El Estado gestiona en la URSS todas las actividades de tipo art¨ªstico
La gesti¨®n de los asuntos culturales es asumida en la Uni¨®n Sovi¨¦tica en su totalidad por el Estado. La cultura pasa a ser de esta forma un cap¨ªtulo m¨¢s, con las mismas ventajas y los mismos defectos que pueda tener cualquier otra partida presupuestaria dentro de un engranaje m¨¢s amplio de planificaci¨®n nacional. S¨®lo as¨ª se comprende que la URSS tenga, por ejemplo, 591 compa?¨ªas profesionales de teatro (47 de ellas de ¨®pera y ballet), que ofrecen 283.000 funciones por a?o; que adem¨¢s posea 1.120 organizaciones y conjuntos musicales (de las que 450 son sociedades filarm¨®nicas) y 97 compa?¨ªas circenses. Adem¨¢s tiene 131.000 bibliotecas p¨²blicas, con un total de 2.000 millones de vol¨²menes.
En la URSS, en vez de cuestionarse cu¨¢nto dedica el Estado a la cultura, habr¨ªa que preguntarse m¨¢s bien cu¨¢nto les cuesta a los ciudadanos acceder a los productos culturales.El Estado es aqu¨ª el promotor de todas las actividades culturales y s¨®lo algunas se hacen fuera de su competencia. El Ministerio de Cultura de la URSS, es el mecenas casi absoluto; s¨®lo el cine se escapa de su jurisdicci¨®n directa, para depender de un comit¨¦ de Estado.
En niveles m¨¢s modestos -rep¨²blicas, ayuntamientos, empresas, iglesias, cooperativas, organizaciones juveniles...- tambi¨¦n se promueven y financian actividades culturales. S¨®lo existe un m¨ªnimo sector marginal que escapa a cualquier control estatal. Esta cultura underground es bastante modesta y se desarrolla casi exclusivamente en las grandes ciudades. Habitualmente cultiva especialmente las artes pl¨¢sticas, la m¨²sica -y, sobre todo ¨²ltimamente, la m¨²sica pop- y la literatura clandestina.
La actividad cultural m¨¢s apreciada, sin duda, por los sovi¨¦ticos es la lectura. La URSS posee el mayor n¨²mero de bibliotecas por habitantes del mundo (cinco bibliotecas cada 10.000 habitantes) y la tasa de asistencia a ellas es bastante alta: unas noventa horas por habitante y a?o. Todas las bibliotecas son gratuitas. Por lo dem¨¢s, casi todas las actividades culturales tienen precios indudablemente pol¨ªticos, por de bajo de su coste. Un libro de literatura cl¨¢sica rusa - habitualmente bastante bien editado y encuader nado- tiene un precio de dos o tres rublos (de 240 a 360 pesetas), y por el mismo dinero puede conseguirse una reproducci¨®n art¨ªstica. Un disco vale menos de doscientas pesetas. Una entrada de cine cuesta cincuenta kopecs (unas sesenta pesetas), y la de un museo, de 15 a 50 kopecs (de dieciocho a sesenta pesetas). Los conciertos, la ¨®pera, el ballet y el teatro tienen precios que oscilan entre los dos rublos (240 pesetas) y los tres rublos y medio, que es lo que vale el asiento m¨¢s caro del Bolschoi.
El problema, sin embargo, no es el precio, sino la dificultad de encontrar entradas para los teatros m¨¢s interesantes o la rapidez con la que desaparecen de los estantes de las librer¨ªas las obras m¨¢s solicitadas. Todo esto genera la existencia de un mercado cultural paralelo que -como el precio de las entradas del Bolschoi- tampoco tiene parang¨®n en el mundo.
La omnipresencia del Estado en la cultura sovi¨¦tica resulta beneficiosa para su difusi¨®n, pero no hay ninguna duda de que limita excesivamente sus contenidos.
La televisi¨®n es tambi¨¦n un importante veh¨ªculo cultural en la URSS. Son pocos los sovi¨¦ticos que tienen esperanzas de poder entrar un d¨ªa a ver actuar el ballet del Bolschoi, pero, en cambio, s¨ª pueden consolarse asistiendo a una de sus sesiones a trav¨¦s de la televisi¨®n.
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