"Desde el primer momento supimos que el m¨®vil de los secuestradores no era el dinero"
?A lo largo de 36 horas?, dice un grupo de rehenes consultados por EL PAIS, ?los asaltantes no demostraron inter¨¦s alguno por el dinero. Siempre tuvimos la sensaci¨®n de que era lo que menos les importaba. Tuvieron a su disposici¨®n, antes de apilar el dinero de los s¨®tanos, donde hab¨ªa ochocientos millones, cincuenta millones que estaban en las ventanillas de caja del primer piso. Desde el primer momento llegaron preparados para una larga estancia?. Ni el momento ni el lugar elegidos por los asaltantes del Banco Cehtral de Barcelona parecen los m¨¢s adecuados para un golpe en que ¨²nicamente se busque el dinero. La reconstrucci¨®n ha sido realizada en base a extensos relatos de varios de los rehenes.
A las 9.10 horas del s¨¢bado 23 de mayo, 233 empleados del Banco Central, repartidos por los cinco pisos y el s¨®tano del edificio, atend¨ªan las lab(5res normales de una jornada previa al fin de semana. En el patio de operaciones, treinta clientes, cuatro de ellos extranjeros, realizaban sus operaciones normales. Entre estos clientes, seg¨²n el relato de varios rehenes, no se encontraba ninguno de los que posteriormente fueron reconocidos como asaltantes. Pocos segundos despu¨¦s, un grupo de individuos encapuchados, precariamente armados, cubiertos con pasamonta?as en deficiente estado y las manos cubiertas con guantes de pl¨¢stico transparente, tipo cirujano, ;y rumpieron en la planta baja del Banco Central. Inmediatamente se escuch¨® una r¨¢faga de ametralladora. El arma, empu?ada por el que durante 36 horas ser¨ªa el N¨²mero Uno, dej¨® numerosos casquillos en el suelo, pero ning¨²n impacto en el techo, hacia donde estaba dirigida. Todos los empleados de la planta baja y los del primer piso, cionminados por los asaltantes, se tendieron en el suelo, detr¨¢s de los mostradores. Sobre las ventanillas de pagos quedaban unos cincuenta millones de pesetas en moneda.En unos segundos, dos de los asaltantes subieron hasta el primer piso, y desde la barandilla que da al patio de operaciones intimidaron a los empleados del primer piso. Abajo, plantado en medio del patio de operaciones, quedaba el N¨²mero Uno. Las cuatro plantas restantes fueron desalojadas de forma sincronizada. Uno de los asaltantes permanec¨ªa en el rellano de la planta, mientras otro de ellos, pistola en mano, conminaba a los empleados a dirigirse hacia la escalera y a la planta baja.
En la planta cuarta, durante estos momentos de desalojo, Galloso, uno de los empleados de seguridad del banco. consigui¨® desarmar al asaltante que le ordenaba dirigirse hacia la escalera. Instantes despu¨¦s aparecieron en el bar otros dos asaltantes (presumiblemente el del rellano de esa planta y uno de los que hab¨ªa intervenido en la planta quinta) y desarmaron al vigilante jurado. En la planta tercera, seis empleados de la secci¨®n de contabilidad consiguen encerrarse en un peque?o despacho y pasar inadvertido para los asaltantes. En esa misma planta, dos telefonistas se esconden en un lavabo, donde permanecer¨¢n encerradas doce horas. En un peque?o cuarto de archivador del primer piso, en completo silencio, permanec¨ªan ocultos en seis metros cuadrados Alejandro Albors y C¨¦sar Mart¨ªnez, director y subdirector de la sucursal, adem¨¢s de una subdirectora adjunta y cuatro directivos m¨¢s. El secretario particular del director y otro alto funcionario eligieron otra dependencia para esconderse.
