"Clar¨ªn", en su tiempo y en el nuestro
En esta furia de conmemoraciones que se ha apoderado ¨²ltimamente de nuestro desmemoriado pa¨ªs, el a?o pasado, centenario del nacimiento de Ram¨®n P¨¦rez de Ayala, contribu¨ª a la ceremonia correspondiente confrontando su figura con la de Gald¨®s, a quien ¨¦l admiraba mucho, pero cuyo modelo no sigui¨® -es evidente- en su pr¨¢ctica de novelista. Ahora, seg¨²n parece, ha sonado la hora de que dediquemos un recuerdo especial a Clar¨ªn, olvidado y pretendo durante muchos a?os, y tan en candelero hoy. Tras el silencio que, como un purgatorio, suele seguir a la muerte de los escritores, el franquismo, no contento con haber fusilado al hijo de Leopoldo Alas, se empe?¨® en suprimir tambi¨¦n su obra literaria. Pero hace tiempo comenz¨® a resurgir ya gloriosamente, y en estos d¨ªas se difunde mucho, y cada vez m¨¢s, entre el p¨²blico lector, a la vez que varios estudiosos la someten a laborioso y fruct¨ªfero escrutinio.En trance de aportar mi palabra en la ocasi¨®n presente, me pregunto si no ser¨ªa adecuado aproximar, como hice con P¨¦rez de Ayala, la personalidad de Clar¨ªn a la de Gald¨®s, de quien fue casi coet¨¢neo, o acaso a la de Ayala mismo, disc¨ªpulo y paisano suyo. Con aqu¨¦l, se le ha emparejado a fin de averiguar, en la f¨²til man¨ªa de las comparaciones competitivas, si La regenta es o no la mejor novela espa?ola del siglo XIX, o si Fortunata y Jacinta le gana por puntos. El nombre de Clar¨ªn evoca de inmediato el t¨ªtulo de La regenta; es la fatalidad de los autores de una obra se?era: Clar¨ªn es el autor de La regenta, como Cervantes es el autor del Quijote, y basta. Asociaci¨®n mental muy explicable, que opera en la conciencia literaria com¨²n, y m¨¢s autom¨¢ticamente quiz¨¢ en aquellos que ni siquiera han le¨ªdo el libro, haciendo injusticia en todo caso al escritor, que es autor asimismo de otras obras muy considerables. Respecto de Cervantes, alguna vez he insistido en afirmar que, en el supuesto de que nunca hubiese escrito el Quijote, o de que su manuscrito se hubiera perdido, ¨¦l seguir¨ªa siendo uno de los mayores poetas de la lengua castellana. Lo mismo podr¨ªa decirse de Clar¨ªn en relaci¨®n con La regenta: aparte del t¨ªtulo famoso, es autor de una obra rica y variada en grado sumo, que algunos estudiosos est¨¢n iluminando y valorando debidamente. Dentro de su conjunto, La regenta, con su m¨¦rito singular, adquiere el significado relativo de representar una fase particular en el proceso creador de este gran poeta en prosa.
No por casualidad llamo la atenci¨®n acerca del ?proceso creador? cuando me refiero a Leopoldo Alas. La obra de Glad¨®s, quien como todo artista sigue una trayectoria personal, y en la que puede marcarse una evoluci¨®n, se nos presenta, sin embargo, por mucho que en su seno se se?alen cuantas modulaciones se desee, como una unidad enteriza. De otro lado, en la de P¨¦rez de Ayala se da tambi¨¦n una solidez compacta, pese a la inflexi¨®n ideol¨®gica que en determinado momento se advierte y ha sido se?alada. Por contraste, Leopoldo Alas desarroll¨® su tarea literaria en continua zozobra, en medio de vacilaciones y dudas.
Se ha apuntado hacia una crisis suya, pero lo cierto es que vivi¨® en continua crisis, y ello se refleja a lo largo de toda su obra. Se ha abundado, con acierto. sobre el car¨¢cter transicional de su producci¨®n narrativa, destacando sobre todo la diferencia de orientaci¨®n est¨¦tica y de t¨¦cnica novel¨ªstica entre sus dos obras m¨¢s extensas, muy celebrada la primera y hasta hace poco mal comprendida la segunda, Su ¨²nico hijo, puesta por lo general a la sombra de La regenta. Nada dif¨ªcil resultar¨ªa, pero no creo tuviera mayor utilidad, establecer un cuadro de afinidades y diferencias entre Gald¨®s y Clar¨ªn, o entre ¨¦ste y P¨¦rez de Ayala. Sin duda, la reserva intelectual de Gald¨®s, su compenetraci¨®n cordial con los personajes de sus novelas y su complacencia ir¨®nica con el mundo que describe contrastan con la acerada y m¨¢s bien displicente visi¨®n cr¨ªtica de Clar¨ªn, con su despego frente a las criaturas de su pluma. Sin duda, la distante y a ratos despiadada caricatura a que se entrega Ayala y su arrogante conciencia de superioridad ante las realidades que presenta hechas carne de ficci¨®n, contrastan con la dolorida, casi afligida, actitud en que el no menos intelectual Clar¨ªn enfrenta el material de experiencia que creativamente est¨¢ elaborando. Pero por mucho que puedan ser atinadas estas obvias observaciones, lo que importa registrar es el sentimiento de inseguridad -supercompensado sicol¨®gicamente con arrogancias- que, bajo su traza magistral, delata la obra de este delicad¨ªsimo esp¨ªritu.
Colocado por azar del nacimiento en una coyuntura de transici¨®n cultural, y sensible en extremo a la mudanza de los tiempos, despu¨¦s de haber producido ese monumento del naturalismo que es La regenta, Alas se aplica a explorar -insatisfecho siempre- en las nuevas corrientes del pensamiento y del arte literario; tantea, y ensaya, y proyecta, y emprende, y renuncia, para dejamos a su muerte un riqu¨ªsimo legado, obra extensa y diversa que rinde fascinante testimonio de un alma atormentada tanto como de una inteligencia superior (pudiera decirse: de un alma atormentada por un superior intelecto).
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