Roc¨ªo D¨²rcal: margaritas y tequila
Los programas serv¨ªan de abanicos en el fervor de la noche tropical madrile?a. En un Florida Park abarrotado y c¨¢lido hacia su deb¨² anteayer Roc¨ªo D¨²rcal, mientras todos esper¨¢bamos apurar el mezcal hasta el gusanillo y oir el chiar de los p¨¢jaros de Veracruz o el graznido m¨¢s puro de los buitres de sierra Maestra... Pero la D¨²rcal empez¨® con un pasodoble y dos de sus canciones de siempre: una, aquella que comienza ?Tienes la l¨ªnea de los labios fr¨ªa?, admirablemente llena de ecos y sabores del amor oscuro.Desde luego (y a pesar del calor) no est¨¢bamos en M¨¦xico. Pero Roc¨ªo quer¨ªa (y todo espect¨¢culo en directo va ganando a medida que transcurre)- ofrecernos un proleg¨®meno pasional del viaje a la tierra azteca. Y vestida de malva y enamorada de un marinero -los marineros son las alas de much¨ªsimas pasiones- cant¨® esforz¨¢ndose en fingirse bebedora de an¨ªs madrugador: ?Ay, marinero, piel de lucero, / c¨®mo me gusta tu palidez?. Terminando: ?Ah¨ª me tienes toda tuya, / s¨ªrvete?.
Las se?oras empezaron a abanicarse m¨¢s, y algunos tiraron en homenaje servilletas a escena. El calor trepaba piernas arriba. Y el marinero se mudaba, de repente, en un macr¨®. Roc¨ªo sumaba puntos, gritando y manteniendo la compostura: ?Dicen que t¨² eres un gigol¨® / y que no vives de otra cosa / que de hacer el amor?.
Hubo una pausa. Y cuando todos cre¨ªamos que no ver¨ªamos ya iguanas ni la peculiar atm¨®sfera del Estado de Morelos, la irrupci¨®n de unos mariachis nos devolvi¨® la esperanza. El bigotudo de siempre jaleaba: ?Pero aquellos mariachis / y aquel tequila / me hicieron llorar?. Y Roc¨ªo apareci¨® de blanco y con flores en el pelo, muy guapa, como la hija de un criollo rico. Empez¨® -y por ah¨ª iba a seguir- cantando canciones de Juan Gabriel, presente en la sala: ?Yo no s¨¦ si te olvidaste ya de m¨ª, / probablemente ... ?. La fr¨¢gil y voluntariosa muchachita de blanco ten¨ªa que cambiar margaritas por mezcales y ponerse en hembra-loba, que es lo que piden muchas rancheras mexicanas.
La paradoja del machismo azteca es que sus canciones presentan mujeres verdaderamente requebradoras y enceladas, mujeres-t¨ªo. La amante increpa a su blanco enamorado: ?Duerme tranquilo, que ya no vuelvo a molestarte?. Siguen despu¨¦s rancheras cl¨¢sicas, dentro de lo nuevo, que aumentan cierta buena ambig¨¹edad: ?Yo necesito saber / y quiero saber / si amas t¨² ... ?. El calor no cejaba presencia, pero los muchos mezcales bebidos y el olor seguro a tierra de tr¨®pico quitaban importancia al resto. Roc¨ªo estaba ya muy mexicana y el ¨¦xito lo ten¨ªa asegurado, aunque aparentase gustar m¨¢s del c¨®ctel suave que de las fuertes tequilas... Ca¨ªan servilletas en el escenario, y la D¨²rcal estaba contenta.
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