El "comando suicida"
Entre tanto, todos los ocupantes del banco, clientes incluidos, fueron obligados a tumbarse boca abajo en el patio de operaciones de la primera planta. Esta situaci¨®n dur¨® unos minutos. Poco despu¨¦s, los rehenes fueron autorizados a fumar y recibieron las primeras informaciones sobre las intenciones de sus secuestradores. ?Recuerdo que lo primero que dijeron fue que estuvi¨¦ramos tranquilos, que no pertenec¨ªan a ETA, que odiaban esta organizaci¨®n y se identificaron como un comando suicida que guardaban la ¨²ltima bala de sus armas para ellos mismos?. Tras esta presentaci¨®n, el N¨²mero Uno pregunt¨® en voz alta por el director del banco. Al no obtener respuesta, pregunt¨® a los empleados por ¨¦l y coment¨® que no ten¨ªa valor para dar la cara. El interventor del banco se ofreci¨® como interlocutor de los asaltantes a cambio del director. El interventor, acompa?ado de uno de los pistoleros, se dirigi¨® al s¨®tano, en el que se encuentran las cajas de alquiler y la caja fuerte. All¨ª. tras una reja cerrada con llave, se encontraban ocho empleados del banco que hasta entonces no hab¨ªan sido descubiertos y permanec¨ªan con la luz apagada, en silencio absoluto, siguiendo todo el desarrollo del asalto mediante los ruidos y las voces confusas que llegaban desde la planta superior. ?Nosotros?, dice otro de los rehenes, ?estuvimos ocultos entre las nueve y las doce. Eramos ocho. Hacia el mediod¨ªa escuchamos de nuevo c¨®mo bajaban algunas personas. Ya no era el interventor quien dialogaba con el pistolero, sino el cajero del banco, se?or Roll¨¢n, quien nos dijo que sali¨¦ramos?.
A los pocos momentos del asalto un transe¨²nte hab¨ªa llamado a la polic¨ªa. Dos coches Z permanec¨ªan estacionados frente a la puerta principal yse hab¨ªan producido los primeros disparos de advertencia. Los asaltantes, por boca del N¨²mero Uno, ordenaban a la polic¨ªa que se alejara. Cuatro rehenes fueron situados corno parapeto, sentados en el borde del respaldo de un banco, frente a, la, puerta giratoria de acceso. ?Disparaban sobre las cabezas de estos rehenes, pero no se ve¨ªa que se rompieran los cristales. El N¨²mero Dos ordenaba tajantemente: ?Disparad a matar?. Por el meg¨¢fono ordenaban a la polic¨ªa que se retirase a cincuenta metros: ??Retirad la fuerza!?. El interventor, elegido como interlocut¨®t, fue obligado a llamar a la polic¨ªa, a quien inform¨® que hab¨ªa un comunicado de los asaltantes en una cabina telef¨®nica pr¨®xima al banco. Este comunicado, que hab¨ªa sido dejado previamente, explicaba las ya conocidas condiciones de los rehenes sobre la libe.raci¨®n de cuatro de los implicados en el golpe del 23 de febrero.
?Este fue uno de los momentos de mayor tensi¨®n vividos al principio. El N¨²mero Uno hab¨ªa disparado al techo y hac¨ªa el suelo. Uno de los rehenes que permanec¨ªa sentado en el banco de madera, Ricardo Mart¨ªnez, comenz¨® a gritar que le hab¨ªan dado. Nosotros ve¨ªamos que el N¨²mero Uno no le hac¨ªa cas¨® mientias ¨¦l se quejaba. Pensamos que hab¨ªa sido alcanzado por una esquirla, pero luego supimos que estaba herido de bala y que por la forma en que se comportaba el N¨²mero Uno, el disparo fue intencionado y no un rebote de bala? Otros rehenes, que hablaron larga mente con el N¨²mero Uno durante las horas que dur¨® el asalto insistieron de cualquier formaen que hab¨ªa sido un rebote.
?Desde el primer momento nos dimos cuenta de que los asaltantes conoc¨ªan perfectamente el edificio. Tambi¨¦n comprobamos que su lenguaje ten¨ªa reminiscencias de la jerga castrense. El N¨²mero Dos hablaba de "armas en posici¨®n" mientras otro le contestaba: "O¨ªdo primero". Tambi¨¦n insist¨ªan en que se retirara "la fuerza" cuando se dirig¨ªan a la polic¨ªa. Sin embargo, cuando uno de ellos localiz¨® la pistola de uno de los vigilantes jurados que se encontraba en un caj¨®n de conserjer¨ªa, dijo: "Aqu¨ª hay una fusca", palabra que en lenguaje carcelario se utiliza para denominar a la pistola?.
El interventor del banco, que hab¨ªa servido de interlocutor en los primeros instantes del asalto, se encontraba profundamente afectado y se derrumb¨® ps¨ªquicamente. El cajero, Ram¨®n Roll¨¢n, fue su sustituto voluntario para los terroristas.
