblo se quitasen la m¨¢s cara y mostrasen con franqueza su barbarie borrando de la toponimia urbana a ese famoso desconocido?En los ¨²ltimos meses, el proceso de beatificaci¨®n ha reca¨ªdo, no sobre un poeta ni sobre un fil¨®sofo, sino, novedosamente, sobre una lexic¨®grafa. Al triste acontecimiento de su muerte -22 de enero ¨²ltimo- se un¨ªan en Mar¨ªa Moliner dos circunstancias que ?eran noticia?: una, su dedicaci¨®n a una extra?a especialidad; otra (?todav¨ªa!) su condici¨®n femenina.
En medio de la atm¨®sfera general de desinter¨¦s por el idioma y de la consiguiente ignorancia sobre las disciplinas que lo estudian (recordemos tan s¨®lo el regocijante uso que de la voz sem¨¢ntica hacen pol¨ªticos y editorialistas), no ha de sorprender que la lexicograf¨ªa tenga para muchos un tufillo ex¨®tico, cuasi nigrom¨¢ntico, a pesar de versar sobre un objeto tan conocido por fuera como es el diccionario. Pues bien: Mar¨ªa Moliner no s¨®lo se entreg¨® al cultivo de este rec¨®ndito campo, sino que adem¨¢s era mujer.
Muchas y muy hermosas han sido las ofrendas de palabras que despu¨¦s de su muerte ha recibido quien tanto luch¨® con ellas. La justa admiraci¨®n por su laboriosidad tenaz y por la firmeza de su vocaci¨®n, la simpat¨ªa hacia sus valores humanos, han te?ido de emotividad la pluma de muchos finos escritores, y la consecuencia ha sido que, en sus comentarios, la obra ha quedado en un plano de penumbra respecto de la persona de la autora. ?Diccionario excelente?, ?excepcional?, ?maravilla de la lexicograf¨ªa?, ?obra cumbre?... son elogios que no pongo en tela de juicio, pero que, al no pecar de excesivamente anal¨ªticos, contribuyen poco a una verdadera valoraci¨®n de la obra, y mucho a su est¨¦ril mitificaci¨®n: algo que sin duda hubiera rechazado la sencilla honradez de Mar¨ªa Moliner.
Un diccionario renovador de la lengua espa?ola
El Diccionario de uso del espa?ol es, ciertamente, uno de los diccionarios espa?oles m¨¢s importantes. Muchos creen que lo es por su caudal, por el n¨²mero de voces definidas, fi¨¢ndose de la mera apariencia material; en realidad, registra m¨¢s o menos los mismos t¨¦rminos que el Diccionario de la Academia, y as¨ª lo reconoce la autora. Lo que s¨ª distingue, en cambio, a esta obra es su prop¨®sito renovador, que yo sintetizar¨ªa en la conjunci¨®n de tres rasgos: el concepto del diccionario como una ?herramienta total? del l¨¦xico, la voluntad de superar el an¨¢lisis tradicional de las unidades l¨¦xicas y el intento de establecer una separaci¨®n entre l¨¦xico usual y el l¨¦xico no usual.
La primera caracter¨ªstica, por s¨ª sola, a pesar de su enorme importancia, no constituye novedad. Aparte del precedente franc¨¦s de Paul Robert, cuyo diccionario est¨¢ inspirado en el mismo principio, nuestro maestro Julio Casares ya hab¨ªa expuesto en 1921 la tesis de que ?hay que crear, junto al actual registro por abec¨¦, archivo herm¨¦tico y desarticulado, el diccionario org¨¢nico, viviente, sugeridor de im¨¢genes y asociaciones, donde al conjuro de la idea se ofrezcan en tropel las voces, seguidas del util¨ªsimo cortejo de sinonimias, analog¨ªas, ant¨ªtesis Y referencias; un diccionario comparable a esos bibliotecarios sol¨ªcitos que, poniendo a contribuci¨®n el ¨ªndice de materias, abre camino. al lector m¨¢s desorientado, le muestran perspectivas infinitas y le alumbran fuentes de informaci¨®n inagotables?. Como es sabido, el propio Casares llev¨® a la pr¨¢ctica su teor¨ªa en el Diccionario ideol¨®gico de la lengua espa?ola (1942), cuyo lema, en la portada, reza: ?De la idea a la palabra; de la palabra a la idea?. Pues bien: la misma meta se propuso Mar¨ªa Moliner: construir el diccionario simult¨¢neamente ?descifrador? y ?cifrador? esto es, ?que ayuda a entender? y ?que ayuda a decir?). La diferencia, en este punto, entre la obra de Casares y la de Moliner es superficial: mientras en la primera parte cifradora forma un cuerpo separado de la descifradora, en la segunda est¨¢ integrada la una dentro de la otra, formando un solo cuerpo.
