El misterio del Roc¨ªo
La c¨¦lebre romer¨ªa del Roc¨ªo, que tiene por escenario final la ermita almonte?a del mismo nombre, en la provincia de Huelva, ha estado muy presente ¨²ltimamente en ambas pantallas: la grande y la chica. De la grande la borraron para los habitantes de Sevilla, Huelva y C¨¢diz, y posteriormente, para el resto del territorio del Estado espa?ol. En la chica ha tenido cobijo con una generosidad poco acostumbrada para este g¨¦nero de espect¨¢culos.S¨¦ que hablar de este lema es algo as¨ª como ?nombrar la bicha?. Pero creo que puedo hacerlo sin que me tilden de intruso. En primer lugar, mi abuelo materno era un se?or de Villamanrique de la Condesa donde ten¨ªa sus tierras, por las que desfila preferentemente la famosa romer¨ªa. En segundo lugar, tuve el honor de haber estado dos a?os de cura en La Palma del Condado, que es como la cabeza de toda aquella comarca, que abarca tambi¨¦n a Almonte. Y, finalmente, fui durante tres a?os cura de la parroquia de la Virgen de la O, en el barrio sevillano de Triana, y ya se sabe la conexi¨®n que este barrio tiene con la fiesta rociera.
Confieso que desde los comienzos de mi contacto con aquel fen¨®meno sent¨ª recelos y adopt¨¦ una actitud cr¨ªtica tirando a negativa. Con ello no quiero decir que despreciara la sinceridad con que tanta gente sencilla se acerca a la imagen de la Virgen con un fervor totalmente desprovisto de hipocres¨ªa y de segundas intenciones. Ni mucho menos.
El fen¨®meno es mucho m¨¢s complejo. Cuando yo me acerqu¨¦ a ¨¦l, ven¨ªa de haber pasado mis a?os de estudiante en Roma, precisamente durante la guerra civil y un poco despu¨¦s. Cuando dej¨¦ Espa?a, todav¨ªa ten¨ªa en mi retina el espect¨¢culo de la vida religiosa espa?ola durante la II Rep¨²blica: la pr¨¢ctica religiosa era, s¨ª, libre en principio, pero despertaba recelos y podr¨ªa ser causa de discriminaci¨®n social. A los templos iban los cat¨®licos practicantes. La religi¨®n se ense?aba en las parroquias, adonde los padres enviaban sus hijos voluntariamente.
Por eso, cuando volv¨ª a Espa?a, sin haber pasado por la experiencia vital de la guerra civil, sent¨ª una tremenda vacilaci¨®n al descubrir que las iglesias estaban llenas hasta rebosar, que las comuniones eran masivas, que todo el mundo se declaraba cat¨®lico practicante de toda la vida y que incluso una peque?a cojera en la pr¨¢ctica religiosa podr¨ªa implicar Una discriminaci¨®n de consecuencias extremadamente peligrosas. Todo ello me dio la impresi¨®n de que me encontraba ante un fen¨®meno de inflaci¨®n religiosa, como he dicho recientemente.
Mis sospechas se afianzaron cuando en el barrio de Triana pude tener contactos confidenciales con personas del otro bando. Para m¨ª, perteneciente a una familia peque?o burguesa de Sevilla, sobrino de obispo perseguido durante la Rep¨²blica y cura por m¨¢s se?as, aquello era un bofet¨®n a mi seguridad falsamente religiosa. Pero el Evangelio, que hab¨ªa estudiado en Roma en su lengua original, me impulsaba a aquella aventura del contacto con los otros. Los otros, con un olfato fin¨ªsimo, se dieron cuenta de que podr¨ªan confiar en m¨ª sin que por ello pretendieran que yo me apuntara a sus arriesgad¨ªsimas opciones pol¨ªticas o sindicales.
Me aceptaban como era: como cura de la O. Y as¨ª pude enterarme de cosas que yo ni imaginaba ni pod¨ªa siquiera so?ar.
Cuando en la pel¨ªcula sobre el Roc¨ªo he o¨ªdo contar algunas escenas escalofriantes, que tuvieron lugar por aquellos parajes en los a?os cuarenta, he recordado lo que los otros me hab¨ªan contado ya por lo bajini cuando en La Palma del Condado ejerc¨ªa mis funciones pastorales. Esta quiz¨¢ sea la primera vez que me atrevo a aludir a ello: mi silencio era necesario para la superviviencia de los otros, de esos otros que, a pesar de su comprensible anticlericalismo me hab¨ªan demostrado su comprensi¨®n y afecto.
