La mayor parte de las terrazas y veladores de Madrid tiene la licencia caducada
Una de las costumbres m¨¢s extendidas entre los madrile?os en esta ¨¦poca del a?o consiste en utilizar el tiempo libre en sentarse en una de las muchas terrazas instaladas en la ciudad, con el prop¨®sito de dar un repaso al peri¨®dico, de charlar un rato con cualquier amigo o simplemente descansar. La actividad de estas terrazas, que se inicia en la primavera y termina a finales del oto?o, ha tenido est a?o una apertura conflictiva, debido al fuerte aumento de lo impuestos municipales sobre estos establecimientos, aunque lo cierto es que la mayor parte de ellas tienen la licencia municipal caducada.
Los propietarios de las terrazas con veladores situadas en el paseo del Pintor Rosales fueron los primeros en hacer p¨²blica su protesta, hasta el punto de recurrir contra los impuestos municipales. Seg¨²n aseguran, alguno de ellos llega a pagar hasta dos millones de pesetas al a?o, lo que le supone un 25 % sobre la recaudaci¨®n anual (ocho millones de pesetas).Joaqu¨ªn Leguina, concejal responsable de la hacienda municipal, afirma que se va a buscar una f¨®rmula para reducir el impuesto; pero que piensa que, de todas formas, la protesta es desmesurada. ?Lo que estaba ocurriendo es que desde hace m¨¢s de treinta a?os esta gente ha estado pagando alrededor de las seiscientas pesetas al a?o. Si tenemos en cuenta que la pipera de Rosales abona al Ayuntamiento 15.000 pesetas, se puede tener idea de lo injusto y desigual del anterior sistema fiscal municipal?.
El impuesto en cuesti¨®n est¨¢ situado alrededor de las mil pesetas por metro cuadrado de v¨ªa p¨²blica ocupada. Esta cantidad var¨ªa en funci¨®n de la categor¨ªa con que est¨¦ calificada la calle. Seg¨²n c¨¢lculos municipales. en Madrid hay alrededor de trescientas terrazas con veladores registradas, aunque hay muchas otras sin inscribir, cuyos due?os sacan las mesas a la calle y hasta que no llega una inspecci¨®n municipal no se dan por enterados. Estos casos se dan especialmente en los distritos perif¨¦ricos, aunque se da la circunstancia de que en un lugar tan c¨¦ntrico como la plaza Mayor ninguna de las terrazas est¨¢ registrada como tal.
Concha G¨®mez Terradas, funcionaria de la Delegaci¨®n de Hacienda, a?ade que la mayor¨ªa de los quioscos que actualmente pueden verse en las calles y plazas tienen las concesiones caducadas y, por tanto, la ¨²nica licencia que tienen es la que les da la costumbre. ?Casi todos los due?os de estos establecimientos recibieron las concesiones en la posguerra por per¨ªodos de veinte o treinta a?os y ahora est¨¢n caducadas. La concesi¨®n no se ha actualizado, pero lo que s¨ª se ha hecho es revisar la tarifa, ya que ven¨ªan pagando lo mismo desde hace muchos a?os?.
Pese a todo, el hecho de que en algunos de los casos la subida de tarifas haya llegado hasta el 10.000% es calificada de abusiva en los recursos presentados ante el Ayuntamiento.
Las condiciones del "suelo p¨²blico"
Al margen de la natural resistencia ante la presi¨®n fiscal municipal, algunos de los propietarios y trabajadores de estos establecimientos consideran que ya que tienen que pagar por el uso de un suelo p¨²blico, al menos ¨¦ste debiera estar en condiciones adecuadas. En este sentido, los propietarios del quiosco situado en la plaza del Dos de Mayo, Francisco y Luis L¨®pez P¨¦rez, afirman que el Ayuntamien to podr¨ªa instalar papeleras y acondicionar la plaza, ya que en su estado actual es dif¨ªcil mantenerla en las condiciones higi¨¦nicas necesarias. Por si esto fuera poco, los camareros del local tienen que recibir las quejas de los clientes que protestan por las orugas que caen de los ¨¢rboles, con los consiguientes perjuicios para el que est¨¢ de bajo tomando una simple cerveza. La costumbre de sacar las tertulias a la calle y discutir durante horas acerca de un tema indeterminado puede ser una de las costumbres m¨¢s arraigadas entre los vecinos de esta ciudad. Si ya en invierno los aficionados a charlar son capaces de permanecer durante horas y horas alrededor de una taza de caf¨¦ comentando los ¨²ltimos acontecimientos o lo que alguno de ellos acaba de presenciar unos momentos antes, en verano la costumbre se exacerba. El tema es lo de menos, lo que importa es dar rienda suelta a la palabra.En este sentido, las terrazas del Teide y del Caf¨¦ Gij¨®n se presentan como lugares ideales para la tertulia soleada. ?l hecho de que est¨¦n situadas en el centro del paseo de Recoletos, resguardadas del tr¨¢fico por los arbolillos, produce una cierta sensaci¨®n de intimidad, gracias a la cual, con un poco de imaginaci¨®n, puede llegar a pensarse que el grupo en cuesti¨®n est¨¢ reunido con unos amigos en un rinc¨®n de la terraza de su jard¨ªn privado. Puede ser cuesti¨®n de imagin¨¢rselo.
Tambi¨¦n salen a la calle las ya a?ejas tertulias literarias del Gij¨®n o las futbol¨ªsticas del Lyon. En los barrios perif¨¦ricos, aunque la tradici¨®n sea menor, todo el mundo aprovecha para, despu¨¦s del trabajo, reunirse con la familia o los amigos y descansar en medio del aire libre.
Las posibilidades del espect¨¢culo callejero visto desde la c¨®moda perspectiva del velador pueden ser inagotables, especialmente si se elige uno de los puntos c¨¦ntricos de la ciudad. La Casa de Campo, el parque del Oeste, el paseo de Recoletos o el mismo parque del Retiro, pueden ser escenarios de los hechos m¨¢s sorprendentes. Sin ir m¨¢s lejos, a ¨²ltima hora de la ma?ana del pasado s¨¢bado, los clientes de la terraza m¨¢s pr¨®xima al Palacio de Cristal del Retiro se quedaron con los ojos a cuadros cuando, de repente, irrumpi¨® en escena un coche Sirrica 1000 con un remolque cargado de animales (sabido es que a esta zona del parque solamente pueden acceder veh¨ªculos autorizados). El veh¨ªculo se detiene y salen sus ocupantes (cuatro gitanos: dos hombres y dos mujeres), que abren la puerta trasera del remolque y dejan salir un poney, un mono y una cabra. Mientras los animales inician su comida a base de las especies vegetales propias del parque (hierba, flores), las dos parejas gitanas extienden su mantel en la pradera y sacan botellas y bocadillos en plan pic-nic.
La llegada de la Polic¨ªa Municipal fue inmediata, as¨ª como la discusi¨®n entre la peculiar troupe y los agentes. Entre los espectadores, un guardia civil y un polic¨ªa nacional, entre gestos divertidos de perplejidad, observaban el desenlace sin intervenir. Tras voces, gritos y alg¨²n juramento, los gitanos recogieron sus animales -con el l¨®gico disgusto de los ni?os, que contaban con un espect¨¢culo fuera de programa, adem¨¢s de gratuito- y volvieron por donde hab¨ªan llegado.
A los ocupantes de la terraza, solamente les falt¨® aplaudir.
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