Esta utilidad, tan apreciable, se complementa, en el Diccionario de Moliner, con el establecimiento -segundo rasgo- de dos grandes niveles,dentto del l¨¦xico:. las palabras y acepciones usuales y las no usuales; diferenciaci¨®n, realizada por medios tipogr¨¢ficos, destinada a ser sumamente pr¨¢ctica pata el .hablante que quiere escoger su propia forma d¨¦ expresi¨®n. Se une a esto la informaci¨®n sobre construcciones sint¨¢cticas en las distintas acepciones, que tanto se echa de menos en los diccionarios corrientes. (Aunque, en cambio, se omiten sin suficiente justificaci¨®n otras indicaciones gramaticales no menos necesarias.)
El aspecto m¨¢s destacable del Diccionario de uso del espa?ol es su tercer rasgo: la revisi¨®n a fondo de las definiciones tradicionales, que hubo de ser sin duda la f¨¢ceta m¨¢s agobiante, por ser la m¨¢s personal, en la labor de la autora. Es bien sabido que muchas de las definiciones del Diccionario de la Academia est¨¢n redactadas en una lengua de otra ¨¦poca, que les da, a los ojos del lector letrado, un encanto singular; pero ciertamente ese lenguaje no es el m¨¢s adecuado para explicarle al hombre de hoy los significados de las palabras. Por otra parte, el Diccionario acad¨¦mico recurre, con insistencia que casi bordea la tomadura de pelo, a la definici¨®n en c¨ªrculo vicioso: amparar se explica como ?favorecer, proteger?; favorecer, como ?ayudar, amparar, socorrer?; proteger, como ?amparar, favorecer, defender?; defender, como ?amparar, librar, proteger?; ayudar, como ?auxiliar, socorrer?; auxiliar, como ?dar auxilio?; auxilio, como ?ayuda, socorro, amparo?; y as¨ª, sucesivamente. Mar¨ªa Moliner, en su obra, decide romper este mareante juego de la oca, que, junto con el estilo dieciochesco, se hab¨ªa hecho h¨¢bito en los lexic¨®grafos sumisos al modelo acad¨¦mico. No s¨®lo evita la definici¨®n circular, para lo cual inventa una minuciosa jerarquizaci¨®n l¨®gica de los conceptos, sino que desmonta una por una todas las definiciones de la Academia y las vuelve a redactar en espa?ol del siglo XX, d¨¢ndoles, en muchos casos, una precisi¨®n que les faltaba y desdobl¨¢ndolas a menudo en nuevas acepciones y subacepciones que recogen matices relevantes. Con ello logra un an¨¢lisis de los contenidos bastante m¨¢s completo que el de los diccionarios corrientes, incluido el de la Academia. Hay que mencionar tambi¨¦n la abundancia de ejemplos inventados que ilustran las definiciones: punto este con demasiada frecuencia olvidado en nuestros diccionarios.
Dos o tres reparos principales se?alar¨ªa yo en esta labor monumental (dejando al margen otros de tipo t¨¦cnico). Uno es que est¨¢ construida tomando como casi ¨²nicas bases documentales la personal competencia hablante de la autora y -parad¨®jicamente el mismo Diccionario acad¨¦mico que se trataba de superar; con lo cual los criterios subjetivos priman m¨¢s de lo conveniente sobre la informaci¨®n objetiva, tan necesaria para el estudio del uso. El otro reparo es que, en el deseo de introducir un elemento de racionalidad en el convencionalismo alfab¨¦tico de los diccionarios, las palabras -dentro del abecedario generalaparecen agrupadas en-familias etimol¨®gicas: ordenaci¨®n que, aparte de ser poco sistem¨¢tica, pr¨¢cticamente no aporta nada: a los objetivos del diccionario y que, en cambio, incomoda la consulta de su lector, quien nos guste o nocuenta siempre con el alfabeto como b¨¢culo imprescindible para andar por la vida. Una tercera reserva todav¨ªa a?adir¨¦, que no es un defecto, sino un exceso: recarga notable e innecesariamente el volumen de la obra al haber incorporado en ella, en sus respectivas entradas, todos los temas de la gram¨¢tica espa?ola. El uso del subjuntivo o del art¨ªculo, la posici¨®n del adjetivo, el valor de los tiempos verbales, etc¨¦tera, son cuestiones que se salen abiertamente de la lexicograf¨ªa.
Intuici¨®n y tenacidad
Entre los diccionarios espa?oles ?de lengua? o ?usuales?, el de Moliner es el intento renovador m¨¢s ambicioso que se ha producido en nuestro siglo. En ¨¦l, la intuici¨®n y la tenacidad tuvieron que llenar el vac¨ªo de una tradici¨®n previa que hubiera allanado el camino. Es un esfuerzo digno de toda nuestra admiraci¨®n; pero, por ley del quehacer intelectual, no es una meta, sino una etapa, y debe ser tomado como una incitaci¨®n, como un poderoso reto por cuantos se dedican a la lexicograf¨ªa. Bien est¨¢n los elogios emotivos, sonoros y confortables; pero la verdadera alabanza al que trabaja es seguir su ejemplo. Por que Mar¨ªa Moliner no es un nombre, sino una obra.
Babelia
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