El orden quir¨²rgico contra la angustia
En casi diez a?os de ejercicio de su profesi¨®n, el doctor Burzaco apenas ha superado el centenar de intervenciones de psicocirug¨ªa, precedidas todos ellos por un largo historial psiqui¨¢trico en cada uno de los pacientes.F. D. M. es el nombre supuesto detr¨¢s del cual se oculta un paciente operado en 1973 que se siente completamente restablecido y define con rasgos curiosos de culpabilidad el proceso de su enfermedad en estas declaraciones.
F. D. M., 45 a?os
?Comparo mi recuperaci¨®n viendo en mi mente las veintiocho fichas del domin¨®. La caja, yo. Antes, todas fuera de la caja, unas boca arriba, otras boca abajo, revueltas, con m¨¢s de seis doble, y las veintiocho me parec¨ªan 380; ordenar aquello, imposible a pesar de mis deseos. Ahora, todas est¨¢n en la caja, ordenadas de blanca doble a seis doble, y si alguna no est¨¢ en su sitio, que es posible, no me extra?a, ni me disgusta?.
El 26 de agosto de 1979, F. D. M., intervenido en el l¨®bulo frontal del cerebro en diciembre de 1973, resum¨ªa con estas palabras su proceso de recuperaci¨®n, en una carta al doctor Juan Burzaco, autor de la intervenci¨®n quir¨²rgica.
F. D. M. tiene en la actualidad 45 a?os, y su actitud hacia el pasado es abierta y sincera.
?El proceso de la enfermedad fue largo. Yo, que hab¨ªa iniciado los estudios en la etapa anterior a la guerra civil, los vi truncados por esta circunstancia, luego toda mi vida ha sido una lucha por querer abarcar muchas cosas, en el trabajo y en la vida. Trabajaba en Renfe cuando me cas¨¦, y en seguida los problemas se agudizaron, sent¨ªa que cog¨ªa demasiado trabajo del que pod¨ªa realizar, y eso me produc¨ªa much¨ªsima angustia. Ten¨ªa un car¨¢cter irritable y convivir conmigo era imposible. Hasta que un d¨ªa el proceso se desencaden¨® totalmente. Sin poder dominar un extra?o deseo de regresar a la casa de mi madre, fui all¨ª y me instal¨¦ en mi habitaci¨®n de soltero. Una vez en ella, me met¨ª en la cama, y no hubo nadie capaz de convencerme de salir. Recuerdo que la familia llam¨® a un m¨¦dico, y ¨¦ste nos dijo, despu¨¦s de reconocerme, que mi mal era de origen mental y no f¨ªsico. Desde entonces, yo no s¨¦ la cantidad de psiquiatras que me vieron, la cantidad de terapias que segu¨ª. Y lo cierto es que yo me encontraba perfectamente satisfecho en mi papel de enfermo. Pero pasaba el tiempo y lleg¨® un momento en que esto dej¨® de ser as¨ª. Empec¨¦ a querer curarme, y para entonces, un psiquiatra del Hospital Cl¨ªnico de Madrid me aconsej¨® la operaci¨®n estereot¨¢ctica. Recuerdo con terror los dos meses de internamiento previo que pas¨¦ en este hospital, mientras me decid¨ªa a dejarme operar o no. M¨¦dicos compa?eros de este psiquiatra me llamaban aparte para explicarme los riesgos que corr¨ªa, que pod¨ªa quedarme tonto, que no lo hiciera de ninguna manera?.
Han pasado casi siete a?os y F. D. M. vive sin las antiguas angustias una vida que ¨¦l califica de feliz y ordenada, atribuyendo a la operaci¨®n esta transformaci¨®n bienhechora, que su esposa resalta de manera insistente. A la hora de calificar su enfermedad, F. D. M. no puede, sin embargo, precisar excesivamente: ?Era una neurosis, seg¨²n el diagn¨®stico de los m¨¦dicos, una neurosis depresiva, pero tampoco est¨¢ muy claro, yo pienso que en realidad este t¨¦rmino es como un caj¨®n de sastre para la psiquiatr¨ªa?.
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