Dreyfus: culminaci¨®n de un "affaire"
Algunos hechos, aun siendo muy nimios, llegan a veces a causar terror; eso fue lo que sucedi¨® con el affaire Dreyfus. La m¨¢s impresionante pol¨¦mica judicial del siglo, naci¨® de algo no cotidiano, pero tampoco ins¨®lito: un oficial del ej¨¦rcito franc¨¦s es acusado de vender informaci¨®n secreta al Gobierno alem¨¢n. Repito: el hecho no es habitual, pero desde el principio de los tiempos, civiles y militares han traicionado a su patria en algunas ocasiones.El comunicado, emitido por el Estado Mayor, es un modelo de prudencia: ?Un oficial de nuestro ej¨¦rcito ha sido arrestado bajo sospecha de comunicar a los extranjeros algunos documentos de poca importancia?. Bast¨® esa informaci¨®n, mesurada y redactada en buen y ¨¢rido estilo castrense para que el infierno dejara sueltos todos sus demonios. Alfred Dreyfus, encarcelado el 1? de julio de 1894, se convierte en el epicentro de una delirante campa?a. Un detalle a retener: se estaba juzgando a un oficial del ej¨¦rcito, pero tambi¨¦n a un jud¨ªo, circunstancia que los mismos franceses se encargaron de airear.
El diario Libre Parole se regode¨®: ?Estas son las consecuencias de incorporar jud¨ªos al ej¨¦rcito?. Por su parte, el cat¨®lico La Croix se solazaba arengando ?por un juicio p¨²blico y la ruptura definitiva de relaciones con Alemania?, acusando a la embajada de ese pa¨ªs en Francia de haberse convertido en una cueva de esp¨ªas.
Comienza el juicio y Francia se divide en dos bandos; los ?dreyfusistas?, encabezados por Matthieu Dreyfus, hermano del acusado, y apoyados por Scheurer-Kestner, George Clemenceau y Anatole France; en la acera de enfrente los ?antidreyfusistas?, con Cavaignac, ministro de la Guerra, y tambi¨¦n el entonces coronel P¨¦tain. Quien puso toda la carne en el asador fue Emilio Zola con su sensacional carta abierta al Gobierno, un escrito que ha pasado a la posteridad con el t¨ªtulo de ?Yo acuso? y cuya publicaci¨®n en L'Aurore le oblig¨® al destierro.
A estas alturas los dos grupos ya estaban dirimiendo la contienda por todas las calles de Par¨ªs, con tal furia que incluso se lleg¨® a temer una guerra civil.
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Oficialmente, la acusaci¨®n se fundamentaba en un ?bordereau? endeble, un documento hallado en el escritorio de Dreyfus en el cual se mencionaba la existencia de un esp¨ªa, que no necesariamente ten¨ªa que ser quien se estabajuzgando.
El fiscal repet¨ªa una y otra vez la misma frase extra¨ªda del documento acusatorio -?Ese canalla de D...?-, mensaje que el agregado militar italiano Panizzardi hab¨ªa enviado a su colega alem¨¢n Scheartzkoppen. En cuatro d¨ªas se liquid¨® el juicio con esa frase como ¨²nica prueba. El 5 de enero de 1895, ante una turba enardecida y fanatizada con esl¨®ganes antisemitas, la plaza de armas de la Ecole Militaire hizo formar a un destacamento de cada regimiento con asiento en Par¨ªs y el oficial Dreyfus fue despojado de sus charreteras y su sable roto en pedazos. Ni sus quevedos ni sus bigotes temblaron cuando grit¨® a sus excamaradas y a la muchedumbre ??Soy inocente! ?Viva Francia!?.
Recluido a perpetuidad en la isla del Diablo, Alfred Dreyfus casi ni se enter¨® de que, durante los once a?os que siguieron al juicio, ¨¦l se hab¨ªa convertido en el eje que estaba movilizando toda la pol¨ªtica interna y externa de Francia. Seis renuncias de primeros ministros, siete cambios de gabinetes, la cobarde condena de Zola -un a?o de prisi¨®n que ¨¦l sustituy¨® por el exilio- fueron tan s¨®lo algunas de las muestras de m¨¢s de diez a?os de lucha entre los pro y anti Dreyfus.