El bueno, el malo y los "chorizos"
?Entre nosotros, los rehenes, coment¨¢bamos a veces lo diferentes que nos parec¨ªan los asaltantes, tanto por su forma de comportarse como por su forma de hablar. Mientras el N¨²mero Uno, que apenas se sent¨® durante todo el tiempo que dur¨® el asalto, prodigaba toda clase de explicaciones, se mostraba amistoso e incluso afectuoso con los que se encontraban m¨¢s alterados ps¨ªquicamente, hab¨ªa otros que nos daba la impresi¨®n de ser aut¨¦nticos chorizos. Aunque es cierto que pronto nos demostraron que no ten¨ªan ning¨²n inter¨¦s por el dinero, nosotros los catalogarnos, sin ver sus caras, en los buenos, entre ellos el N¨²mero Uno; los malos, el N¨²mero Dos, y los chorizos. Entre estos ¨²ltimos hubo uno que intent¨® guardarse dos lomos de billetes en el costado y dentro de los pantalones?.
Algunos rehenes, los que consegu¨ªan mantener fr¨ªa la cabeza en medio de la tensi¨®n, al darse cuenta de que los asaltantes no buscaban dinero, intentaron sondear los motivos del secuestro. ? Recuerdo que cuando salimos de las cajas en las que hab¨ªamos estado ocultos durante tres horas, el N¨²mero Uno nos dijo que nos hab¨ªamos jugado la vida. Cuando pregunt¨¦ a uno de log pistoleros por qu¨¦ hac¨ªan aquello y que si ten¨ªan motivaciones pol¨ªticas, me contest¨® que no quer¨ªan nada con los pol¨ªticos, que los partidos y sindicatos son la perdici¨®n de este pa¨ªs. Me dijeron que antes se viv¨ªa bien en este pa¨ªs, y apostill¨®: "Bueno, algunos". Me dijeron que las fuerzas, del orden sab¨ªan muy bien qui¨¦nes eran ellos, los asaltantes, y c¨®mo actuaban?.
Despu¨¦s de que fuera herido Ricardo Mart¨ªnez y desalojado por la Cruz Roja, los asaltantes se mostraban tranquilos. El cord¨®n de polic¨ªa se encontraba a unos cincuenta metros del banco y los rehenes hab¨ªan sido distribuidos por grupos. Mientras unos permanec¨ªan en el patio de operaciones, otros fueron colocados frente a las ventanas que dan a la plaza de Catalu?a.
Nervios y distensi¨®n
La primera selecci¨®n de rehenes se produjo poco despu¨¦s. El N¨²mero Uno aseguraba que las cosas iban bien, pidi¨® perd¨®n por el asalto a los rehenes y dijo que los clientes del banco se pusieran aparte. ?Creo que no hubo criterios especiales en la forma de seleccionara qui¨¦nes iban siendo liberados. Sab¨ªamos desde la primera selecci¨®n que lo que ellos buscaban era que los liberados dieran a la polic¨ªa la informaci¨®n que ellos quer¨ªan que se supiera. Por eso, cuando se dijo por la radio que el banco estaba minado, los rehenes liberados que lo hablan dicho, a instancia de los asaltant es, desconoc¨ªan totalmente que el grupo que estaba picando, tambi¨¦n a instancias de los rehenes, s¨®lo serv¨ªa de pantalla, que estaban picando contra el muro de las Ramblas y que su objetivo por lo que dijeron, era encontrar una conexi¨®n con las alcantarillas?. En efecto, el grupo de picadores, unos de ellos seleccionados por su fortaleza f¨ªsica aparente y otros voluntarios, que prefer¨ªan picar a estar encerrados en las c¨¢maras del s¨®tano, no volvieron a ver a sus companeros de secuestro hasta el momento final, el domingo a ¨²ltima hora de la tarde. Nunca se dio una explicaci¨®n a los rehenes de por qu¨¦ eran elegidos unos u otros para ser liberados. Tan s¨®lo el domingo por la ma?ana los asaltantes, que hasta ese momento hab¨ªan elegido a dedo a los liberados, pidieron que las mujeres se pusieran a un lado porque iban a ser puestas en libertad.