Despu¨¦s de toda esa ¨¦poca negra la romer¨ªa del Roc¨ªo se ha convertido en una fiesta masiva, en la que participan gentes de casi toda Andaluc¨ªa Occidental. Lo
Pasa a p¨¢gina 12
El misterio del Roc¨ªo
Viene de p¨¢gina 11
triste es que la referencia a los s¨ªmbolos cristianos vaya acompa?ada de gestos y actitudes que les pegan a esos s¨ªmbolos como a un santo dos pistolas.
Y he aqu¨ª un fen¨®meno nuevo. Durante la Rep¨²blica, toda cr¨ªtica negativa de la romer¨ªa del Roc¨ªo se pon¨ªa a cuenta del laicismo confesional de los partidos de izquierdas y de los cl¨¢sicos ?come-curas?. Hoy, por el contrario, los grandes contestatarios del fen¨®meno en cuesti¨®n pertenecen al ¨¢mbito intraeclesial. En Espa?a, hoy, se hace buena y seria teolog¨ªa: pues bien, desde ella es imposible darle un aprobado a la, por otra parte, bell¨ªsima fiesta rociera.
All¨ª hay, sobre todo, dos aspectos inaceptables para una m¨ªnima actitud cristiana y evang¨¦lica: 1?) El fanatismo que electriza a las masas, creyentes, menos creyentes y agn¨®sticas; y 2?) La manipulaci¨®n que del hecho religioso hacen las clases dominantes.
Vi con satisfacci¨®n que en la pel¨ªcula comentada se destacaba un hecho del que ya he hablado otras veces: esos campesinos almonte?os dan toda la humillaci¨®n de sus 364 d¨ªas al a?o por las veinticuatro horas (eso s¨ª, escasas) en que se sienten ¨¢rbitros absolutos de la fiesta m¨¢s popular y m¨¢s masiva de la regi¨®n. Y esto lo saben muy bien las clases dominantes, y por eso se aprestan a confraternizar con el pueblo, para con ello darle la impresi¨®n de que las barreras discriminatorias se han derribado.
Pasando ahora a la peque?a pantalla, he podido ver que entre la masa de rocieros hab¨ªa no pocos vip: ministros con sus respectivas ministras ataviadas de traje andaluz (aunque fueran castellanas o aragonesas), gobernadores con sus gobernadoras respectivas, y todos ellos alegremente sumergidos en el bullicio de la para m¨ª incomprensible devoci¨®n a la Mar¨ªa de Nazaret que aparece en los Evangelios que yo he estudiado con los instrumentos que oficialmente me ha dado la propia Iglesia cat¨®lica.
Y que no me digan que es el pueblo el que as¨ª lo quiere, y que lo democr¨¢tico es darle gusto al pueblo. En primer lugar, hay pueblo y pueblo. Yo invitar¨ªa a los vip a que asistieran a muchas de las numerosas reuniones de cristianos de base que se parecen al espect¨¢culo rociero como lo blanco se asemeja a lo negro. En segundo lugar, no todo lo que se llama popular es aut¨¦nticamente liberador y progresivo. Si no, que alguien se hubiera dado un paseo d¨ªas atr¨¢s por los pasadizos del metro madrile?o de Atocha y hubiera descubierto la enorme variedad de chatarrer¨ªa tejeriana con que alegremente comerciaba ese pueblo que a veces hemos divinizado para quit¨¢rnoslo de encima.
Y, para terminar, una pregunta: ?no ser¨¢ que una nueva clase dirigente ande buscando quedarse con los fen¨®menos masivos religiosos por lo que ¨¦stos tienen de alienadores y, por tanto, de f¨¢cilmente manipulables para fines inconfesados de unos determinados programas pol¨ªticos y econ¨®micos?
Y esta pregunta la dirijo sobre todo a los obispos, que a lo mejor no, saben que est¨¢n bendiciendo al m¨¢s peligroso suced¨¢neo de la aut¨¦ntica fe cristiana Y de la genuina devoci¨®n a Nuestra Se?ora del Magnificat, aquella que dec¨ªa: ?Dios ha derribado de sus tronos a los magnates y ha ensalzado a los humillados; ha despedido a los ricos y ha acogido a los hambrientos?.
?Pobre Andaluc¨ªa m¨ªa, la tierra de Mar¨ªa Sant¨ªsima!
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.