El desaf¨ªo auton¨®mico est¨¢ en el desarrollo regional
Los acontecimientos de los ¨²ltimos a?os en Espa?a y en Francia, y algunos espor¨¢dicos brotes de violencia en Italia o en el Reino Unido, han hecho del tema auton¨®mico uno de los problemas m¨¢s controvertidos de la Europa de hoy. Sin grandes alardes publicitarios, Portugal inici¨®, hace siete a?os, el proceso auton¨®mico de sus archipi¨¦lagos atl¨¢nticos de Madeira y de las Azores. A pesar de las discusiones -inevitables cuando se trata de repartir competencias, responsabilidades y... recursos financieros-, se ha llegado, sin grandes sobresaltos, a una situaci¨®n de amplia autonom¨ªa, considerada irreversible, sin menoscabo de la unidad nacional.
Si Madeira y Azores aparecen, con frecuencia, en estos d¨ªas como tema de debate en diversos organismos internacionales, no es por motivo de los movimientos separatistas, pr¨¢cticamente inexistentes, sino por su posici¨®n estrat¨¦gica, una situaci¨®n geogr¨¢fica que hace que las islas portuguesas del Atl¨¢ntico ocupen el primer plano de la actualidad cada vez que se habla de defensa atl¨¢ntica, fuerza de intervenci¨®n r¨¢pida y protecci¨®n de las rutas intercontinentales de las materias primas.Los numerosos turistas espa?oles, y m¨¢s concretamente catalanes, hospedados en los hoteles de Funchal cierto fin de semana de mayo fueron sorprendidos por un movimiento repentino de coches oficiales, de militares y de polic¨ªa
Informados de que se trataba de la visita del presidente del Gobierno de Lisboa y de varios ministros, a sus colegas del Gobierno regional de Madeira, dejaron escapar expresiones de sorpresa. ?Entonces, ?aqu¨ª tambi¨¦n hay autonom¨ªas? ?Y funcionan? Pero, ?c¨®mo fue? ?cu¨¢ndo fue? Nunca o¨ªmos hablar de ello. Parlamento regional, Gobierno auton¨®mico, bandera, himno regional, y ?no hubo problemas??.
Claro que los hubo, y los hay. Empezando por el reconocimiento del hecho de que la autonom¨ªa no es la panacea que resuelve, como por encanto, todos los problemas de dos regiones, no muy ricas en recursos naturales, aisladas en el medio del oc¨¦ano y sometidas, durante siglos, al desinter¨¦s y al olvido. de los Gobiernos centrales.
El verdadero desaf¨ªo de la autonom¨ªa es el desarrollo regional, y en este dominio, todo, o casi todo, est¨¢ por hacer.
El presidente -socialdem¨®crata- del Gobierno regional, Alberto Joao Jardim, era en estos d¨ªas un hombre feliz: acababa de arrancar al Gobierno central un fondo de desarrollo de unos siete mil millones de pesetas y la financiaci¨®n de la construcci¨®n del aeropuerto intercontinental de Funchal, una vieja reivindicaci¨®n de los isle?os.
No hace falta alejarse mucho de los tradicionales circuitos tur¨ªsticos para descubrir que para los 300.000 habitantes de Madeira, e incluso para los 100.000 de Funchal, la capital, el desarrollo es una batalla a¨²n por ganar.
El boom tur¨ªstico de Madeira, alimentado por capitales extranjeros o de emigrantes madeirenses en Estados Unidos y Africa del Sur, no da a¨²n se?ales de quiebra. Trat¨¢ndose de un turismo de lujo (en raz¨®n de los costes de los transportes), los visitantes m¨¢s asiduos de la Perla del Atl¨¢ntico son los ingleses, seguidos de los alemanes y de los escandinavos, particularmente apreciados por sus divisas fuertes.
Pero el turismo no proporciona m¨¢s que unos millares de puestos de trabajo, y la mayor parte de la poblaci¨®n sigue sacando duramente su sustento de la tierra y del mar. Los cultivos son los que permiten el clima y el suelo, volc¨¢nico en Madeira y arenoso en Porto Santo, la otra gran isla: vi?edo, ca?a de az¨²car, tabaco, bananas y otras frutas tropicales y flores, especialmente orqu¨ªdeas.
Una enumeraci¨®n que evoca una imagen de riqueza, aparentemente confirmada por los paisajes verdes y frondosos, la vegetaci¨®n exuberante, las flores siempre presentes. Pero la visi¨®n paradis¨ªaca se disipa al ver a hombres y mujeres trepando por incre¨ªbles senderos de caballo hasta los campos en terrazas, escalonados hasta la cumbre de los m¨¢s altos picos de la isla.
En estas islas es frecuente ascender cientos de metros en pocos kil¨®metros, y los animales no se utilizan siquiera para la carga: entre las aldeas hay carreteras y se utilizan camiones; para el resto, el transporte humano es el ¨²nico posible.
Tampoco existen pastos; vacas y ovejas permanecen todo el a?o en caba?as en las monta?as, donde son alimentadas tres veces por d¨ªa con hojas de bananas y de ca?a. Por ello, Madeira tiene que importar la mayor parte de sus alimentos, y los j¨®venes siguen huyendo del campo con destino a los empleos de la Administraci¨®n p¨²blica, cuando alcanzan un m¨ªnimo de instrucci¨®n, o a la emigraci¨®n como recurso tradicional. Hay diez veces m¨¢s hijos de Madeira fuera de la isla que sobre los 796 kil¨®metros cuadrados del archipi¨¦lago; pero aun as¨ª, la densidad de 315 habitantes por kil¨®metro cuadrado es visiblemente excesiva para los recursos propios.
El modelo est¨¢ en Am¨¦rica
Son emigrantes los que hacen construir las casas modernas que se ven en todos los rincones de la isla, y su ejemplo es un est¨ªmulo constante para los j¨®venes, m¨¢s atra¨ªdos por el espejo americano que por Lisboa, a la que muchos de ellos no conocer¨¢n, ahora que ya no son obligados a hacer la mili fuera del archipi¨¦lago.
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