Mientras Dreyfus se pudr¨ªa en vida, el coronel Picquart, director del Departamento de Informaci¨®n del Ej¨¦rcito comprobaba que las filtraciones secretas continuaban sucedi¨¦ndose en repetidas ocasiones, pero ni el Estado Mayor ni el primer ministro de turno aceptaban reabrir el caso; al recaer el peligr¨® de traici¨®n sobre prominentes figuras militares, se invocaron razones de Estado, ya que lo que estaba en juego era la estabilidad de Francia y, por encima de cualquier raz¨®n, la honorabilidad del ej¨¦rcito. Pero la defensa, tras eludir el intento de asesinato de su principal abogado, aport¨® contundentes pruebas de inocencia: el dossier que conten¨ªa la frase ?Ese canalla de D...? no se refer¨ªa a Dreyfus, sino a un oscuro empleado del Instituto Cartogr¨¢fico llamado Dubois; tampoco el ?bordereau? lo hab¨ªa escrito el oficial jud¨ªo Dreyfus, sino otro militar de mayor graduaci¨®n, el comandante Esterhazy, esp¨ªa y protegido del general Henry, sucesor del general Picquart como director del Departamento de Informaci¨®n del Ej¨¦rcito. La trapisonda era de tal categor¨ªa que, al ser descubierta, Henry us¨® el, entonces m¨¦todo habitual, o sea el suicidio, para lavar su deshonra.
Reunida la corte marcial en Rennes -del 7 al 9 de septiembre de 1899-, Dreyfus es nuevamente juzgado. El juicio pas¨® de ser una mera formalidad a convertirse en una flagrante demostraci¨®n de la carencia de ¨¦tica de unos testigos militares que antepon¨ªan los galones al honor. Ninguna prueba, por m¨¢s palpable que fuera, iba a hacer que cediera el sistema. Los testigos, evadiendo las respuestas, continuaron tacando a Dreyfus; no estaba en juego la vida de un hombre, ni su profesionalismo, ni su reputaci¨®n; lo que se juzgaba en Rennes era la superviviencia del Estado militar franc¨¦s, con oficiales como testigos de cargo y un general presidiendo la audiencia. Cuarenta y ocho horas de deliberaciones ininterrumpidas fueron necesarias para que el jurado diera su nuevo veredicto: culpable. La condena representaba diez a?os de trabajos forzados.
El fallo era una monstruosa farsa y el Gobierno sugiri¨® indultar a Dreyfus, pero la Prensa ?dreyfusista? no acept¨® el obsequio y exigi¨® un nuevo juicio con un jurado imparcial; Clemenceau afirma entonces que ?por s¨ª mismo el indulto implica ya un ¨ªndice de culpabilidad que no existe en este caso?. Bernard Lazare y Anatole France argumentan con talento y el 12 dej ulio de 1906 el tribunal de Casaci¨®n anula el veredicto del consejo de guerra de Rennes y declara que ?efectivamente, nunca existi¨® delito y que, por tanto, no cab¨ªa imputar a Dreyfus culpabilidad alguna?. Un d¨ªa despu¨¦s, el 13 de julio, el Gobierno aprueba una ley que reingresaba a Dreyfus al ej¨¦rcito con el grado de comandante. El 8 de agosto, con su nuevo uniforme, se sienta en su despacho en la Escuela de Estado Mayor de Par¨ªs. Hab¨ªan pasado doce a?os desde su detenci¨®n; culminaba un proceso, pero el odio continuar¨ªa, incluso hasta despu¨¦s de que el general De Gaulle pasara por debajo del Arco de Triunfo al ser reconquistada Par¨ªs. Que nadie se extra?e. Es m¨¢s f¨¢cil rendir ciudades que liberar esp¨ªritus fan¨¢ticos.
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