En la pel¨ªcula de este largo cautiverio, donde el intercambio de rehenes por v¨ªveres y tabaco fue casi constante, los momentos de mayor tensi¨®n o relajamiento coincidieron con determinados contactos telef¨®nicos con el exterior y con las llegadas de los diferentes negociadores. As¨ª, la visita, de una alta autoridad hacia las 6.30 de la tarde del s¨¢bado, que seg¨²n alguno de los rehenes fue el general Aramburu Topete (apreciaci¨®n que no coincide con las teferencias oficiales sobre la llegada a Barcelona del director de la Guardia Civil), produjo una cierta distensi¨®n. Esta autoridad entreg¨® un gran sobre blanco, cuyo contenido se desconoce, a los secuestradores. A partir de este momento, y durante las horas siguientes, algunos rehenes pudieron telefonear a sus fa- milias sin que les escucharan la conversaciones y las idas y venidas a los lavabos fueron constantes por parte de los secuestrados.
La tardanza en el env¨ªo de una ambulancia solicitada desde el banco para evacuar a un reh¨¦n que ten¨ªa una fuerte lipotimia desencaden¨® por el contrario, uno de los peores momentos para los secuestrados. Los terroristas, muy enojados, les advert¨ªan a los empleados que si ocurr¨ªa algo al enfermo no era culpa suya. ?Si os damos un balazo a alguno de vosotros, os dejan desangrar y morir los de fuera? Este incidente -m¨¢s de veinte minutos tard¨® en llegar la ambulancia que se encontraba estacionada a la vista de todos en el inicio de la calle de Pelayo, enfrente del banco -contribuy¨® a que algunos de lo encerrados llegaran a encontrar puntos de coincidencia con sus captores. Incluso alguno de ello les dijo: ?Somos de los vuestros, estamos con vosotros?.
Enfado con los medios de comunicaci¨®n
La distribuci¨®n de noticias inciertas por algunas emisoras y la descripci¨®n de los movimientos de los GEO en los ¨²ltimos momentos han contribuido, sin embargo, al fuerte enojo de los empleados del Banco Central con los medios de comunicaci¨®n. Un locutor de una emisora de radio lleg¨® a preguntar a voces a uno de los rehenes que se encontraba en la terraza: ??Todav¨ªa no han matado a nadie??, seg¨²n comentan con indignaci¨®n.
Hacia media ma?ana del domingo, tras la amenaza infructuosa de quemar el dinero, se produjo uno de los peores momentos vividos por los secuestrados. Una tanqueta de la Guardia Civil se aproxim¨® a pocos metros de la puerta del banco y conmin¨® a los asaltantes a que se entregaran ?como equivocados o como asesinos?. Las ventanas volvieron a ser parapetadas con los cuerpos de los empleados y el N¨²mero Uno exigi¨® un avi¨®n en el aeropuerto de El Prat -como es conocido- bajo la amenaza de ir matando cada hora un reh¨¦n. Separ¨® a cinco en el patio de operaciones y orden¨® que fueran conducidos a ?cajas? (t¨¦rmino usual entre los trabajadores de Banca, lo que extra?¨® a algunos secuestrados) para ir dando cumplimiento a su ultim¨¢tum.
Una vez retirada de las inmediaciones la citada tanqueta, y tras la entrevista del delegado del Gobierno y del director general de Polic¨ªa, Rovira Tarazona y Fern¨¢ndez Dopico, con el N¨²mero Uno, volvi¨® la distensi¨®n al Banco Centra. La salida de unos cuarenta rehenes y la difusi¨®n por radio de una entrevista con el N¨²mero Uno, y de dos manifiestos de los secuestradores, hicieron pensar, dentro y fuera del banco, en un r¨¢pido y pac¨ªfico desenlace.
Un economista del banco, apellidado Colorado, hab¨ªa redactado los manifiestos en que se criticaba al Gobierno y a los partidos por no buscar una soluci¨®n similar a la adoptada cuando la toma del Congreso de los Diputados. El texto, antes de ser difundido, fue le¨ªdo a los rehenes, y ¨¦stos no mostraron grandes reparos para que fuera difundido. En estos manifiestos, en que se pon¨ªa muy bien a los secuestradores, se lleg¨® a pedir a los familiares que rompieran en manifestaci¨®n el c¨ªrculo policial para acceder al banco y favorecer la salida de todos: rehenes y terroristas. En la asamblea mencionada, seg¨²n varios testimonios, algunos retenidos gritaron espont¨¢neamente Vivas a la Guardia Civil y a Espa?a en un clima altamente emocional.
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